Veía las ramas de la palmera que subía desde abajo, desde el jardín. La había visto crecer sin complejos, sabiendo que no había techo, que podía ascender tanto como quisiera, que podría llenarse de dátiles amarillos, tantos como pudiera. Así, dado que su naturaleza lo hacía posible. Tenía la mano sobre la almohada y sobre ella la cara vuelta hacia la ventana. La veía mecerse por el viento. La tramontana era tan fuerte que doblaba los acebuches hacia la tierra, los doblegaba, pero no a la palmera, que era fuerte, vigorosa. En el estanque las ranas croaban a su antojo, pero no esta noche de tormenta. Tampoco se oía ningún grillo, claro que no era tiempo de grillos, solo de viento fuerte y huracanado, que era como el aullido de los lobos, solo que en la isla no los había. Con los ojos muy abiertos, oía ese lamento del viento, feroz y extenuante. Quiso que fuera verano para ver las fustas llenas de dátiles, quiso que cesara el viento y por unos instantes accedió a su deseo para sonar con más fuerza y se tapó la cabeza con la manta. Y ni aun así dejo de oírlo. Era Wagner y las walkirias, era el cabalgar atronador de un tropel de caballos, furiosos pero libres, y esa idea por un instante la animó. Supo que esa noche no dormiría a pesar de que papá entró para arroparla y darle las buenas noches. Cuando él se fue, cesó la ´tramontana de repente y comenzaron a croar las ranas. Con esa música se dormiría como cada noche. Y soñaría con los patos que se bañaban en el estanque.
Precioso relato, Bárbara, me ha encantado.
Un gran abrazol.
Gracias, celebro que te haya gustado; ese jardín formó parte de mi infancia en Menorca, así como el estanque donde nadaban los patos, así como las ranas… todo un mundo para una niña soñadora que despertaba a la vida.
Un fuerte y agradecido abrazo!
Nunca dejes, Bárbara, de hacernos partícipes de estos relatos cortos, aunque digas que los escribes en «esos momentos tontos» en los que no sabes qué subir a tu blog. Y sé, objetivamente, lo que digo, no te quede la menor duda.
Te haré caso. sobre todo porque escribir y pintar es algo que se impone por si solo. Es una necesidad y tú sabes de lo que hablo, querido poeta.
Un montón de besos.