Contra el viento

Decían que venía desde el golfo de León, a nosotras nos daba igual de donde viniera. El caso es que soplaba con una fuerza tremenda, y era como oír el aullido de los lobos. De toda una jauría. Ese sonido era el preludio, señal de que nos aguardaba. El realidad no, éramos nosotras las que lo esperábamos. En el plano de S. Francisco confluía ese viento con el que venía del puerto y se anillaban, se enroscaban como volutas de humo. Esperábamos ansiosas durante las primeras clases de la mañana, pensábamos que no cese, que no cese, así hasta la hora del recreo. Aquel viento tenía nombre, era la Tramontana, nombre sonoro que lo describía a la perfección. Cuando soplaba la mañana se nos hacía eterna. No nos dejaban salir en el primer recreo y las cuatro comíamos el bocadillo a toda prisa como para apresurar el momento y entonces la sobrasada de payés que tanto me gustaba podía haber sido cualquier otra cosa. Solo prestábamos atención al viento. Y «el que no cese, que no cese» era como las cuentas de un rosario mental que rezábamos calladas. Después de aquel recreo venía la clase de literatura con aquel profesor mayor que quería adoptar a mi hermana. !Qué historia aquella! A todo esto el viento iba y venía y nosotras detrás de las ventanas oyendo, pero sin escuchar al profesor de turno. Mirábamos los cristales como si estos ocultaran un mensaje que venía de lejos, de otras tierras. Mientras la Tramontana hacía su trabajo también en los campos, inclinando, doblegando los árboles en su dirección que era como poner su firma en el paisaje. De modo que toda la isla tenía su sello. Domesticaba el paisaje a su antojo y eso me maravillaba; los acebuches, los pinos, todos en la misma dirección como en un desfile militar. No recuerdo otro viento como ese y mira que he vivido en lugares muy distintos y distantes en mi vida. Pero ese es el viento de mi infancia, ¡caray que suerte he tenido! Porque otros no tienen ni nombre ni a lo mejor se sabe de donde vienen. Este sí, era, por así decir un viento con linaje. De alta alcurnia, me parto de risa solo de pensarlo. Cuando por fin sonaba el timbre del segundo recreo, salíamos a la estampida las cuatro, bien abrigadas con nuestras trencas. Y entonces era el momento tan esperado; a la de tres salíamos del instituto corriendo como locas contra el viento que nos empujaba con toda su fuerza y, corríamos con la boca abierta llenándonos de Tramontana, como peces fuera del agua, con los brazos abiertos, sin parar, sin parar hasta llegar exhaustas a tocar el borde del muro. Exhaustas, sin respiración. Y una vez allí contemplar el puerto, las bateas de mejillones, la base americana y las gaviotas que también iban de aquí para allá como el viento. En esa carrera loca siempre ganaba la Tramontana y nosotras que desgranábamos los días felices de la infancia.

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