Gritar y gritar hasta que los tímpanos de los que se hacen los sordos se queden sin sonido.
¿Se pueden controlar las fronteras ante las oleadas de personas que huyen del hambre, de la represión, de la guerra? Ayer la primera medida a nivel europeo era reforzar las fronteras para evitar el mal llamado «efecto llamada» y por otro lado la no aprobación de mayor presupuesto para la ayuda de los también mal denominados «emigrantes», es decir, seguir con las políticas de los últimos años cuya eficacia ha sido nula; medidas cicateras y nada solidarias. Lo que se está produciendo en el Mediterráneo es una catástrofe de proporciones inhumanas que va ha aumentar de forma exponencial. Ya no es un problema que afecta solo a Europa, incapaz de solucionar o tomar medidas eficaces, tampoco atañe, por lo visto a Naciones Unidas; ¿a quién entonces? Si estamos metidos hasta las cejas en la globalización que nos hace vulnerables, ¿para qué queremos la puñetera globalización, cuando la vida de miles de ciudadanos importa poco o nada? No se toman medidas a nivel global, sino solo cuando las «mafias financieras» lo consideran oportuno y necesitan espoliar nuestros bolsillos; entonces sí, todos somos ciudadanos de un mundo global. Pero ellos, carroñeros ante la tragedia, miran hacia otro lado mientras las mujeres embarazadas tienen que parir en una patera, cuando los niños se ahogan o mueren de hipotermia… ¡qué más da si son negros y hay muchos! Vergüenza. Y horror.
Hace tres años, frente al palacio de los Medici, en Florencia, un grupo se manifestaba contra la tragedia de Lampedusa; no se hizo nada y ahora son miles los condenados, los que se arriesgan a morir en el mar porque en sus países de origen ya están muertos. Vergüenza, vergüenza e impotencia…, pero algo hay que hacer aparte de indignarnos; como poco, salir a las calles y gritar hasta que los tímpanos de los que se hacen los sordos se queden sin sonido.
Il semble bien que tous les morts ne s’équivalent pas dans l’esprit des gens. C’est une vérité terrible mais elle me frappe de plein fouet. Nous sommes sortis dans la rue ici et là pour défendre des valeurs dont au fond nous ne mesurons rien ; Sans faire le lien avec ce qui frappe des hommes démunis partout sur la planète et qui est du même ressort. Pire, le malheureux d’ailleurs devient dans notre imaginaire le migrant qui va menacer bientôt notre confort. Est-ce cela l’image de la modernité, de la civilisation ? Nos élus politiques sont responsables mais nous, le sommes-nous moins ?
Oui, nos sommes tous responsables de poursuivre nos vies confortables. La seule solution sera possible si on change les conditions de vie dans les pays d’origine, l’Afrique a été devasté par les politiques coloniales et à le moyen orient le fanatisme religieuse est le pire des cancers… mais il faut lutter pour changer les choses…
Mille fois merci, chère Phédrienne !!!
¿Quién podría decirlo mejor, Bárbara? Es más que una vergüenza: es un crimen. Hace tiempo que me planteo la siguiente fábula. Diez niños van a una excursion y tres de ellos tienen dos bocadillos cada uno, agua, refrescos y chuches, mientras el resto no tienen nada. Seguro que pensamos que esos tres niños. si están bien educados y no carecen absolutamente de humanidad, compartiran lo que llevan con los otros para que todos puedan comer.
Imaginemos ahora que esos diez niños son mil millones y trescientos millones de ellos viven holgadamente y los setecientos millones restantes en la miseria. ¿Qué ha cambiado para que ignoremos la suerte de estos últimos y no nos preocupemos de ellos?
Estamos encantados con la movilidad del capital. Y también de las personas…por supuesto siempre que sea para negocios o turismo; si es para refugiarse, construimos nuestro «muro de Adriano» o nuestra «Festung Europas». Salvo que se puedan utilizar como mano de obra semiesclava. ¡Qué asco!
Estamos asqueados, cansados de que problemas como el hambre, las guerras, la esclavitud, el comercio de seres humanos, se enquisten, que año tras año no cambie nada, la vida sigue en el mundo civilizado? como si tal cosa. Me pregunto muchas veces de qué estamos hechos, de qué materia para que podamos dormir, comer, divertirnos mientras esto está ocurriendo no tan lejos, bajo el mismo cielo, en este mar cuna de civilizaciones… como quien dice a tiro de piedra. Y no pasa nada…
Un beso Joaquín.
¿Qué se puede hacer?
Estamos tan hartos de gritar y que nadie, de los que pueden hacer algo, lo haga, que la confianza en el ser humano cada vez es menor. No sé como hay personas que se pueden mirar en el espejo y no sentir un asco profundo al ver reflejada su mezquindad.
Un beso de esos grandes y apenados, Bárbara.
Cierto, querida María. Lo que está sucediendo es otra forma de exterminio; la muerte de cientos de personas encerrados en las bodegas de un barco, nos estremece y horroriza… los métodos no han cambiado, es terrible e inhumano.Es el último suceso que añadir a esa barbarie.
Muchas gracias, guapa y un beso grande, grande!
Con el mayor dolor te doy toda la razón y quiero unirme ahora a esos gritos… con la esperanza de que -quizás- puedan servir para algo.
Muchas gracias, querido Pablo. Que los gritos fueran como un clamor universal quizás solo fuera un gran revulsivo pues creo firmemente en el poder del pacifismo de Gandhi; la solución, según se vio en Mauritania, debe estar en cambiar las condiciones de vida en los países de origen; la cuestión está en forzar a los que corresponda, a hacerlo en lugares donde los intereses económicos respectivos se vean comprometidos, ahí está el meollo del asunto. Luchar contra la corrupción de los estados y de las mafias no es fácil, pero ahí, también, los indúes nos dieron una hermosa lección.
Un abrazo mientras me viene a la memoria el estribillo de «Sacco et Vanzetti».
Muchas, muchas gracias querido Pablo; que las voces sean un clamor universal en defensa de los derechos del hombre…
¡Así sea!
Ojalá y nuestros gritos bastacen para poner a funcionar a las Organizaciones Mundiales y fueran el acicate para que las potencias en lugar de ser destructoras, impulsarán el cambio de los procesos internos que siguen alimentando la miseria en pueblos que les ha tocado lidiar con el flagelo de la guerra, corrupción, indiferencia y deshumanización, condiciones por demás tan generalizadas y que horrorizan: No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos [Strimberg].
Una tragedia inconmensurable que duele tan solo con la narrativa recriminatoria y justa que has expuesto. No quiero imaginar lo que sería pasar por tales circunstancias para tratar de llegar a un puerto donde tendrán que levantarse y empezar a luchar por vivir en medio de la incertidumbre.
Abrazo compungido, pero con la esperanza de que un día todo ello cambiará.
¡Hay que ponerse en su piel y sentir el miedo, la angustia, el hambre, el frío y la incertidumbre de sus vidas truncadas! Pienso mucho en el dolor de las madres, dolor añadido e insufrible. Esos organismos supranacionales deben empatizar para empezar a sentir estos dramas como suyos y ES QUE LO SON. Ciertamente y por desgracia Strimberg tiene razón, el hombre es el peor depredador del hombre; no obstante creo en el poder de la unión de voluntades solidarias.
No sé si nosotros lo veremos, pero el mundo debe cambiar.
Un fuerte abrazo, estimado Demian !