El orden de los números
Benicio miraba la superficie blanca del dado. Lo lanzaba contra la pared y así mataba el rato. Benicio Allegue escupió y el salivazo dejó colgando un hilo de baba que al trasluz se mantuvo quieto. Antón más quieto que la baba que colgaba frente a su cara, más quieto que el semen de un muerto, se rascó de pronto la entrepierna. Benicio le lanzó el dado con rabia y dijo: «subnormal». Entonces el mar bramó y la espuma batió el islote; Antón se lo imaginó como una ubre que flotaba en medio de la nada, en un mar de leche blanca que lanzaba en las rocas su espuma rizada, pero tiesa, como almidonada. Lo cierto es que aquello era un jodido islote que solo flotaba para sustentar a los penados. Y sintió el mar con dolor; lo único que sentía ya era aquel mar furioso, que estaba tan presente, tan cercano, tan inaccesible y el aire salado que curtía los rostros incluso allá dentro. Y lo sintió en su piel que se había vuelto más sensible que sus ojos, que apenas distinguían nada. Aquella mañana parecía, tras la puerta cerrada, como si el mundo diera sus últimos suspiros; se adivinaban acontecimientos inciertos y el trasiego de mudanzas. Benicio recogió el dado del suelo. Afuera los ruidos se sucedían, pero nada tenían que ver con los sonidos habituales que marcaban las guardias y las comidas. Benicio apretó su mano para sentir en su puño cerrado el orden de los números. El bramido del mar le sobresaltó más que el chirrido del cerrojo; el sargento Servando Espeleta le observó con regocijo. De modo que era cierto -pensó- el mar hablaba a su manera y su canto era lúgubre. «Miserere novis, coñonovis, per seculam culovis, et seculovis et coñovis…» y soltó una carcajada que le sobresalto más que todos los sonidos de la tierra. Apretó el puño y lanzó el dado sobre un desconchón de la pared y este, rodando, se plantó en un seis. Lo miró como si nunca antes lo hubiera visto. Y se lo guardó en el bolsillo. El gallo de la veleta de la torre marcaba el tiempo: soplaba la tramontana. Antón se impacientaba; a las seis les daban un café caliente con un chusco de pan duro de la víspera, pero ese día algo no marchaba bien; abrió su boca desdentada para decir: «Me cago en sus muertos, tengo hambre». Y se sopló el brazo de abajo a arriba espantando moscas imaginarias. El sargento lo miró con desprecio. Benicio tuvo la certeza de los números y que su rutina era lo único soportable. Benicio como un mono se encaramó hasta los barrotes y acertó a ver un barco de mercancías que tendría que pasar la cuarentena en la isla del Lazareto. De un salto volvió al suelo. Condescendiente el sargento lo observaba sin prisa. Volvió a lanzar el dado. Antón lo miró sin verlo y dijo: «un seis». ¿Y tú que sabes, cabronazo? Volvía a salir un seis. y Benicio, incrédulo, se precipitó a recogerlo. Respiró fuerte, agitado, y se paró a escuchar como alguien corría por el patio central. Al instante, el sargento Servando Espeleta dejó el paso al guarda que los sacó de la celda. El reloj de la torre dio las seis. En el patio del penal cuatro hombres de cara a la pared esperaban su llegada, la orden, y el ruido de los fusiles. Benicio se puso firme y dijo su jaculatoria: «misererenovis…! Ese día fueron seis los ejecutados, que cayeron desmadejados sobre la tierra reseca. Las primeras luces se habrían paso en un cielo azul cobalto oscuro. El dado rodó desde la mano, ahora abierta, del último fusilado hasta la puntera de uno de los zapatos del sargento Espeleta. Un seis, negro y rotundo llenando toda la cara del dado fue lo que vio Benicio antes de que sus cuencas se volvieran para mirar hacia adentro por toda la eternidad.
De mi libro «Cuentos de Sanvián»
Siempre he envidiado la capacidad que tienes para narrar uniendo poesía, ironía (¡ay, ese trozo de Voltaire que llevas dentro!), ambiente… Gracias por compartirlo conmigo desde lo que ya nos parece siempre.
Lo mejor es poder compartir lo que más nos importa, la literatura, el dibujo, la poesía, la pintura… y además la vida: casi nada!
Siempre gracias a ti.
Me gusta el cuento. Tengo que releermelo para asumirlo. Veo que es muy «español» o al menos asi lo veo. Ya de vuelta de la balear mallor me alegra y me apena a la vez haber dejado atras la cifuentes, la manada y el millon y pico de firmas, el 155 y mucho mas que no recuerdo justo ahora cuando ya estoy de vuelta a la paz nordica.
Que bonitos «pensamientos» os escribis una a otro 🙂
… y ademas la vida.
Ostras, que fuerte!
Abrazos
Holaaa, habrás visto que hemos seguido tu tour por Mallorca, como si pedaleáramos contigo y, lo mejor, sin cansarnos. Tenemos ya categoría de forofos de tu maillot, ¡amarillo!, y has hecho bien en buscar la paz nórdica; por aquí las aguas siguen de lo más revueltas que imaginarse uno pueda… Somos la mar de cariñosos, esa es la pura verdad, pero sin empalagos. En cuanto a la vida, ya nos lo dijeron: «ojo que esto es para siempre» y hasta ahora. Por cierto, me encanta que te haya gustado el cuento
Me alegra mucho tenerte por aquí.
Un abrazo grande a repartir con quien tú ya sabes.
Me ha gustado mucho la ambientación.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)
Muchas gracias, Alberto. Tus palabras son un estimulo, te lo agradezco de veras.
Un abrazo.