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Matisse, sus bodegones

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Matisse, bodegón.

Los bodegones de Matisse me gustan muchísimo al contrario que alguno de sus interiores con figura que no me dicen nada, La disposición de los objetos que conforman el bodegón aunque dispuestos de forma aleatoria, consiguen un equilibrio, compensan la composición aunque a primera vista parecen puestos al tuntúm. El color rojo, plano del fondo contribuye a ello y se enriquece con el rojo anaranjado, matizado, de esa bandeja levantada que refuerza el jarrón que tiene delante. Como un prestidigitador juega con nosotros y consigue que el resultados nos deje bouche bée, con la boca abierta. Y nos dan ganas, como si de una pantalla táctil se tratara, de darle de un lado para otro por ver qué más hay. ¡Y todo ello con una simplicidad de líneas pasmosa!

Matisse y el velador rosa

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Matisse, «La mesa de mármol rosa».

Es un Matisse muy curioso e incluso extraño, pero tiene ese punto que el maestro daba a sus  composiciones. Afuera llueve y  me viene a la memoria  esa canción francesa de la que no recuerdo el título y que cantaba Pascal Danel que dice así:» Il pleut dans la rue , il pleut dans ma vie»… Así me siento.

Matisse y el velador

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Matisse

Este velador, al que parece que al pintor le faltara un trozo de lienzo, me resulta sorprendente y sobre todo original. No así el hecho de que levante el plano del pequeño velador colocando la superficie de la mesita de frente, algo que ya se había hecho, sino que no le importe que el resto se nos hurte; pero ello, lejos de molestar, por lo menos a mí, me resulta genial y me digo: «Eso es hacer lo que a uno le dé la gana, saltándose todas las normas a la torera. Viva la libertad de expresión». Y forzando de esta manera la perspectiva consigue que nos fijemos más en cada uno de los detalles de la obra. Por todas estas cosas es un cuadro que me encanta y que no deja de atraparme. ¡Ay, si Cézanne levantara la cabeza!

Matisse (1898 -1912)

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Matisse. «Naturaleza muerta»

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Matisse. «Naturaleza muerta»

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Matisse.

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Matisse. «Ramo en una mesa de bambú». 1903

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Matisse. «Jarrón de girasoles». 1898

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Matisse. «girasoles en un florero». 1898

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Matisse. «Ramo de flores en una terraza». 1912

El «Jarrón con girasoles» muy vangohguiano» y el más antiguo en el tiempo también me ha sorprendido, aunque de la influencia del genio holandés pocos se han librado; el siguiente, también de girasoles, es ya más matissiano, aunque no del todo. De los tres primeros, claramente con su sello, el tercero, aunque no tengo la fecha ni el título, lo creo posterior a los dos anteriores por su soltura y supongo que fue pintado a partir de los años treinta. En cualquier caso, todos maravillosos.

 

Matisse (1935-1943)

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Matisse. «Anémonas». 1943.

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Matisse. «Desnudo rosa sentado». 1935

Los desnudos de Matissee son bien conocidos por todos los amantes de su obra, sin embargo he descubierto distintas obras de flores que son en parte desconocidas y que me han sorprendido por su fuerza y colorido. El primero, «Anémonas» me ha entusiasmado por el tratamiento de las flores, aunque el jarrón es claramente reconocible, pero su pincelada es tan suelta que parece que esté lleno de vida y no algo estático. Respecto al segundo, «Desnudo rosa sentado» tiene la marca inconfundible del maestro. Dos obras que enamoran. Supongo que por la época los pintó en Niza.

Matissse y «Las flores del mal»

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En múltiples ocasiones las firmas más reputadas de los pintores se han puesto al servicio de las obras insignes de la literatura; así la pintura y la literatura se alían para producir obras para deleite de todos, aficionados y coleccionistas. Ya hemos visto, en su momento, las ilustraciones de Dalí para «El don Juan Tenorio» y «Alicia», y la «Lisístrata» de Picasso… Pero ha habido otras muchas, como sucede con la obra de Baudelaire «Las flores del mal», que ha tenido muchas versiones ilustradas, como la de Rodín o esta de retratos esquemáticos de Matisse desprovistos de todo artificio, donde la línea pura y simple es la única protagonista. Esta versión se publicó en 1947 por la Bibliothéque Française.

Matisse y James Joyce

 

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Para los devotos lectores del «Ulysses» de James Joyce y que al mismo tiempo sientan pasión por el arte, poseer una edición de la novela ilustrada por Matisse debe ser toda una joya. En 1935 el pintor recibió el encargo de ilustrar la novela más famosa y discutida del escritor irlandés que transcurre en Dublín en un solo día. El «Ulysses», ya lo sabemos, no es de lectura fácil; el caso es que Matisse no quiso leer el libro, por las razones que fuesen y fue directamente a la fuente: la «Odisea» de Homero. Este dato, curiosamente, añade una peculiaridad a esta edición de coleccionista. No era la primera vez que Matisse se volcaba en ilustrar un libro muy conocido; con anterioridad había ilustrado «Las flores del mal» de Baudelaire mas esta vez el regreso a casa del personaje –Stephen Dedalus- parte de un libro clásico de cuya autoría se tienen serias dudas. George Macey, el editor norteamericano que tuvo la feliz idea de unir a Joyce y a Matisse en esta «odisea», debió prever el precio desorbitado que la edición primera, que constaba de 1.000 copias firmadas por el artista y 250 firmadas por Joyce, alcanzaria en el mercado.

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Matisse y Lydia Delectorskaya

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«Le Rêve», 1935. Modelo Lydia D.

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«Grand nu couché», 1935. Modelo Lydia D.

Algunos se preguntarán quién fue Lydia Delectorskaya y qué papel jugó en la vida de Matisse. Fue simplemente una modelo, como Hélène Galitzine, o su amante, como sospechaba madame Matisse, o fue el detonante para que el matrimonio se divorciara. Las cosas a veces son más sencillas de lo que parecen. Lydia, es cierto, acompañó los últimos veinte años del pintor, más concretamente desde 1932 a 1954. En principio Lydia fue su ayudante de taller; después, modelo y secretaria. Emigrante de su Siberia natal, se presenta, en 1933, como modelo y lo fue en más de cuarenta pinturas. Curiosamente, a iniciativa de madame Matisse, es contratada como modelo y ayudante de su estudio. Lydia siempre ha manifestado, no obstante, que su relación con el pintor fue siempre platónica. Lo cierto es que Matisse encuentra en ella la inspiración que plasma desde 1934 en un pastel, «Jeune femme au corsage bleu (Retrato de Lydia)», después un óleo, «Le Chale écossais», «Les Yeux  bleus» y una serie de dibujos. Un año más tarde «Le Rêve» inicia el principio de una larga colaboración; durante los últimos meses de ese año hace posar a Lydia y a Hélène juntas. Otra curiosidad es que cuando ella tiene 25 años y él 65, Lydia empieza a darse cuenta de la importancia del trabajo del pintor y comienza a valorarlo. Madame Matisse, con razón o sin ella, se siente traicionada y pide el divorcio en 1939. Cuando Matisse es operado de un cáncer se convierte también en enfermera y se instalan en Vence donde sigue posando para él en: «Nu Rose», «Interieur Rouge», «Madame L. D., vert, jaune et bleu»… Una exposición retrospectiva en Filadelfia obliga a Lydia a desplazarse muchas veces; en el año 1949 tiene una entrevista con la secretaria del Museo de Arte Moderno de París a fin de organizar una exposición. De modo que ella se convierte en indispensable y él continua con los trabajos para la capilla del Rosario de Vences y les «découpages de papiers colorés» preparados por ella. Es ella también quien le ayuda a realizar estos últimos grandes trabajos. Matisse muere el 3 de noviembre a los 84 años y Lydia, el mismo día, abandona el Régina y no asiste a los funerales. Posteriormente publica dos obras como testimonio de su colaboración con él: «L’apparente facilité, Henri Matisse», editado por A. Maeght y diez años más tarde, «Henri Matisse, contre vents et marées: peintures et livres ilustrés de 1939 à 1943», editado por Hansma, París. Ella repartió las obras que Matisse le había regalado y vendido entre diversos museos, favoreciendo a los rusos. Muere el 16 de marzo de 1998 a la edad de 88 años. Es indudable el gran papel que Lydia jugó en la vida tanto del Matisse hombre como del artista.

Matisse. Recortes.

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Henri Matisse: «Zulma», 1950. Gouache sobre papel recortado 238 x 133 cm. Museo Estatal de Kunst, Copenhagen.

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Henri Matisse: «Memoria de Oceanía».

A la pregunta de si la pintura al óleo sigue siendo adecuada para el nuevo lenguaje del arte o si la pintura de caballete está anticuada y si la utilización del papel recortado constituye un autentico medio de expresión, Matisse responde: «Este nuevo lenguaje al que usted alude no implica, a mis ojos, la condena de la pintura al óleo ni en consecuencia la de caballete…El papel recortado me permite dibujar en color. Para mí se trata de una simplificación». Y a continuación:»No es un punto de partida sino una culminación…Exige una sutilidad infinita y un largo trabajo anterior. Así comenzando por el signo se llega muy pronto a una situación sin salida. Personalmente he ido de los objetos al signo». Para terminar afirmando que  el papel recortado no supone  una reprobación de la pintura convencional al óleo. Era el periodo que abarca desde el 49 al 52 y estas, parte de sus declaraciones contenidas en el interesantísimo libro «Matisse. Recortes»; un libro insustituible para conocer la obra innovadora y renovadora de Henri Matisse, el pintor que, a ojos de Picasso, era el más interesante de su época y el más completo si se analiza el conjunto su obra, que abarca no solo la pintura sino la escultura, el dibujo, el tapiz, de los que hizo espectaculares diseños, y sus famosos recortes.

«Henri Matisse. Recortes.  Dibujando con tijeras». Editores Gilles y Xavier Néret, editado bellísimamente por Taschen.

Retratos de A. L. Coburn

A. L. Coburn: Matisse

A. L. Coburn: Matisse, 1913

 

A. L. Coburn: Ezra Pound

A. L. Coburn: Ezra Pound, 1913

 

A.L. Coburn: B. Sw

A.L. Coburn: B. Shaw, 1908

 

A. L. Coburn: Walt Whitman, 1891

A. L. Coburn: Walt Whitman, 1891

Si magníficas son las fotografías pictorialistas que Coburn hiciera de Londres, buenísimos son sus retratos; el de Walt Whitman es, por la luz y la atmósfera que enmarca el rostro venerable de patriarca, un retrato clásico, como si fuera más el resultado de una obra pictórica; su aspecto me recuerda al dibujo de Leonardo anciano. Muy bello el retrato de Ezra Pound, así como la fuerza magnética del premio Nobel B. Shaw. Respecto al retrato de Matisse paleta en mano y con su pulcra bata, debía ser la pose más natural de un pintor infatigable, pues así ha sido retratado en numerosas ocasiones.