Idomeni, la otra frontera
(Los ojos de Khaled)
Estoy sola, perdida sin tus ojos en este tren que avanza hacia la noche. Y en este ir, la bruma confunde la línea del horizonte y transforma los campos en un mar inexistente. Taladraste mi cerebro: ¡Van a cerrar las fronteras, vete, Sara, vete!. Me empujas y me empujas y no quiero ir. Y me subes a este tren y ¡debo esperar a Houda! Sara, vete! Tu voz se apaga como una llama y ardo de dolor. Estoy sola, Khaled, perdida sin tus ojos en ese paisaje que se desliza. La máquina que silenciosa se dirige hacia el oeste tira de mi corazón que correría hacia el Este: hacia Macedonia… hacia ti, hacia vosotros.
Nunca debió ocurrir. Nunca de nuevo aquí; jamás en ningún lugar del mundo. La guerra, y yo lejos sin poder estar; lejos de la barbarie y queriendo estar con vosotros y sin poder. Y aun protegida por los cristales que lloran, aun así, oigo; y bajito, para no dolerme demasiado, acompaño a la voz que acuna el silencio de los gritos. Y me consuela cantarme, cantarte a pesar de los gritos que nunca dejo de oír. Y tú, mala madre, Europa, sin corazón, te pudres desde hace años, sin oídos, sin entrañas. La noche es un caracol ciego que repliega sus ojos; a mi pesar estoy en su centro, justo en la última vuelta de su concha, cuando la espiral se vuelve pequeña, porque no sé donde más podría estar tan a cubierto. Cuando cesa la canción, no sé para donde volverme. Afuera, frío; dentro, peor que la muerte, tan helada. Sola, sin tus ojos, perdida y loca por buscarte sin remedio, desesperada en este tren que avanza hacia la noche. Delante de mí, el cristal y la palabra FRONTERA; y el cristal donde se reflejan los inocentes como polillas desvalidas en las que late un corazón pequeño y caliente. Pienso en los niños; es por que pienso en los niños, que grito sin sonido para no despertar a los muertos, y me tengo que acunar, cogerme entre los brazos para poder soportarlo. ¡Y creímos estar a salvo de esa barbarie! Un olor hediondo avanza con este tren a gran velocidad, y los gritos de los niños, de las mujeres, de los ancianos. Ese coro que se repite, que se repite, que se repite: ¡Niños en Europa! Muertos. Asesinados. Muertos.
Estoy sola, Khaled. Perdida. Sin tus ojos, estoy sola, Khaled, perdida sin tus ojos…
Barbara García Carpi










