El tiempo no estaba para bromas; negros nubarrones se acercaban desde la costa. El mar rompía en los acantilados y el bramido del viento se le unía como en un abrazo. Marta sonrío, nada la hacía más feliz que una buena tormenta; salió fuera de la casa hacia la leñera. Encendería una buena chimenea, llenaría la bañera mientras los relámpagos harían palidecer las velas; algunas se apagarían y un escalofrío le recorrería la espalda. El miedo la hacía sentirse más viva que nunca. Y mientras corría el agua, mientras abría la ventana del baño, pensó que Hitchcock era el mago, su Merlín particular. Una ráfaga de aire hizo batir las contraventanas de madera; encendió las velas y se sumergió en el agua fría como un cuchillo.