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Matissse y «Las flores del mal»

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En múltiples ocasiones las firmas más reputadas de los pintores se han puesto al servicio de las obras insignes de la literatura; así la pintura y la literatura se alían para producir obras para deleite de todos, aficionados y coleccionistas. Ya hemos visto, en su momento, las ilustraciones de Dalí para «El don Juan Tenorio» y «Alicia», y la «Lisístrata» de Picasso… Pero ha habido otras muchas, como sucede con la obra de Baudelaire «Las flores del mal», que ha tenido muchas versiones ilustradas, como la de Rodín o esta de retratos esquemáticos de Matisse desprovistos de todo artificio, donde la línea pura y simple es la única protagonista. Esta versión se publicó en 1947 por la Bibliothéque Française.

Dalí y Lewis Carol

 

 

 

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Para celebrar el 150 aniversario de la publicación del libro «Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carol se hizo una edición muy especial, que contaba con ilustraciones de Salvador Dalí;  la iniciativa partió de un editor de Random House e impresa por Princeton University Press en los años sesenta. Cada uno de los ejemplares fue firmado por Dalí y venía con una introducción de Marcos Burstein, presidente de la Sociedad Lewis Carol de América del Norte y del matemático Thomas Banchoff. Sin duda es una edición muy codiciada por los coleccionistas.

Picasso y la Lisístrata de Aristófanes

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En 1934 aparece en N.Y. una versión de la Lisístrata de Aristófanes publicada por la asociación de bibliófilos estadounidenses, ilustrada con seis grabados de Picasso al modo neoclásico del pintor. La edición, como no cabía ser menos, es reducida y exclusiva. Aristófanes estrena su obra en Atenas en el año 411 en plena guerra del Peloponeso entre espartanos y atenienes que venía enfrentando a todo el mundo heleno desde hacía veinte años. El nombre de Lisístrata, que significa «la que disuelve los ejércitos», ya es toda una promesa de su contenido antibelicista; la guerra parecía no tener fin y las hostilidades entre las dos potencias griegas conllevaba una devastadora destrucción que abarcaba  toda la cuenca oriental del Mediterráneo. Curiosamente esta obra, ilustrada por Picasso, se estrena en vísperas de que estallara en España la guerra civil y en un periodo de entreguerras mundiales. Estos tres primeros grabados, como los otros tres restantes, se caracterizan por la simplicidad de las líneas y el equilibrio en la composición. En el primer grabado aparece Lisístrata convenciendo en asamblea tanto a espartanas como a atenienses para que se abstengan de tener relaciones sexuales con sus maridos hasta que ellos no pongan fin a las hostilidades. En el segundo, aparece un encuentro erótico frustrado, siguiendo las directrices marcadas por Lisístrata. Y en el tercero se muestra la desesperación de los hombres ante una huelga insólita. Toda una solución.

 

Cuento carcelario

El orden de los números

 

Benicio miraba la superficie blanca del dado. Lo lanzaba contra la pared y así mataba el rato. Benicio Allegue escupió y el salivazo dejó colgando un hilo de baba que al trasluz se mantuvo quieto. Antón más quieto que la baba que colgaba frente a su cara, más quieto que el semen de un muerto, se rascó de pronto la entrepierna. Benicio le lanzó el dado con rabia y dijo: «subnormal». Entonces el mar bramó y la espuma batió el islote; Antón se lo imaginó como una ubre que flotaba en medio de la nada, en un mar de leche blanca que lanzaba en las rocas su espuma rizada, pero tiesa, como almidonada. Lo cierto es que aquello era un jodido islote que solo flotaba para sustentar a los penados. Y sintió el mar con dolor; lo único que sentía ya era aquel mar furioso, que estaba tan presente, tan cercano, tan inaccesible y el aire salado que curtía los rostros incluso allá dentro. Y lo sintió en su piel que se había vuelto más sensible que sus ojos, que apenas distinguían nada. Aquella mañana parecía, tras la puerta cerrada, como si el mundo diera sus últimos suspiros; se adivinaban acontecimientos inciertos y el trasiego de mudanzas. Benicio recogió el dado del suelo. Afuera los ruidos se sucedían, pero nada tenían que ver con los sonidos habituales que marcaban las guardias y las comidas. Benicio apretó su mano para sentir en su puño cerrado el orden de los números. El bramido del mar le sobresaltó más que el chirrido del cerrojo; el sargento Servando Espeleta le observó con regocijo. De modo que era cierto -pensó- el mar hablaba a su manera y su canto era lúgubre. «Miserere novis, coñonovis, per seculam culovis, et seculovis et coñovis…» y soltó una carcajada que le sobresalto más que todos los sonidos de la tierra. Apretó el puño y  lanzó el dado sobre un desconchón de la pared y este, rodando, se plantó en un seis. Lo miró como si nunca antes lo hubiera visto. Y se lo guardó en el bolsillo. El gallo de la veleta de la torre marcaba el tiempo: soplaba la tramontana. Antón se impacientaba; a las seis les daban un café caliente con un chusco de pan duro de la víspera, pero ese día algo no marchaba bien; abrió su boca desdentada para decir: «Me cago en sus muertos, tengo hambre». Y se sopló el brazo de abajo a arriba espantando moscas imaginarias. El sargento lo miró con desprecio. Benicio tuvo la certeza de los números y que su rutina era lo único soportable. Benicio como un mono se encaramó hasta los barrotes y acertó a ver un barco de mercancías que tendría que pasar la cuarentena en la isla del Lazareto. De un salto volvió al suelo. Condescendiente el sargento lo observaba sin prisa. Volvió a lanzar el dado. Antón lo miró sin verlo y dijo: «un seis». ¿Y tú que sabes, cabronazo? Volvía a salir un seis. y Benicio, incrédulo, se precipitó a recogerlo. Respiró fuerte, agitado, y se paró a escuchar como alguien corría por el patio central. Al instante, el sargento Servando Espeleta dejó el paso al guarda que los sacó de la celda. El reloj de la torre dio las seis. En el patio del penal cuatro hombres de cara a la pared esperaban su llegada, la orden, y el ruido de los fusiles. Benicio se puso firme y dijo su jaculatoria: «misererenovis…! Ese día fueron seis los ejecutados, que cayeron desmadejados sobre la tierra reseca. Las primeras luces se habrían paso en un cielo azul cobalto oscuro. El dado rodó desde la mano, ahora abierta, del último fusilado hasta la puntera de uno de los zapatos del sargento Espeleta. Un seis, negro y rotundo llenando toda la cara del dado fue lo que vio Benicio antes de que sus cuencas se volvieran para mirar hacia adentro por toda la eternidad.

De  mi libro «Cuentos de Sanvián»

Matisse y James Joyce

 

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Para los devotos lectores del «Ulysses» de James Joyce y que al mismo tiempo sientan pasión por el arte, poseer una edición de la novela ilustrada por Matisse debe ser toda una joya. En 1935 el pintor recibió el encargo de ilustrar la novela más famosa y discutida del escritor irlandés que transcurre en Dublín en un solo día. El «Ulysses», ya lo sabemos, no es de lectura fácil; el caso es que Matisse no quiso leer el libro, por las razones que fuesen y fue directamente a la fuente: la «Odisea» de Homero. Este dato, curiosamente, añade una peculiaridad a esta edición de coleccionista. No era la primera vez que Matisse se volcaba en ilustrar un libro muy conocido; con anterioridad había ilustrado «Las flores del mal» de Baudelaire mas esta vez el regreso a casa del personaje –Stephen Dedalus- parte de un libro clásico de cuya autoría se tienen serias dudas. George Macey, el editor norteamericano que tuvo la feliz idea de unir a Joyce y a Matisse en esta «odisea», debió prever el precio desorbitado que la edición primera, que constaba de 1.000 copias firmadas por el artista y 250 firmadas por Joyce, alcanzaria en el mercado.

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Polifemo y Galatea

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Portada

El mito de Polifemo es recogido por Góngora en este poema escrito en octavas reales que  pronto se hizo famoso en el Madrid de 1612. El mito de Polifemo aparece ya en los orígenes de la literatura desde la Odisea de Homero y otros poetas griegos y latinos. El argumento es bien sencillo: es una historia de amor no correspondido que termina en tragedia. Se trata de un triángulo amoroso en el que aparece la bella Galatea enamorada de Acis y el gigante Polifemo que encarna la fealdad física con un solo ojo en mitad de la frente. Polifemo, al sentirse rechazado por Galatea, se venga de una manera muy cruel: decide matar a Acis arrojándole una piedra enorme, pero Galatea le pide a los dioses que conviertan a su amado en arroyo, cosa que le conceden. Esta figura del cíclope, la atracción por personajes monstruosos, más adelante será también una constante en el Barroco y se puede decir que llega hasta nuestros días. El poema tiene una belleza descriptiva notabilísima.

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Facsimil de «El Polifemo de don Luis de Góngora comentado». Extramuros edición S. L. Sevilla 2008

Nicanor Parra

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Nicanor Parra: «Antipoemas. Antología (1944-1969)». Seix Barral. Barcelona, 1972.

 

Ha muerto Nicanor Parra, el gran poeta chileno, el hacedor de los antipoemas. La fecunda ironía, la parodia, el prosaísmo, el nihilismo, la esencia de lo humano que Parra deposita en lo cercano, en lo cotidiano, es lo que le hace decir en uno de sus versos: «No creo ni en la Vía Láctea». La historia de la poesía chilena se nutre de cuatro grandísimos poetas, Mistral, Neruda, Parra y ciertamente Huidobro. Neruda es un cantor telúrico, la voz cósmica, la entraña de la tierra, mientras que Parra es la desmitificación, la fidelidad a la vida inmediata; tan diferentes y tan complementarios. Los jóvenes poetas se sienten atraídos por ese lenguaje directo de Parra. El mismo Parra define el antipoema así: «a la postre, no es otra cosa que el poema tradicional enriquecido con la savia surrealista -surrealismo criollo o como queráis llamarlo- … que «debe aún ser resuelto desde el punto de vista psicológico y social del país y del continente al que pertenecemos, para que pueda ser considerado como un verdadero ideal poético». Personalmente me gustan estos versos del poema dedicados a su hermana, la grandísima, también, Violeta Parra:

DEFENSA DE VIOLETA PARRA

Dulce vecina de la verde selva

Huésped eterno del abril florido

Grande enemiga de la zarzamora

Violeta Parra

Jardinera

locera

costurera

Bailarina del agua transparente

Árbol lleno de pájaros cantores

Violeta Parra

 

O estos otros del poema: CARTAS DEL POETA QUE DUERME EN UNA SILLA

Jóvenes

Escriban lo que quieran

En el estilo que les parezca mejor

Han pasado demasiada sangre bajo los puentes

para seguir creyendo -creo yo

Que sólo se puede seguir un camino:

En poesía se permite todo.

 

Anna Ajmátova

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«Anna Ajmátova» dibujo de Amadeo Modigliani

Anna Ajmátova pertenece al movimiento acmeísta, el cual defiende la concisión de estilo, la economía del lenguaje, la exactitud del concepto y una preferencia por la imagen frente a la metáfora. Nacida en Kiev en 1889, Anna Andriéievna Gorenko vivió una época de hielo en la que la prosa vencía a la poesía o, mejor dicho, el prosaísmo sobre la poesía; su marido, el también poeta Gumiliov, fue fusilado acusado de conspiración y su hijo  varias veces encarcelado a pesar de las infructuosas gestiones de Gorki.  Anna vivió su drama personal, padeció el sitio de Leningrado, como el de muchas madres rusas, pero jamás renegó de su pueblo, cuyo destino abrazaba. Stalin y Zadanov la silenciaron y despreciaron, pero el pueblo ruso la compensó con creces: sus poemas corrían de mano en mano en los círculos literarios y las ediciones se agotaban enseguida. Una de sus obras más conocidas, «Requiem», la escribió a petición de una mujer del pueblo que la reconoce cuando hacían cola para ir a ver a sus hijos encarcelados.

Te llevaron al alba,

yo fui detrás, como a unos funerales,

niños lloraban en un cuarto oscuro,

goteaba un cirio ante una imagen.

En tus labios lo frío del icono.

No olvido de tu frente los sudores.

Mujer también, cual las de los Arqueros,

aullaré frente al Kremlim y sus torres.

Del libro de Anna Amátova » Requiem». 1935. Los arqueros, o Streltsi, eran la guardia personal de los Zares que, tras rebelarse contra Pedro El Grande, los mandó fusilar en  un número aproximado de dos mil.

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Edición de Barcelona 1967.

 

Cuisinière Parisienne

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«Cuisinièr Parisienne». Éditions Stéphane Bachès, Lyon, 2007.

Precisamente mi parisina preferida, mi querida Elena, me regaló este delicioso libro de cocina comprado en los bouquinistes del Sena. Este libro de viejo está lleno de  las recetas tradicionales francesas como la que aquí reproduzco de la deliciosa y reparadora sopa de cebolla que se servía de madrugada en Les Halles a los trasnochadores, amantes de la noche parisina y a los trabajadores del mercado que terminaban su jornada.

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«La sopa gratinada de les Halles»

Ocho cebollas grandes partidas, medio litro de caldo de pollo, una nuez grande de mantequilla, veinticinco gr. de gruyère o de comté rallado, cuatro rebanadas de pan tostado y una cucharada sopera de Jerez.

Empezamos por rehogar la cebolla cortada en rodajas finas a fuego lento en una cacerola con la mantequilla, removiendo hasta que la cebolla quede translúcida, apenas dorada. Calentamos  el caldo de pollo, le añadimos el Jerez y la cebolla. Dejamos que borbotee unos doce minutos, el tiempo de preparar cuatro cuencos individuales de porcelana con los trozos gruesos de pan y la sopa de cebolla; espolvoreamos con el queso rallado. Metemos los cuencos en el horno precalentado hasta que la superficie quede gratinada y bien dorada. Esta sopa se servía en todos los bistrots bordeando Les Halles, para reponer a los trabajadores después de una larga noche de trabajo.

Hay que aclarar que Les Halles era el antiguo mercado central de París y que hoy día es un espacio moderno lleno de tiendas, restaurantes, boutiques… En la deliciosa película «Irma la dulce» protagonizada por Jack Lemon y Shirley MacLein, en la que ambos dan vida a un gendarme y a una prostituta, se refleja perfectamente ese ambiente del París canalla y nocturno, alrededor de les Halles. En definitiva un espacio lleno de vida que se ha perdido para siempre; una pena. La vida moderna arrasa con todo y cualquier lugar del mundo hoy se parece tanto a otro, que a veces viajar no cambia tanto el paisaje. Bon appetit!!!

José Luís Peixoto, «En tu vientre»

 

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José Luís Peixoto es una de las figuras más reconocidas de las letras portuguesas. Su obra ha sido traducida a más de quince países de todo el mundo. Quizás fue «Cementerios de pianos» la obra que lo lanzó definitivamente a nivel internacional. Alguien que se acerque a «En tu vientre» sin saber nada de este autor se dará cuenta de inmediato de que se trata de una obra magníficamente escrita y que el argumento o pretexto es un arma que le permite conjugar varias voces para indagar en la creación, en la relación que se establece entre el autor y la palabra, paralela a la que existe entre la madre y su hijo. Lo inteligible, el misterio de la creación, la fe depositada en lo intangible se sustancia a través de Lucía, la niña lusa que afirmó que se le aparecía la Virgen; pero no se trata de un libro estrictamente religioso o mariano, y tampoco se trata de afirmar o negar si los hechos se produjeron o no, se trata de narrar a través de la niña el citado misterio de la creación, incluida la voz de la madre del autor. La investigación  sobre el poder de las mujeres, que transmiten la vida, sus sentimientos, su papel en ese mundo rural, sus vidas a pesar de ellas. Un libro en definitiva para la reflexión, para una lectura sosegada, para degustar el sabor de las palabras bien encadenadas en una prosa poderosa, subyugante.

Publicado por Literatura Random House, 2017.