Lobo lunar estaba inquieto; dentro de la lobera la oscuridad había ocupado cada rincón, cada recoveco y, como si tuviera un reloj dentro de su organismo, pensó y sintió que debía acudir a su cita. La nieve cubría los campos y las ramas de los árboles se doblaban por el peso. Corrió a toda velocidad temiendo llegar tarde, pero no, sobre lo alto de la colina la pudo contemplar en toda su plenitud, redonda y llena, irradiando la luz plateada que la distinguía de todo lo demás. Y vio el cielo plagado de estrellas que titilaban como si le guiñaran los ojos, y vio a Marte con aquel color anaranjado que no distinguía muy bien pues era daltónico, pero la luna estaba ahí para él, brillando solo para él y aulló, le aulló de felicidad, pleno también como siempre que ella, luna llena, le miraba desde lo alto más hermosa que nunca.