Henri Michaux es una figura controvertida de las letras francesas. Aunque nacido belga, obtuvo la nacionalidad francesa en 1954 y, diez años después, es galardonado con el Gran Premio Nacional de las Letras francesas. El mundo de Michaux, poblado de palabras e imágenes, está influido por El Bosco, Lautréamont, William Blake y Goya, además de los surrealistas y de Jarry. Realidad extrema y pesadilla, ironía, sarcasmo y desgarrado lamento son algunos de los ingredientes de su poética, del que ha sido considerado uno de los grandes poetas del siglo pasado. El mundo sensorial experimentado por Michaux en una busqueda interior sin fin se veía potenciado por las drogas, como la mescalina o el cannabis, volcando sus experiencias en libros como «Les grandes épreuves de l’esprit», «Misérable miracle» y «L’infinit turbulent». Viajero infatigable, su posición y relación con el mundo físico es igualmente registrado y analizado en una visión paralela. Artista independiente y sin adscripción a movimiento alguno es una nota suelta de absoluta libertad y soledad buscada. Enigma y secreto que él cultivó, presiden su vida, y su primer libro, «Qui je fus», publicado en 1927, ya desconcertó tanto a los lectores como a la crítica; tuvieron que pasar treinta años para que Gäetan Picon lo considerara uno de los cuatro grandes de la última poesía francesa junto a René Chard, Francis Ponge y Jacques Prevért. Pero Michaux no solo fue un poeta, sino que la pintura forma parte, desde mediados de los cuarenta, de su quehacer, creando un universo que tiene a Miró como inspiración y el automatismo surrealista como un medio para una ejecución rápida, concentrada de signos, manchas que derivarán en la abstracción. No es extraño que admirara la caligrafía japonesa y que inventara su propia caligrafía en un nuevo lenguaje. La poesía deliberadamente prosaica y su combinación con dibujos dieron un impulso renovador al panorama artístico en el que iba alternando sus exposiciones con sus breves «plaquettes» poéticas como esta:
Yo era una palabra que intentaba avanzar a la velocidad del pensamiento.
Las amigas del pensamiento estaban presentes. Ni una quiso apostar por mí, y
eran más de seiscientas mil que me miraban riéndose.
Me gusta leerte, Bárbara, porque siempre aprendo algo nuevo.
Besetes, amiga mía.
Y para mí es un lujo que lo hagas…
Besos, besos, besos.
¡Fascinantes pinturas e ingeniosa mini-poesía!
¡Totalmente de acuerdo, querido Joaquín!