
Francis Picabia:» El niño carburador», 1919. Óleo, esmalte, pintura metálica, pan de oro, lápiz y carboncillo sobre contrachapado. 176 x 101.
La aventura o trayectoria de toda una vida buscando un lenguaje propio es una línea, en la mayoría de los casos, sinuosa. El artista como explorador de los diferentes caminos donde el arte se desarrolla se ve asaetado por tentaciones a las que debe o bien dejarse sucumbir o sortear con mayor o menor éxito. El barniz que cualquiera de esas circunstancias deja en su obra es una vía en cualquier caso apasionante. El espectador, ante ese panorama deslumbrante, a veces se puede sentir abrumado o desconcertado. En el caso de Francis Picabia (París, 1879), pintor francés de origen español, se dan todas estos vericuetos, pero aquí veremos gráficamente solo uno de esos caminos. Así, el mismo pintor dice, hablando de sus principios: «El impresionismo fue el cordón umbilical que me permitió desplegar los pulmones, aprender a nadar». Por ello después, a partir de 1908, sus obras experimentan «tentaciones» por el fauvismo, el neoimpresionismo, el cubismo y la abstracción. A través del conocimiento de Duchamp entra en contacto con el grupo de Puteaux (que ya hemos visto recientemente) y expone en la «Sección de oro» donde presenta La Procesión, Sevilla, París y Figura triste (España y los toros, presente siempre en su obra). Así en 1915 comienza su periodo maquinista o mecanomórfico y, junto con Duchamp, abandera el movimiento dadaísta neoyorquino. Sus máquinas son como retratos y, a su través, muestran situaciones equivalentes a las humanas, destacando sus valores propios visuales y funcionales. En los años posteriores desarrolla su labor como guionista, editor y poeta. Participa en el movimiento dadaísta en Zúrich, invitado por Tzara. En 1927 comienza su periodo de transparencias, pero ese es otro tema que merece capítulo aparte. Su obra da mucho de sí.
Muy agradecida por traer aquí la obra y reseña de Francis Picabia.
Un fuerte abrazo.
Siempre a ti las gracias, querida Isabel. Tu otro blog me ha encantado y ya sé donde encontrar tu otra voz, tan importante como la primera; gracias por ambos.
Un abrazo bien grande.
Me temo que para algunos, este es el aspecto que deberíamos tener los seres humanos 😦
Todo se andará…! Me divierte mucho «El niño carburador», algunos infantes monstruitos lo parecen.
Ja, ja, tienes razón. Creo que mi hija que está haciendo las prácticas en un Instituto en el Master de Profesorado coincidiría contigo 🙂
La comprendo! Siento una gran admiración por los docentes… qué merito tenéis.
¿Mérito los docentes? En mi caso las satisfacciones compensan de sobra las fatigas. Pero comparto la admiración por los que enseñan en el Bachillerato o la Educación Secundaria. No sé si me atrevería a enfrentarme a 30 morlacos/as dispuestos a «buscarme las cosquillas» (¿cómo traducimos esto»?)
Claro, la Universidad es otra cosa y debe ser muy gratificante, pero los otros niveles, si me apuras los parbulitos, tal como están ahora los jóvenes debe ser la monda. El otro día vi un programa sobre la educación en Suecia y era alucinante, para cada cinco alumnos había dos profesores… te imaginas, un sueño.
Mi imaginación se desata ante los títulos de los cuadros.
No dejo d aprender contigo.
Besetes, amiga.
Son un alucine… qué imaginación!
Yo lo hago todos los días, así las neuronas se marchitan más lentamente; gracias, guapa por el piropo!
Un besazo.