Edouard Manet retrató en 1868 a su amigo el escritor Émile Zola con la rectitud, la nobleza e integridad del que con la palabra: «J’accuse», con la que encabezaba su valiente artículo publicado en «L’Aurore», conmocionó y emocionó a toda Francia. Lo hizo treinta años después de ser retratado, al tomar partido en el «Caso Deyfrus»; los ecos de aquel magistral y polémico artículo aún resuenan.
El padre del naturalismo, Zola, y su amigo Manet formaban parte del movimiento que luchaba contra el desorden del romanticismo con las armas del rigor y de la fidelidad al modelo. Este soberbio retrato fue admitido en el Salón de París, cosa que sorprendió hasta al mismo pintor. La hermosa cabeza de finos rasgos y la inteligencia de la mirada hablan de la vehemencia y valentía del que fuera contertulio ilustre del Café Guerbois.
En pocas ocasiones como en ésta será más cierta la expresión «la cara es el espejo del alma»
Para mi que sí; Zola tal como está retratado dan ganas de «ficharlo» para cualquier buena causa.