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Lobo Lunar y la paz rota.

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Lobo Lunar, cuando no estaba aullando a la Luna, dormitaba en la lobera. Pero aquel final del mes de marzo algo inconfundible vino a turbar la paz de aquellos riscos y la piel se le erizó bajo el abundante pelo gris canoso. Con las garras se aferró a la roca, alzó la cabeza y, después de observar el valle, comenzó a oír un estruendo que le heló la sangre. Cientos de tambores retumbaban por el valle y un color de sangre vestían los antes labriegos con ropas que escondían los pies que arrastraban cadenas. Por encima de las cabezas, unos gorros altos, largos y puntiagudos que, también, ocultaban el pelo y la cara toda. Lobo se estremeció mientras el ruido crecía y crecía como una ola y echó a correr con el rabo entre las patas buscando cobijo en la lobera. Mientras mascullaba: «mierda, mierda, todos los años lo mismo».

Lobo Lunar en enero.

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En el risco, Lobo Lunar, esperaba expectante; miraba hacia el cielo, eran ya las 14,54 del 25 de enero. La luna envuelta en la niebla se dejó ver; era una luna llena preciosa. Lobo Lunar esperó aún más. Sabía que hasta las 18,54 no se vería en todo su esplendor, con total nitidez. Oyó a lo lejos a la manada que no hibernaba; los lobos no lo hacen como otros animales lo hacían, de modo que campaban a sus anchas, no temían a ningún otro animal en esta estación fría. Lobo Lunar, viejo ya, se había separado hacía tiempo de la manada y vivía en soledad, apartado de todos sus congéneres. Los lobos, pensó, no aullamos solo de hambre, aullamos a la luna y esta era su luna, la Luna del Lobo, la de enero, la primera del año; también le llamaban Luna Fría, Luna del Hielo o Luna de la caza del Oso. Pero para mí esta luna es la del Lobo, la mía, la mía por excelencia. Y a las 18,54 en punto le aulló con todas sus ganas, con todas sus fuerzas por algo era la Luna del Lobo.

Lobo Lunar y las Perseidas

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Foto Bárbara

Lobo Lunar dormitaba fuera de la lobera; el calor sofocante de aquel verano le anunciaba un hecho que por nada del mundo estaba dispuesto a perderse, por eso renunciaba voluntariamente al frescor de la cueva. Aquel calor, por otra parte, dificultaba un sueño reparador, de manera que de forma intermitente abría los ojos, miraba al cielo y suspiraba esperanzado. No sabía con exactitud cuándo iba a producirse aquel fenómeno y por ello su vigilia era inevitable y necesaria; tampoco tenía la certeza de si era algo cíclico o si todo fue un sueño que tuvo el verano pasado. Pero recordaba que del cielo caían estrellas en trayectorias imposibles y temió y salió huyendo espantado hasta que se dio cuenta de que allá arriba se celebraba la fiesta de la Luna.

Lobo lunar

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Lobo lunar aullaba solitario. Echaba de menos la manada, los días en que como uno más seguía al grupo para cazar. Creció jugando bajo la atenta mirada de la loba que le dio la vida; sus hermanos lobeznos, que eran cuatro, no hacían más que seguirle pues enseguida se vio que tenía madera de guía, de modo que pronto se le respetó el liderazgo que, de antemano, nadie ponía en duda. A medida que pasaron los días su fuerza y fortaleza se hacían más patente. Pero quiso la mala fortuna que otro grupo apareció para disputar el territorio que Lobo lunar defendía, donde tenían la lobera y que era su hogar desde que nació. Tenía pues que combatir para expulsar a los intrusos. Con paciencia esperó que la Luna estuviera plena, llena de luz y en un claro del bosque se enfrentó con todo coraje al jefe de la otra manada. La lucha fue feroz y Lobo mal herido y malparado tuvo que huir si quería conservar el hilo de vida que aún le quedaba; humillado y desterrado se quedó solo frente al astro que tanto adoraba. Y desde entonces aullaba a la Luna, con desesperación y con vergüenza, cada vez que esta se mostraba en todo su esplendor… ella no le había amparado, y se sintió traicionado, huérfano y más solo que nunca.

Lobo lunar y el turrón

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Aquel verano comenzó mal, pues ya la primavera marcó unos registros más propios del mes de agosto. Lobo se refugiaba en lo más profundo de la lobera intentando paliar aquel calor tan sofocante y aletargado soñaba, pero lo hacía con unos sueños las más de las veces inquietantes. Al principio oía voces de pastores que gritaban con miedo: «que viene el lobo, que viene el lobo..», alertando a los vecinos, que recogían presurosos los rebaños de las ovejas que triscaban por los riscos más próximos. Pero este sueño, sin ser bueno no era el peor; el más terrible se produjo en el mes de mayo, cuando en sueños no paraba de oír: «El lobo sian tutón sian tutón» una y otra vez. Medio dormido se repetía: «el lobo sian tutón sian tutón» y al despertar todo era desasosiego. Al final de mes las cosas fueron a peor; entonces oía unas voces de niños que alrededor de un abeto de Navidad cantaban a grito pelado: «el lobo qué buen turrón, qué buen turrón». Tardaría días, meses, quizás años en descubrir el significado y a día de hoy todavía no tenía del todo claro qué era aquello del «turrón».

Lobo Lunar en el Sena

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Bajo el puente de hierro, bajo Le Pont aux Double, lobo miraba melancólico las aguas del Sena. El quai estaba tranquilo, solo a lo lejos se oían los últimos claxons de los coches que, de retirada, blandían las banderas de los distintos partidos que habían sembrado la noche de eslóganes. Los de Macron estaban eufóricos y los de Le Pen también. Todos felices y contentos. Cerca de allí, al otro lado del Sena, en el Hôtel de Ville todo dormía a pesar de los malos resultados, como si tras la tormenta saliera el sol a gusto de todos. Lobo, escéptico, creyó ver su imagen reflejada en el agua, a pesar de que el río de verdes esmeraldinas aguas, bajara sucio tras la contienda electoral.

Lobo Lunar en los campos de lavanda

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En lo alto del risco, lobo no daba crédito. A sus pies habían extendido una alfombra de bellísimo color que se movía según el viento. Al principio pensó, mirando hacia la llanura, que sus ojos legañosos y cansados le jugaban una mala pasada. Y, parado y como petrificado, no podía apartar la mirada del valle que seguía meciéndose en ondas de un lila intenso. Permaneció tenso y perplejo durante un tiempo que no supo precisar, pero sus músculos rígidos hicieron que se sintiera maltrecho, terriblemente cansado. Lo que vino después fue una ráfaga persistente que lo envolvió por completo: un aroma intenso a lavanda lo dejó exhausto y sin aliento. Ese día soñó que estaba en la Provenza.

Navidad y Lobo Lunar

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Lobo lunar estaba más que arto; en el bosque se había sentido invadido. Cada año era peor que el anterior. La primera señal fueron las marcas en el barro, luego el ruido ensordecedor. Huyó lo más rápido que pudo hacia la cumbre, saltando de risco en risco, sin mirar atrás. De día era insufrible, los árboles caían como heridos por un rayo; la noche le daba un respiro y aun así su sueño era inquieto y sus ojos cerrados se movían dentro de aquella pesadilla. Miraba, en su sueño, cómo los leñadores entraban en su lobera, hasta ahí se sentía vulnerable. Al despertar, angustiado, ponían en alerta todos sus sentidos; olisqueaba el aire que llegaba desde los cuatro puntos cardinales, igual de dañino o más cada amanecer. Desde el valle nevado se iluminaban miles de bombillas pequeñas como luciérnagas intermitentes y esas señales le decían: huye, escapa, corre. Luego veía venir los camiones que subían hasta el bosque como lombrices que serpenteaban por el camino y a los hombres que talaban los árboles sin compasión como cada año por esas fechas. Diciembre era el mes y la nieve su peor pesadilla.

Lobo lunar en su exilio

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Era la noche del 21 de septiembre, Lobo, embelesado, había estado aullando a aquella luna llena, resplandeciente y hermosa como nunca. Se había despachado a gusto y había aullado como un loco un rato largo. Ninguna nube se atrevía a tapar aquella visión tan hermosa. Sobre el risco, se había sentido el más feliz y solitario lobo lunar. Ninguno de sus congéneres osaba acompañarlo en esas escapadas nocturnas cuando la Luna encendía el cielo. Era su ceremonia, su ofrenda y era cuando él se sentía más un extraterrestre exilado de su hogar. Algún día volvería a su planeta, satélite decían…, qué sabrían ellos… Lo que les unía era algo que nadie entendería, porque los lobos no eran de aquí sino de allá, donde brillan más las estrellas que la acompañan en el espacio absolutamente oscuro y enigmático.

Lobo Lunar

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El calor lo tenía amodorrado. De día salía apenas de la lobera solo lo hacía cuando los rayos del sol declinaban. Era entonces, cuando amparado por las sombras, saltaba entre los riscos buscando algo que llevarse a la boca. Se daba cuenta que ya sus facultades menguaban porque la mayoría de las veces las presas más insignificantes se le escapaban. Los conejos, que no hacía mucho eran su mayor fuente de proteínas, corrían a toda velocidad metiéndose en sus guaridas. Se sentía tan humillado y avergonzado que había días que hubiera preferido seguir durmiendo aunque las tripas le sonaran como una sinfonía dodecafónica. ¡Qué triste llegar a viejo! penaba en esos momentos de tristeza. Ya ni siguiera salir a aullarle a la luna le producía satisfacción alguna.