Lobo lunar aullaba solitario. Echaba de menos la manada, los días en que como uno más seguía al grupo para cazar. Creció jugando bajo la atenta mirada de la loba que le dio la vida; sus hermanos lobeznos, que eran cuatro, no hacían más que seguirle pues enseguida se vio que tenía madera de guía, de modo que pronto se le respetó el liderazgo que, de antemano, nadie ponía en duda. A medida que pasaron los días su fuerza y fortaleza se hacían más patente. Pero quiso la mala fortuna que otro grupo apareció para disputar el territorio que Lobo lunar defendía, donde tenían la lobera y que era su hogar desde que nació. Tenía pues que combatir para expulsar a los intrusos. Con paciencia esperó que la Luna estuviera plena, llena de luz y en un claro del bosque se enfrentó con todo coraje al jefe de la otra manada. La lucha fue feroz y Lobo mal herido y malparado tuvo que huir si quería conservar el hilo de vida que aún le quedaba; humillado y desterrado se quedó solo frente al astro que tanto adoraba. Y desde entonces aullaba a la Luna, con desesperación y con vergüenza, cada vez que esta se mostraba en todo su esplendor… ella no le había amparado, y se sintió traicionado, huérfano y más solo que nunca.
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