Lobo Lunar seguía soñando en la lobera. Desde afuera, el gemido del viento helado se colaba por las rendijas y hendiduras horadadas de las rocas. Era lo más parecido al silbido del pastor que recordaba. En su sueño profundo del invierno, los badajos de los cencerros de las ovejas sonaban como cristal del hielo de las charcas; se miraba en los trozos multiplicadores donde la Luna se reflejaba partida en mil pedazos para que él la recompusiera y los fuera ordenando para saber que habría otras lunas, y otras y otras. Ahora el tiempo era una línea continua hasta que los hielos se aflojaran dejando charcos dulces de aroma de sangre caliente y el balido de las ovejas horrorizadas. Pero aún no era el tiempo del sacrificio, era tiempo de soñar tiempos pasados donde aullaba a la Luna mientras ella, plena, radiante, lo miraba desde arriba sin saber nada del depredador que la adoraba.