He descubierto, con la edad, que no hay nada más placentero en un viaje que las paradas que se van haciendo por el camino y por ello no disfruto de los viajes en avión, porque en un abrir y cerrar de ojos ya has llegado a tu destino. El viaje en sí encierra todas las claves de aquello que queremos aprehender: el paisaje, las gentes y la gastronomía, esto último de suma importancia para los estómagos agradecidos como el mío. De camino a Huesca, una parada en Peñíscola, en un hotel de primera línea del mar, me permitió contemplar lo que más me gusta, una playa casi desierta en mayo y descubrir un restaurante, el Santorini, con una estupenda cocina griega e italiana. La decoración de la terraza del «resto» es de lo más mediterráneo, todo pintado en blancos y azules, con unas macetas de geranios sobre unos taburetes de estantes que me recordaban todo el tiempo unos cuadros de Matisse pintados en la Costa Azul sobre todo uno, «Jarrón de capuchinas y la danza». La merluza al cava con frutos del mar fue toda una experiencia deliciosa; la salsa casera, un acierto consecuencia de saber hacer las cosas bien. Si pasan por allí no se lo pierdan…
Una isola incantata. Un abbraccio Barbara
Veramente bella. Grazie mille caro Enrico!
Un abbraccio.
¡Qué bueno! Tomaré nota por si acaso alguna vez voy por allí. ¡Eso es vida!
Hay sitios así con ambiente familiar y con una cocina impresionante.
Un abrazo.
Qué buen lugar… Estuve en Peñíscola hace años, mágica ciudad medieval 🙂
Tiene mucho encanto y además en mayo estaba muy tranquila, con pocos turistas, cosa que se agradece.
Un abrazo grande!
Your first picture is wonderful. The blue vase which is beautiful, with the geraniums is gorgeous, I want to be there. Many hugs and warm greetings!
Me encantó el lugar y ese jarrón azul tan bonito…
Un abrazo bien grande!!!