Sobre La Estirga (sin que ella se entere)
La Estirga, clavada en la torre, observa socarrona, impasible, sarcástica le parvis de Notre Dame a sus pies. La misión de La Estirga es esa: observar casi los cuatro puntos cardinales de París (del sur le da noticias otra quimera oportunamente situada). Desde arriba contempla la explanada que hierve de personas anónimas; lleva siglos sabiendo de los esfuerzos caóticos e hilarantes de los humanos. La Estirga se las sabe todas; por eso mantiene el gesto irónico en ese ademán a la par sabio, indiferente, casi contemplativo. La Estirga se sabe eterna… Me gusta subir (preferentemente los domingos de agosto) a las torres de Notre Dame para tocar el ala luciferina, para deslizar la mano sobre su lomo, para rozar la suya que apoya en su cara de piedra. Entonces me mira de reojo de abajo a arriba a lo Humphrey Bogart. Y me siento, tras penoso descenso, Lauren Bacall cuando enciendo un cigarrillo apoyada en el pretil del Pont aux Double viendo pasar el Sena también cáustico y eterno.