Aquel verano comenzó mal, pues ya la primavera marcó unos registros más propios del mes de agosto. Lobo se refugiaba en lo más profundo de la lobera intentando paliar aquel calor tan sofocante y aletargado soñaba, pero lo hacía con unos sueños las más de las veces inquietantes. Al principio oía voces de pastores que gritaban con miedo: «que viene el lobo, que viene el lobo..», alertando a los vecinos, que recogían presurosos los rebaños de las ovejas que triscaban por los riscos más próximos. Pero este sueño, sin ser bueno no era el peor; el más terrible se produjo en el mes de mayo, cuando en sueños no paraba de oír: «El lobo sian tutón sian tutón» una y otra vez. Medio dormido se repetía: «el lobo sian tutón sian tutón» y al despertar todo era desasosiego. Al final de mes las cosas fueron a peor; entonces oía unas voces de niños que alrededor de un abeto de Navidad cantaban a grito pelado: «el lobo qué buen turrón, qué buen turrón». Tardaría días, meses, quizás años en descubrir el significado y a día de hoy todavía no tenía del todo claro qué era aquello del «turrón».