
Foto: Bárbara

Foto: Bárbara
Ahora, con el buen tiempo, salgo al exterior y me siento en una tumbona, me quedo quieta y observo a los peces cometas. Al principio de tenerlos, y mientras se hacían con su nuevo habitáculo, se mostraban muy huidizos; con el paso de los días ya no salen a la estampida cuando me acerco y les echo la comida. Se han acostumbrado a que esa sombra que yo soy va unida a su alimento. Observándolos me doy cuenta de que son, como opinan los japoneses, muy relajantes; esa manera que tienen de deslizarse tan elegante me fascina, parecen tan ingrávidos, tan tranquilos en su mundo, que hay días que me cambiaría por uno de ellos.
Siempre he pensado que los peces eran aburridos de ver. Claro que eso era contemplándonos en una pecera. Pienso que el defecto es mío: no estamos acostumbrados a la pausa, la reflexión serena, el paseo (caminar «sin ir a alguna parte»). Paradójicamente, por no fijarnos en lo que tenemos delante de los ojos, somos extremadamente superficiales
Cada vez me vuelvo más observadora y menos peripatética, deben ser los años; ¡ay dios! Mi gran defecto es que soy muy mirona, a los pintores nos pasa eso. debe ser deformación profesional. Gracias Joaquín.
Un abrazo.
Pues a mí,tampoco me relajan,al revés ,me pone nerviosa verlos dar vueltas una y otra vez por el mismo sitio.Me pare ce un poco claustrofobico . Pero,como dice ,Joaquín ,es una interpretación personal.
Pues ya ves, desde que quité el muro y los tengo tan a mano, me relajan; y aunque la mayoría de veces parecen sin rumbo en el fondo creo que saben lo que hacen porque si no sería de lo más tonto. Claro que sí.
Un besazo.