José Mª firmaba solamente Párraga y todos los conocían por su apellido y todos le admiraban tanto como lo querían. Se hacía querer solo con su presencia bondadosa y, generoso como era, regalaba su obra al tiempo que creaba sin cesar. Una obra al día, dicen, porque estaba poseído por el arte con mayúsculas y cuando uno nace así es inevitable. Párraga era un volcán, un ser maravilloso que enamoraba a todo el mundo, un encantador de serpientes con su humildad por bandera. Gracias a los hados por habernos permitido coincidir contigo en el espacio y en el tiempo.
Del sombrero de la mujer emerge la figura de la niña que fue. Nuestra pinacoteca familiar está poblada de obras de amigos. Otro inmenso regalo de la vida.