
«La Grande Vallée XVIII», 1984

«Tríptico Girolata», 1963
Joan Mitchell es una figura fundamental del expresionismo abstracto americano, aunque no es todo lo conocida por el público que su obra se merece; volvemos al eterno problema de su condición de mujer. Nacida en Chicago en 1925, donde se formó en el Smith College y en el Art Institute, viajó por Europa donde creció su admiración por Césanne, Vang Gogh, Kandinsky y por todos los pre y postimpresionistas. Con los años, su pasión por el arte la llevó en los cincuenta a viajar por Francia para finalmente instalarse con su marido, el pintor Riopelle, en París y, finalmente, en Giverny, donde falleció en 1992. Su estilo, muy evocador y original, sugerente, realizado con brochazos llenos de fuerza sobre lienzos con fondo blanco y a veces sin imprimar, donde libera toda su energía de gran potencia intuitiva que contiene ritmos de un equilibrio perfecto lleno de cadencias donde aúna lo racional, meditado, y la improvisación más libre no exenta de un lirismo que me atrevería a llamar poético. Por todo ello sus obras de gran formato son exquisitas y de una gran belleza. Tuvo una estrecha relación con Elaine de Kooning, Kline y Samuel Beckett; entonces el arte tenía un nombre, París, y allí es donde había que estar. Su influencia sobre las siguientes generaciones de pintores se ha ido viendo con el paso del tiempo. En la Documenta de Kassel de 1959 fue donde se dio a conocer a nivel internacional y hoy su obra se expone en los más importantes museos estadounidenses y franceses.

«Chard II», 1986