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Esta novela, escrita en clave de humor, no deja de ser un recorrido por París, por sus cafés, sus bulevares, sus rincones más emblemáticos… Sus personajes, un tanto picarescos, se ven envueltos en una serie de peripecias a raíz de unos asesinatos que finalmente desentraña el personaje principal. El hecho de que yo me riera mucho mientras la escribía no garantiza que sea divertida. Pretender lo he pretendido y, en último caso, con entretener ya sería bastante. Ayuda, creo, el hecho de que los capítulos sean cortos; para darle agilidad pensé en aquello de «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Buenos no sé, pero breves sí son. He huido de las largas descripciones y de lo farragoso. En definitiva, personajes «muy desenvueltos» y en pequeñas dosis. Y qué mejor telón de fondo que París; podría haber sido en otra gran ciudad, como Barcelona o Londres, pero es que ya saben París me mata. Y aquí nunca mejor dicho. ¡Ah, un último apunte, el narrador es la sombra del protagonista; punto importante para entender algunas cosas.
PARISombra
Prólogo
Notas de Pío Sombra y S. sobre diversos grados de «Ser» o de cómo poder sentir París de otra manera.
Nací a la par que Niko Sureda. Pero «fui» realmente cuando comenzó a gatear, pues la cuna no procuraba los contrastes suficientes. Y una vez erguido sobre el suelo fue cuando adquirí mi verdadera consistencia. Los rayos del sol que entraban por el balcón de su habitación, allá en la comarca de La Litera, alimentaban mis días a la vez que fortalecían sus huesos. Soy la sombra de Niko Sureda, sin el cual yo no existiría y él sin mí sería un prodigio de la naturaleza, un fenómeno circense. Yo, dejo en el aire una pregunta muy simple: ¿conocen a algún ser u objeto, tanto animado como inanimado, que no proyecte sombras? Evidentemente no y esa es la cuestión. Y siendo como soy la sombra de Niko Sureda ontológicamente se plantea otro problema: Nico puede proyectar distintas sombras, pero siempre soy yo;es como la Trinidad para entendernos, pero en vez de ser uno y trino yo soy sus múltiples trinos.
Crecimos en Binéfar y pasaron los primeros años sin grandes contratiempos para ninguno de los dos; si acaso, algunos compañeros del colegio le iban con el cuento de que tenía mala sombra y él poseído de un amor propio casi inhabitual para su corta edad les respondía con contundencia y les hacía sangrar por la nariz a fuerza de puñetazos. Nico podía ser bravucón y descarado pero, debo decirlo, nunca mentó a las sombras de los demás. Y ese respeto siempre se lo he tenido en cuenta, dado que sentimientos y dignidad tenemos; y orgullo y amor propio también. Las sombras tenemos, además, nuestro código ético, como no podía ser de otra manera; y somos de naturaleza pacífica bajo cualquier circunstancia a que nos sometan las veleidades de la meteorología; y, aun estando a su merced, nos adaptamos sin rechistar con bastante buen talante la mayoría de las veces.
Sé de buena tinta que se habla con demasiada ligereza e impropiamente de la «metafísica de los números»… los números tan abstractos. En fin… a Pitágoras le diría que los números no son algo «natural» y que no veo la relación de las cosas con los números, la verdad. La realidad total es el objeto básico de la Filosofía y una de las misiones del historiador debería ser mostrar la posible verdad de los distintos sistemas. Yo no paro de formularme preguntas, buscando explicaciones sobre «la naturaleza» y me siento como una sombra presocrática, por así decir. En fin, no pretendo presumir, hablar de la «metafísica de las sombras», pero a nosotras se nos ve en el mundo físico, sobre todo cuando hace bueno, cosa que los números no pueden decir. ¿Alguien ha visto un arpegio o una clave de sol o el número pi en pleno campo un bello día de agosto? Sinceramente yo no. Y todo lo anterior me lleva a pensar en los diversos grados de «ser» y los modos distintos de «ser». Cuerpo y sombra. Niko Sureda y yo. Esa es la cuestión, el meollo del asunto. La, digamos situación en la que me encuentro (nos encontramos en general las sombras) por así decir entre dos mundos, no hace posible, a día de hoy que se dé una conexión entre Niko y yo, ni siquiera mínima. No existe la conexión. Somos dos sistemas independientes; no hay posibilidad de un contacto físico y funcional. Necesitaríamos, como en informática, «la interfaz». Y ni siquiera tenemos la capacidad de acceso, de modo que habrá que esperar al día que eso sea posible.
Veamos: si admitimos distintos grados de «ser» o «modos distintos de ser», ¿quién puede negar a las sombras la posibilidad de «ser» de alguna manera?… Lo dejo así para una posible reflexión.
Yo, Pío, por si el olvido, he querido dejar por escrito constancia de nuestras correrías, las de Niko y mías por este vasto mundo; algo que solo el azar hizo posible de forma súbita e inesperada. Y, por si un posible futuro alzhéimer me pudiera sobrevenir, agarro de la mano a la memoria en París, que es a día de hoy donde se desarrolla nuestro vivir cotidiano. Termino, sin más, esta nota aclaratoria dejando constancia del profundo desagrado que sentimos las sombras por la connotación despectiva, peyorativa, que tiene la palabra sombra: contrario de la luz, oscuridad, muerte, sinónimo de mala suerte… Finalmente decir con mucho orgullo que sobre todo «soy» la sombra de Niko Sureda y quizás la sombra de sus sueños, de los de Nina o de los míos.
CAPITULO I
CUERPO Y SOMBRA; NIKO Y YO
Lo que oímos esta mañana, bien temprano, a través de las ondas hertzianas de la radio de un vecino: Nigts in white satin de Moody Blues. La escalera que se enrosca en semipenumbra reproduce los sonidos de la rue de Chabrol.
París es para Niko Sureda una esponja samaritana que absorbe todo lo negativo. «Los días en París resbalan», murmura mientras levanta el visillo del balcón que se abre al patio; y creo que lo dice complacido porque es muy lacio y tremendamente vago. Niko Sureda observa de pie en la cocina los tejados grises, el azul cobalto oscuro que limpio y frío, roza las buhardillas. A mí me ha parecido ver la sombra errante de un cadáver flotando sobre las nubes en su ascensión hacia el limbo de las sombras.
En esa hora imprecisa entre la noche y el alba, él, tiene que cerciorarse de que ese paisaje parisino sigue ahí. La arquitectura y las buhardillas se lo confirman. «Los días se suceden impregnados de una virtud mágica; nada malo parece poder contaminarlos», sigue pensando al tiempo que experimenta un cosquilleo de felicidad. Sobre la mesa el desayuno que se ha preparado y la caja roja de cartón: blé complet le Peletier, con sus espigas amarillas sobre fondo rojo; Le Peletier como la estación del metro. Y encima del plato la rebanada grande y alargada, con su hilo de aceite de oliva virgen extra de la botella que le dejó el Tapies antes de largarse a Barcelona. Y sigue mirando por la ventana, mojando el pan en el café con leche. Afuera, los ojos ciegos de las fechadas comienzan a hacerle guiños; los vecinos se van despertando y se siente Ventana Indiscreta y James Stewart. Y presiente la mañana que ha de desplegarse aún como una de esas radiantes y luminosas coincidiendo con el último sábado de marzo, de esas apoteósicas en las que cualquiera desearía salir a pasear sin rumbo. Niko pretende ser todo un flâneur, un azotacalles o paseante ocioso y mirón con su Canon al hombro.
Ha dejado caer el visillo y, sin esperar ya nada tras el acecho rápido y furtivo del exterior, se adentra en el pasillo. Y yo tras él. Se produce un tiempo muerto en el que sus pasos se han ajustado a las cerraduras, tres, que ha de cerrar. Y cuerpo y sombra -Niko y yo- nos sumergimos en el vacío de la escalera. Silencio hasta que crujen los peldaños de madera. Oímos pasos. Una tos, luego silencio. Sube Monsieur Mir arrastrado literalmente por su pastor alemán. Nosotros nos hacemos a un lado.
-Excusez-moi, Monsieur Sureda -le dice el viejo.
El anciano comunista, seco y enjuto, va dando tumbos contra la pared que se enrosca en la penumbra. Y es en esta carencia de luz donde se podrían confundir las sombras de los tres. Y rezo para que esto no ocurra, ¡líbreme el cielo!, pues en tales circunstancias quedo por tiempo indefinido como sin sustancia y algo desvaído, habiendo de pasar bastante tiempo para que torne a ser lo que antes era. Y sigo rezando para que no se lleguen a confundir las tan distintas sombras al cruzarnos. Excuso decir que dicha confusión o probable fusión momentánea de sombras de distinto género es de todo: lo peor que a una sombra le puede sobrevenir, desconociéndose aún el motivo que provoca tanto desfallecimiento.
-Excusez-moi -repite Monsieur Mir i Manent dirigiéndose a Niko, afanándose en pedirle excusas por la torpeza del can que sube olisqueando los peldaños de izquierda a derecha, pegando su trufa a ellos.
Niko y su sombra -yo- a duras penas sofocamos la risa. Más no todo es jolgorio, pues andando yo, Pío, sujeto a distintas leyes de la météo que anulan existencia autónoma, sufro lo indecible vagando al son de los imponderables de la meteorología. Añadiré a vuela pluma además que, como se comprobará en adelante, si cotilleo todo lo que pasa por la mente del de Binéfar es porque tengo licencia y puedo, mas sobre todo porque, si no, esta historia sería diferente. Pero volvamos al viejo y al perro.
Observándoles se deduce fácilmente que ambos comparten vejez y cataratas. Nos apretamos contra la pared. Pasa Monsieur Mir con un «bojour» cantarín y escueto.
-Bonjour, Monsieur Mir. ¿Va todo bien? -le pregunta Niko palmoteando el lomo del perro, que mira agradecido desde sus ojos velados.
-Ça marche, Monsieur Sureda! -nos responde el viejo.
Estoy fascinado observando en este momento la sombra que la chepa del viejo catalán arroja sobre la pared. Un movimiento de Niko y quedo yo de repente pegado a una parte de la sombra del viejo y es entonces cuando desfallezco. ¡Qué pesadilla! Oh! quel cauchemar! Ahora Niko sonríe al catalán, que sigue insistiendo que todo va bien.
-¡Sí, sí todo va bien! -dice subiendo un escalón, operación que permite el despegue simultáneo. ¡Qué alivio!, pensamos todas las sombras.
Con el transcurso de los meses, desde que son vecinos, Niko Sureda se ha ido haciendo una idea favorable del coco, del comunista para entendernos. Debo aclarar que aquí y en el resto de la Galia, hartos de comer bien, de un tiempo a esta parte se comen las mitad de las palabras quedándose los no prevenidos a oscuras también. Vayan unos ejemplos: comunista es coco, dormir es dodo, las mozas son nanas, el colega es el mec y un largo etc. que no vendría a cuento.
CAPÍTULO 2
La mañana se dispara
Por la mañana, desde el bostezo primero, la radio de un vecino o vecina: I know de Billy J. Kramer con The Dakotas. Todo sonido Liverpool en la rue Cels.
Más o menos a la misma hora la teniente Marie Santini, alias la Poche, se apresuraba; va con retraso. Cierra la puerta de su apartamento con sigilo para no despertar a su ex que en el descansillo duerme la mona; salta sobre el cuerpo que yace atravesado y sale corriendo; a veces se imagina que la coge por el tobillo y la tira por la escalera, como en esas películas de terror en la que el muerto no está aún muerto del todo. La sombra de la teniente es muy bretona y muy brava y aún así tiene momentos de debilidad y teme.
Lejos, en la Préfecture de Police, en L’Îlle de la Cité, el comisario Moriart anda inquieto; unos extraños sucesos que atañen a varios departamentos ministeriales han hecho que se le haya disparado la bilirrubina desde hace varias semanas. El Secretario de Estado del Interior no para de presionar a la policía encargada del caso, concretamente a su departamento; no solo directamente, sino azuzando, a través de su portavocía, a la prensa contra lo que llama «la ineficacia, lentitud e incapacidad» de un determinado comisario. Sentirse señalado con el dedo le descontrola la tensión y le amarga el carácter de por si irascible, claramente bipolar.
Entretanto Marie Santini, con paso rápido, camina paralela al muro del cementerio de Montparnasse pensando en lo que le espera; se libra de la fina lluvia cuando, después de bajar las escaleras, entra en el metro; sube a gran velocidad, atropellando a los que en fila india avanzan regularmente pero sin premura. La Préfecture de Police está al otro lado de la ciudad y, puesto que el tiempo no da más de si, llega a un punto en que se resigna, agotada, y se dice a si misma que de todas maneras, el día y los sucesivos, iban a ser difíciles de remontar. Ya en la Cité, un ulular de sirenas da la bienvenida a toda una dotación de agentes procedentes de la petite banlieue. Marie Santini pasa como puede por entre los coches y se refugia en su despacho como si fuera su osera; con resignación luterana, antes de despachar con el comisario, examina un informe sobre el incremento de la delincuencia en el extrarradio y otro sobre los muertos repescados en las esclusas con las huellas dactilares defectuosas.
CAPÍTULO 3
La apoteosis del hombre. Disquisición mañanera.
La portera tararea Violetas Imperiales y la del segundo La bamba.
La escalera desemboca en la mitad del amplio zaguán empedrado, que fue entrada de carruajes en el diecinueve. Los de Binéfar, Niko y yo, dejamos a la izquierda el patio de vecinos y traspasamos la amplia puerta azul. Niko nada más pisar la calle siente en sí la total apoteosis del hombre. París lo trasmuta, embriagándole de felicidad. Estamos en la rue de Chabrol, frente a nosotros la escuela infantil con su bandera tricolor. Al salir del portal echa una rápida mirada hacia arriba para observar furtivamente lo que puede haber por encima del cielo. Yo tímidamente lo ojeo por ver si aparece allá arriba la sombra errante de un cadáver flotando sobre las nubes. Y no hay nubes. A la par Niko piensa en plan Lao Tse: «El sentido del cielo es aminorar el vacío y reducir el defecto». A mí la idea de este mundo sin cielo, sin techo, me horroriza; así que le doy la razón. Pero es que a él todo lo de Lao le parece más que bien.»Lo alto es reducido, y lo de abajo es elevado», sigue el hilo del pensamiento a todo lo que da. Y continúa filosofando para sus adentros. Y yo sigo pensando en esa sombra cadavérica rondando por ahí, mientras él compra el periódico.
En ese momento Niko se pregunta: «¿Y por donde camparé hoy? ¿Por qué rutas improvisadas iré, cuál será mi acción?; ¿ me ceñiré a la más pura realidad operativa o, por el contrario, el día se irá desmigando, perdidos los minutos y las horas en un vagabundeo en absoluto productivo?» Y como es terriblemente vago, yo Pío, su sombra, presumo que será esto último.
Doblando la esquina, dejamos atrás la rue de Chabrol. Y antes de plegar el periódico minuciosamente, un titular le llama la atención: «La policía investiga la extraña desaparición del pintor mexicano Diego Escalante de Mejía». Este tipo le suena sin saber muy bien de qué ni de dónde; pero presiente algo como si un ovillo se fuera a ir desmadejando y por alguna extraña razón él tuviera asido uno de sus cabos; frunce el ceño y se apresura a doblar el periódico. Siguiendo la misma rue nos dirigimos al bar donde se compra el tabaco todos los días. Nos hemos parado ante los veladores de la terraza, lo despliega de nuevo y lee todo el artículo de un tirón. Mirando la hermosa plaza de Franz Liszt me parece ver una sombra errante pegada a una de las torres de la iglesia. Niko pone cara de reflexionar, se para, duda; por fin entramos en el bar. Tiene este un estanco incluido y su propia Madame Simon. La madame del estanco es una sonrisa oblicua con un bigotito ralo que le asombra a diario y que le ha de dar suerte durante todo el rebonjour.
Una vez realizada esta obligada operación cotidiana, Niko Sureda dobla la esquina dirección Gare de l’Est. La rue des Petits Hôtels está casi desierta; ya casi en la esquina del marché St. Quintin, parece recordar algo, porque vuelve sobre sus pasos que nos llevan al 106 de la rue Lafayette donde está Le Négatif Plus. Dentro del establecimiento compramos varios carretes a 3’30 euros. Se ha debido acordar de que hoy hay huelga de trasportes, así que bajamos desde el cruce de la rue de Chabrol con Lafayette hacia L’Opéra Garnier; sus pies nos conducen a buen ritmo hasta el Palacio del bel canto y de excelsos eventos danzarines.
– Estoy sur la paille -se oye decir fasciné.
Y como está más pelado que una rata, sin un euro que llevarse al bolsillo, debe buscar a Denis Lagarde con urgencia. Su amigo francés es un buen tipo, de hecho es su mayor benefactor, aunque a ratos Niko le encuentre extraño y taciturno. Recuerda que su capital con él se debe a un golpe de buena suerte que tuvo nada más llegar a París. Los presentó el único y buen amigo que tenía en París, el Tàpies que se fue a Barcelona dejándole el pistonudo piso donde habitamos, La buena estrella hizo que Denis estuviese metido entonces en un feo asunto de faldas, un caso peliagudo de marido cornudo poco receptivo. Sin pensárselo dos veces le dio un susto soberano, tipo milieu, a aquel tipo y desde entonces le cobra los intereses; así son las cosas, una vez por ti otra vez por mí. La amistad es cosa sagrada.
CAPITULO 4
Marie la Poche
It’just because de Gerry and the Pacemakers. Pasaba un idiota con un transistor modelo antediluviano. Más sonido Liverpool.
En la Préfecture de Police, en L’île de la Cité, ese mismo día… el comisario Moriart riega con sumo cuidado unos nefreolepis que tiene sobre el alféizar de la ventana los cuales adornan el paisaje del Sena la mar de bien. Su ayudante, Marie la Poche, así apodada por su tacañería, se detiene ante la puerta cerrada y tras unos golpes asoma su figura redondita de curvas pronunciadas.
-Jefe, la lista que me pidió.
Maria la Tacaña va de calle y lleva unos tomates en las medias a la altura de las rodillas, plan vaqueros estupendos; de la falda le sobresale el forro que lleva descosido, a ratos sí a ratos no.
El comisario, Bruno Moriart, que está de espaldas contemplando las nubes, gira el sillón y, levantando las cejas, la examina con aprobación.
– Si no supiese que es usted de la virgen del puño, pensaría lo que le habrá costado encontrar un disfraz tan apropiado.
Marie sonríe complacida mirándose las piernas.
– Bueno, lo de los tomates es un puntazo y no me costó mucho rebuscar entre los dos pares de medias que tengo. La falda la compré en le Marché aux Puces a buen precio hace de eso unos quince años, y todavía está en buen uso, aunque a veces parece que tiene brillos, según la luz, vaya, por eso me la pongo sobre todo por la noche, los sábados, cuando voy al cine.
El comisario le hace una señal para que se siente al tiempo que cierra los ojos conmocionado. «Si no fuera tan buena en la investigación de calle, ya me la hubiera quitado de encima». No puede evitar mirar el jersey fucsia de lana de angora con unos pelos tan largos que se enrollan formando rastas.
-Creo que están todos; los últimos que vieron al pintor mexicano.
El comisario, tras leer la lista por encima, se queda pensativo y se vuelve a mirar las nubes, lo que aprovecha la teniente para hacer mutis por el foro.
Y, ahora sí, moviendo las caderas, se va buscando la puerta.
El comisario piensa que, vista desde lejos y de espaldas, no estaba nada mal.
-Mañana la quiero decentemente vestida.
-Descuide jefe -le contesta sorprendida creyendo ir estupenda con sus trapos de hace nada. Y haciendo un mohín de disgusto cierra la puerta.
El comisario vuelve a leer la lista. El primero que aparecía era un tal Michel Lebrune nacido en Avignon amigo de un tal Denis Lagarde, afamado fotógrafo.
CAPÍTULO 5
Denis Lagarde
Las ondas hertzianas de la radio que suben desde la portería: Je sais comment de Edith Piaf. La emisora francesa apuesta por hacer patria y las delicias de madame Gineaux que cuece coles de Bruselas a horas tempranas. El día presenta tintes azufrados, me digo.
Niko tiene que localizar a Denis Lagarde, porque está más pelado que una rata. En ocasiones como estas, en las que Niko está con el agua hasta el cuello, es cuando únicamente se recrimina a sí mismo su naturaleza indolente que se extiende hasta el infinito. Solo cuando le ve las orejas al lobo está suplicándole: «¡Venga, tío, mon pote, Denis, un bautizo de nada o dos, que varios pocos hacen un mucho, va!». El resto del tiempo lo dedica a lo suyo, a ejercer como azotacalles con su cámara al hombro. ¡En poco tiempo se ha convertido en todo un profesional, en todo un boulevardier!
Oigo a mi lado que Niko canturrea: Baixan por la font del gat una noia, una noia… pregunta-li com se diu, Marieta, Marieta…, al tiempo que, efectivamente, bajamos las escaleras de la boca de metro de Poissonnière. El chicote de Binéfar y yo tenemos por delante un día claro y despejado. Mete el billete en la ranura y mientras lo hace, saluda al mozo de la cabina. Asoma al instante el billetito y pasamos. El ruido de las vías avanza por el pasillo. Niko apresura el paso, yo me deslizo al son de las notas de un acordeón. De un salto nos subimos al vagón; cómodamente sentados, tragamos a gran velocidad, calles, callecitas, grandes avenidas, amén de toda la vida que bulle por encima de nosotros: Poissonnière, le Peletier, Cadet, Chaussée d’Antin-Lafayette, L’Opéra. En esta última nos bajamos. Otra vez pasillo y escalera, cambios bruscos que me desorientan. Ahora salimos a la luz que se derrama sobre la fachada de L’Opéra Garnier; me alargo y evoluciono hacia la derecha; el sol me proporciona el volumen deseado. Niko mira a su alrededor. Ninguna boca del metro tiene una salida tan espectacular; dispara su Canon una y otra vez mientras canturrea: «La dona e mobile cual piuma al vento…». Ahora Niko piensa en Michel Lebrun porque tiene un abono para toda la temporada operística. ¿Con Gérard Mortier comenzaba una nueva etapa?, ¿se podía afirmar tal cosa?. Niko no lo sabe; lo que si sabe es que fue sin duda un acierto total la decisión de André Malraux de contratar los pinceles de Marc Chagall a fin de que poblara la bóveda de L’Opéra con sus burritos. Ya ven ahí sí estuvo acertadísimo.
Por un instante le tienta la idea de sentarse en la terraza del Café de la Paix; le observo dubitativo, se para y yo también sin remedio. La avenida de la Ópera nos aguarda; la recorremos despacio, disfrutando cada boutique, cada agencia de viajes, cada café, las oficinas bancarias aquí y allá…
Capítulo 6
Michel Lebrune
Desde un balcón abierto suena: It’s gonna be all right de Gerry and The Pacemakers. Y hay un trajín de bocinas, voces, zureos, chasquidos, bicicletas, motos… de ciudad que se despierta.
Niko se ha apoyado en la fachada del BBVA y el sol contribuye a mi bienestar momentáneo de manera que manera que casi llego hasta la marquesina de la línea 17 del autobús. Se ha detenido a encender un cigarro de picadura, cuando de repente, con presteza rara, Michel Lebrune, que viene del Paul, sito en la avenue de L’Opéra, se nos hecha literalmente encima, empuñando la baguette de pan cotidiana, provocando la consabida confusión entre las sombras; algo que sin ser doloroso, fastidia enormemente.
-¡Oh, qué coincidencia! ¡Caray! Precisamente estaba pensando en ti -le dice Niko dándole una palmada en la espalda y silbando de admiración.
-¡Qué bien vestido vas, puñetero! ¡Qué botas tan imperiales! -le piropea al tiempo que observa que son de piel de cocodrilo autentica y se aparta para verlo mejor; cosa que ambas sombras agradecemos con un largo suspiro.
Y poniendo Michel Lebrune, cara de circunstancias, se rasca el lobanillo de la oreja, tiempo que aprovecha Niko para decirle:
-¡Qué! ¿Hacen unas birras?
Se ve que el pintor está en otros asuntos; y se lo hace saber; tiene que ir a la rue de Seine, porque ha concertado una cita con un galerista y antes ha de pasar por el barco a recoger una carpeta y arreglar unos asuntillos.
-¡Claro, amigo! Lo primero es lo primero ¡Suerte! -le dice Niko a modo de despedida mientras observa el paso cimbreante de una parisina alta con andar de pasarela.
Cualesquiera que fueran las circunstancias, Niko procuraba no mostrar su contrariedad. Había dado por descontado un aperitivo a su cuenta, mais… Y secundado por mí nos separamos de él.
Capítulo 6 bis
Michel tararea Las hojas muertas.
Michel Lebrune es un pintor que busca «cota» y Niko considera que llegará lejos, porque su familia tiene posibles y, aunque el sol sale para todo el mundo, esto no es así en el negocio artístico. Cuando Niko le llama Capu o bien pringa pinceles no parece afectarle en absoluto; lo que me lleva a pensar que este tipo es buena gente. Si yo, Pío, tuviera que describirle, diría que tiene una piel espesa, muy varonil, que es un hombre muy interesante para las señoras y que se las lleva a todas de calle. Niko apostillaría, indudablemente más pragmático, que es porque está bien dotado y lo ha constatado en innumerables ocasiones, cuando de madrugada se mean en las bocas de los metros o directamente en el Sena.
Presumo que Michel Lebrune, con paso apresurado, se dirige al Louvre para, y después de atravesar el patio posterior, cruzar le Pont des Arts y, una vez cruzado, llegar a la margen izquierda del Sena donde tiene su barco-estudio-gabarra. Defendiendo su gran independencia, va ligero y comedido, a la vez que ilusionado.
Ha debido llegar al Pont des Arts. Quizás espera cruzarse con la Maga o con Oliveira; Cortázar y sus mundos quedaron por ahí.
Pero ahora él no está para contemplaciones; su paso rápido denota ligereza y la ilusión de quien busca «cota» en París. Intenta abrirse paso en el mercado del arte. No es fácil, ¡no!, aunque tiene la enorme fortuna de estar podrido de dinero y eso no solo ayuda, es imprescindible. Sabe de sobra que, en el mundo del arte, quien no la tiene no es. Simplemente. Las obras de arte no existen si ellas no se hallan en los mercados bursátiles de comercios exteriores e interiores. Ambiciona la fama, el poder y el reconocimiento que ello conlleva, cosa que Niko no llega a comprender. Si él estuviera en su pellejo, se conformaría con dilapidar la fortuna familiar. Protegido por ella, en verano, Michel partía con su barco hacia Avignon y, aprovechando el tirón del festival, vendía directamente en un local muy simpático que tenía en propiedad.
Desde donde está ya debe divisar todo el esplendor que mostraba su Dodo, de imponente casco negro y rojo que contrasta con el naranja del barco de los servicios de auxilio ribereño. Michel está orgulloso de su barco; dispuestas sobre la cubierta, unos muebles de teca se mecen y unas sumisas y emigradas plantas tropicales sugieren aspecto de hotelito con encanto, tan en boga en París.
Debe bajar las escaleras para acceder al muelle; una lancha rápida de la policía lanza ondas, olas verdes, forzando la pasarela de madera que se mueve de derecha a izquierda mientras el barco sube y baja soñando que está en el mar. La pasarela cruje toda con delicadeza, y desciende por ella hacia el vientre del Dodo al tiempo que dirige la mirada a la derecha. Por los ojos de buey ve como brinca el agua picada; por el escaso nivel del agua el muelle se eleva.
Ya dentro se contempla en la lustrosa tapa del piano del centro de la sala, echa una mirada a la pista despoblada de mobiliario: observa la batería, las guitarras y los amplificadores como duermen, dodo, se sonríe, dodo, mientras descubre de pronto, en el suelo, el cuerpo del pintor mexicano Diego Escalante de Mejía con los ojos abiertos y más tieso que un palo rodeado de los restos de la fiesta. Dodo: dormir y ¡bien dormido que estaba el mexicano!
Capítulo 7
El muerto
Pasa un joven montado en bicicleta silbando: Do wah diddy de Manfred Mann.
Los de Binéfar como que presentimos las cosas. Lo digo, porque no me causara buena impresión la sombra de Michel allá por L’Opéra; se la veía saltarina y no de gozo, y como tampoco la meteorología estaba para celebraciones pensé que algo iba a ocurrir. Y así había sido.
Al finado Diego Escalante de Mejía, Michel Lebrun, el pringa pinceles, lo había conocido en la galería Kuku de la rue de Seine con la que estaba en contacto para fijar condiciones y posible expo en el otoño. Monsieur Leblanc, el galerista, los había presentado. Habitualmente diego Escalante de Mejía vivía en Amsterdam y ocasionalmente traía su trabajo para exponerlo en la galería de Monsieur Leblanc. Su imponente obra era objeto de atención tanto en la prensa de Holanda como en la de resto de Europa, raramente en París, dado que de un tiempo a esta parte la crítica de arte había desaparecido misteriosamente de la prensa escrita, del mismo modo que había habido una fuga masiva de marchantes. Me han dicho que, de esa clase de marchantes de los de antes, en París solo queda uno con muchos posibles y que por ello se podía permitir ejercer por libre y a su antojo.
Capítulo 8
Un muerto que no interesa a nadie: un muerto sin sombra
Esta mañana la vecina del tercero A, madrugadora, con su pic-up: Tha’s what i said de The Dave Clark Five nos ha amenizado el desayuno. En la rue de Chabrol no nos privamos de nada. Hoy no tenemos otro objetivo que callejear a placer.
Michel Lebrun, el Onassis de la pintura, ha intentado en vano localizar a su amigo español durante toda la mañana. A estas alturas ya sabrán que lo sé por la sombra de Michel, que dicho sea de paso es un tanto sarasa y guasona y socarrona do las haya, que una cosa no quita la otra. Le llamamos Capullito de alhelí. ¿Ya entienden?, de tal Capu… no podía ser menos Y, aunque primitivo, es cuando menos curioso el sistema ciego con el que normalmente, en condiciones favorables, nos solemos comunicar las sombras, sombrajos y toldillos. Viene a cuento porque el de Binéfar, Niko, se niega en redondo a llevar un aparato de esos en el bolsillo del pantalón. «¡Y además con vibrador!». Y, por conseguir la libertad que perseguía tan celosamente en su perpetuo deambular, tuvo que afanarse un tanto en la fabricación de una exhaustiva lista de la que proveía a todos: amigos o clientes. En ella se revelaban los números de teléfono de todos los bares del París que él frecuenta, formando un mapa muy concienzudo de por donde suele zascandilear.
-¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Que se molesten en buscarme! -suele decir-, porque vamos a ver, ¿cómo se puede estar callejeando a placer de esta manera como un auténtico vagabundo compuesto y aderezado para tal menester; cómo se puede estar conectado con lo que nos rodea; cómo pensar con rayana claridad, si uno está enchufado, atado, localizado como un mostrenco?
Pero este día Michel está verdaderamente desesperado y se acuerda de la madre del fotógrafo que es de Palamós. Mientras tanto Niko piensa que «en general la gente está cada vez más tarada». Ahí estoy con Lao Tse, que dice que no se deben cultivar los conocimientos ni el arte, sino la conciencia de la conexión con la naturaleza. Ahí, ahí es donde únicamente quiero estar conectado, sí señor. Lo que más me gusta de Lao o de Po Yan Li es que no teoriza sino que «muestra el camino». ¡Andarín, Lao Tse!
Niko está fotografiando el puente Louis -Philippe y cuando vagabundea por París es ya un auténtico flâneur, genuino al cien por cien; a Breton se le caería la baba, porque además filosofa continuamente en ese deambular tan vivaracho.
A media tarde, el tal Michel consiguió por fin dar con en él en el Ruc. Le dijo textualmente:
-¡Mec, estoy destrozado! ¡No te puedes imaginar! Je mange de la vache enragée! Y que estaba en un buen lío.
A través del aparato la voz de su amigo rezumaba terror y canguelo.
El asunto ya conocido se lo resumió sucintamente de esta guisa: resulta que un pintor mexicano, el muy hijo de su madre, se había inyectado no sé qué porquería en su barco, en plena fiesta y estaba más tieso que un palo. Niko le dijo que ni se le pasara por la imaginación llamar a la pasma, a los polis, flics o a cualquier cosa que llevara uniforme. Michel estaba aterrado. Y Niko se iba cabreando a medida que le escuchaba. «Es que lo estoy viendo; tembloroso, llorón y sorbiéndose los mocos. Es algo que no soporto», masculla entre dientes. Le fastidia sobremanera su espíritu pusilánime y le suelta:
-Reacciona, colega, tío, que parece que estés sin romanizar.
Y a continuación, aquello que le gusta tanto y que oyó en algún sitio:
-Los pueblos que hemos sido romanizados tenemos muchos recursos y los que no, pues ya se sabe: son muy brutos y no tienen picardía ni pizca de ingenio.
En otras circunstancias Michel Lebrun se habría sentido ofendido, él que presume tan de la Galia de toda la vida, los más romanos del Imperio, pero el pobre no daba para más y menos para sutiles ironías. «El muy… zopenco no entiende nada de lo que le digo aunque más vale, pensaba Niko al tiempo que se frotaba las manos. Sale de la zona de fumadores del café Ruc. De inmediato se iba a poner en marcha. Le iba a cobrar bien el trabajito. Saca del zurrón el cuadernillo y apunta: café Ruc, sito en el 159, rue Saint Honoré. Mira el ticket: aquí el camarero se apellida Urukalo, ¡la madre del cordero! Por el Johnnie Walker me han clavado 9 euros o sea 59, 04 francos; por el TVA, el 19 % y encima me dan las mercies: Merci de votre visite. Â bientôt. «Siempre es de agradecer que la gente se ponga fino con uno».
-Lo que pasa es que en el fondo soy un señorito -dice en voz alta.
La información de los tickets era de suma importancia para él, auténticas fichas que pasaba al mapa de sus vagabundeos. Piensa en Nina, su piba; a estas horas la supone trabajando justo ahí al lado en La Samaritaine.
Michel le ha dicho que en este momento tiene el barco en la margen izquierda amarrado en el quai de Conti. De modo que sale del metro frente a La Samaritaine -piensa en Nina; saluda al Vert-Galant, ese don Juan pillín apoltronado en la estatua ecuestre- y, después de atravesar el puente, baja por las escaleras hasta donde estaba su amigo el pintor, al que no le llegaba la camisa al cuerpo.
-¡Hala, hala, vamos, quita esa cara de cenutrio, que ha llegado tu auxilio ribereño! -le dice Niko saltando sobre la borda del Dodo.
Desde aquí, le Pont-Neuf es fuente de suprema belleza; los pilares limpios, recién restaurados; la piedra que reluce blanca, impoluta, la que se enciende en las noches de verano por los reflectores de los barcos que pasan descubriendo los besos de los enamorados.
-¡Dios sea loado, qué bien vives!, continúa al tiempo que baja la escalerilla.
Un olor apestoso le abofetea sin miramientos.
-¿Desde cuándo está aquí, so cerdo? A ver si te han largado el muerto cuando has salido a por el pan y los cruasanes. Mira que tú eres un poco capullo, ¿he?
El Capu se sonroja, negándolo con la cabeza mientras aparta la mirada del fiambre con repugnancia. Le había vuelto el tembleque y farfullaba como tonto de pueblo y señalaba el piano y uno de los amplificadores que efectivamente tapaban al mexicano.
-Buenooo, lo admito, puede ser que saliendo del camarote y desde ese ángulo no te apercibieras de nada. Es posible. ¿No lo habrás cambiado de sitio, eh, Capu? Que luego estas cosas se tuercen por cualquier tontería. ¡Vaya, mira, aún con el rigor mortis el mexicano tiene un físico de galán!, ¿no te parece?
El Capu le miraba con asombro, con las cejas circunflejas y con un hilito de baba en la comisura de los labios. El pobre diablo no entendía nada y menos que el otro se tomara el tema tan a la ligera. De pronto Niko cae en la cuenta de que la fiesta fue hace más de una semana.
-So animal de bellota, ¿el olfato lo tienes averiado? ¿Cómo has podido estar aquí con este fiambre sin morirte de un cólico miserere?
Zarparon a toda prisa. desde el principio este asunto a Niko lo deja frío, pero se apresta a ayudarlo pensando en los futuros dividendos que ello le depararía. La idea, nada original ni brillante, consistía en tirar el cuerpo del mexicano en algún lugar lo más lejos posible de París. Francia es, a nivel de ríos, de esclusas, un paraíso.
CAPÍTULO 9
Antes de embarcar vemos al cretino del tercero B hacer pilates frente a la ventana del patio de vecinos con el Hippy hippy shake de Swinging Blue Jeans.
No tardó mucho Niko Sureda en convencer al Capu de lo conveniente de hundir el fiambre, a ser posible, en un lugar vasto y húmedo. Antes le aconsejó comprar algo de cemento, elemento imprescindible en un caso como este, amén de las vituallas en cualquier delicatesen. Y como es bien sabido que el Sena desemboca en el Atlántico, para allá que nos vamos en el Dodo. que se desliza potente y altanero. Así pues, rodeando l’Ìle de la Cité ponemos rumbo hacia el puerto de Le Havre. Debido a que el sol está bajando, no se ve nada ni a un lado ni al otro de ambas riberas, hecho desafortunado que deberían conocer los turistas desprevenidos. Varios puentes después, aparece, de pronto, el Pont de Mirabeau (ya veremos más adelante como Niko, a veces, se siente muy próximo a él). Y es por ello que sonríe y se le ve alegre y despreocupado y, cuando después de pasar l’Île Saint-Germain se topan con l’Ìle Seguin no puede evitar un:
-¡Oh, qué milagro, sin duda la isla do habita M. Seguin! ¿Estará también su cabra o se quedó en el Midi, concretamente en el molino, con Daudet? ¡Hay cosas que de tan enigmáticas no tienen respuestas!
Las islas que vamos dejando atrás salpicadas de verdes tramos, se le figuran pastos frescos de dulce hierba para esta cabra en particular. Así elucubrando pasó un buen rato. Unas cuantas leguas marinas más y dejamos a la izquierda el parque sin duda más potentado del mundo : el de Boulogne-Edmond de Rothshild; después se desplegó ante nosotros la mancha lujuriosa del Bois de Boulogne; el Sena continua verde manzana mientras seguimos avanzando. Pasamos otra isla y desde allí tomamos la esclusa de la izquierda; pelín arriba, ya estamos cerca de Clichy. Venga meandros, vueltas y más vueltas. Casi hasta la desembocadura todo fueron puentes, islas y esclusas por doquier. Cuando llegamos a la altura de l’Ìle de Saint Denis, a mí, Pio, no me queda más remedio que pensar (ya que otra cosa no podemos hacer las mortales sombras) en una buena aspirina efervescente para el dolor de cabeza y en una biodramina para el mareo. A pesar de lo mal que me encuentro, puedo darme cuenta de que Niko se extasía cuando llegamos cerca de Argenteuille. No es de extrañar, pues, que una vez traspasada una isla con forma de lagarto, toda verde ella también, descubramos l’Île des Impresionistes, ¡no podía ser de otra manera! Seguimos avanzando hacia la desembocadura del Sena.
De repente, Poissy. La sombra de Michel anda zascandileando sobre la popa; sobre ella y todo a lo largo que la luz postrera del día me permite, intento sobrevivir al desánimo, pues a lo lejos unas nubes grises no presagian nada bueno. Se ha levantado un airecillo que yo agradezco sobremanera. Me debí dormir, porque cuando vi l’Ìle de Bouche anochecía. Niko bebía cervezas doble malta a destajo. Fondeamos cerca de la Route de Giverny.
¡Oh, cielos! ¡Giverny! -exclama Niko. Y se traspone pensando en los invitados que pasaban por el comedor de Alice y Monet; la lista es interminable: desde Cézanne, Pizarro, Renoir, Johnn S. Sargent, Theodore Earl Butler, Berthe Morisot, Degas, Rodin, el mismo Clemenceau, Durant-Ruel, Sacha Guitry, Mary Hunter, Charlotte Lysès; hasta Gallimard y Charpentier… Amigos que además dejaban sus recetas como la bullabesa de merluza de Cézanne, la chuleta de cerdo Sacha Guitry o las cebollas blancas rellenas de Charlotte Lysès. Niko volvía a extasiarse:
¡Oh, adoro esta ruta! ¡ ¡Bendito sea Dios! ¡La más pictórico- gastronómica del mundo! -exclamó. Y después- ¡Viva Monet!, viva las gabarras estudio!, ¡viva el impresionismo!, ¡viva Argenteuille!, ¡viva Giverny! y ¡viva el huerto que Florimond cuidara con pasión!
Después de esta declaración tan sentida, Niko pasó un buen rato pensando en aquel comedor amarillo de los Monet, decorado con estampas japonesas, con vajillas primorosas y cuberterías de plata, en los centros de mimosas o de cualquier tipo de rosa, cortada por el jardinero de la magnífica rosaleda que avanzaba como un incendio por el jardín. También pensó en el bueno de Florimond, en las hermosas hortalizas de su huerto; hasta creyó sentir los olores de la ajedrea, del tomillo, de la hierbaluisa, del tomillo, de la menta… Cenaron como príncipes y durmieron como bellacos; el mexicano, literalmente cubierto con bloques de hielo. Cuando a la mañana siguiente Niko se apercibió de que, nada más ponernos en marcha, aparecía ante nosotros el puente de Clemenceau no paraba de repetir: ¡Qué ruta tan pictórica, que bárbaros estos galos! Y le explicaba una y otra vez al pringa pinceles lo que este ya sabía, como todo el mundo, que Clemenceau, siendo primer ministros y gran amigo personal de Monet, le consiguió, tras oportuna donación de este, el Museo de L’Orangerie para que sus ninfeas hicieran una paradita para toda la eternidad. ¡Olé los amigos majos, sí señor!
-¡Aprende, Capu, por donde van los tiros, que si quieres tener «cota» hay que espabilar, te lo digo yo!
A todo esto el Capu no levantaba cabeza; el cuerpo del mexicano lo traía a mal traer. Aquella mañana era un lujo de colores, las manchas de los campos bien delimitados en diversas tonalidades eran a ratos Paul Klee a ratos Mondrian, aunque algo difusos por la niebla. El río seguía su curso como era de esperar; nosotros hacíamos lo propio; llegando a La Porte-Joie nos dio la risa floja, porque el mexicano tenía, a día de hoy, un color indefinido que hacía juego con el paisaje.
Rouen aparecía y desaparecía. «Los meandros son así», pensaba yo. Nada más ver el quai du Havre ya supimos que nuestro viaje tocaba a su fin. Llegamos al último meandro; cerca, Port Jerôme y a la izquierda, antes de la desembocadura si no recuerdo mal, a la altura de un lugar llamado Berville-sur-mer, el Sena ya anunciaba algo más de caudal; el verde del agua se vuelve azul marinero; no obstante el margen se mantenía aún río-río. Fondeamos por allí; haría falta que pasaran bastantes horas para poder, con el amparo de la noche, deshacernos del cuerpo del finado. Michel, el pringa pinceles, yace desmadejado en cubierta; mientras, Niko se va bebiendo una botella de Pastis a pequeños sorbitos al tiempo que canturrea: «Es el Cola Cao desayuno y merienda, es el Cola Cao desayuno y merienda ideal… Cola Cao Colacao» Y temo, porque el Pastis o cualquier bebida dulce sin rebajar puede sentarme mal.
Pasaron las horas. Sé que eran las doce en punto porque lo dice el de Binéfar de pronto, levantándose de un salto y yo con él:
-Son las doce, ha llegado la hora bruja. que todas les sorcieres nos protejan. ¡Dios lo quiera! Amén.
Y arrastrando a Michel, que tenía, podríamos decir, un pedo seco, ya que a pesar de no haber bebido nada andaba a trompicones, bajamos a la bodega. A falta de luz el capullito de alelí y yo no somos nada, pegadas, ceñidas a sus cuerpos. Al instante observamos con asombro que el cemento que con tanto empeño habían horas antes dispuesto sobre, bajo y alrededor de los zapatos de Diego Escalante de Mejía estaba fresco y chorreando agua. ¡El cemento se ha licuado como pasa con las reliquias de los santos!
-¡Ingrato mexicano! -brama más que dice-. ¡Monstruo insolente! ¡Es un milagro del mosén de Barbastro, si no ¿qué es esto, eh, Capu? Sabido es que este procedimiento tan usado por las mafias de uno y otro confín que un cuerpo sumergido en cemento se desintegre por completo con el paso del tiempo, de modo que, aunque hubiese fraguado, el finado habría terminado, al quedarse sin pinreles, por salir a la superficie. Y yo me pregunto: ¿qué tontería hemos hecho?; ¿no sería acaso hormigón lo que tendríamos que haber usado, si lo que pretendíamos era que se quedase clavado en el fondo del mar cual estatua de la Libertad? ¿Y de dónde habríamos sacado una hormigonera? De todas formas este cretino no se merece tanto preparativo. ¡Que le den morcilla!
Michel, por lo bajini, que no tenía el pobre ánimo para nada, repetía:
-Mon Dieu, quelle horreur…! Mon Dieu quelle horreur!
-¡Déjalo ya! ¡Pánfilo de Monzón! ¡Que te arrugas por nada, enano de mierda!
Subieron a continuación el cadáver por la escalera de madera, que quedó hecha un asco, con pegotes de cemento y agua de litines. Una vez en la cubierta, el chavalote de Binéfar ata alrededor del fiambre, sin pensárselo dos veces, todo metal pesado que encuentra a mano.
-¡A la porra! ¡Ya está bien, hombre, pues vaya un follón de tío! ¡Minuscule de merde! -dice al tiempo que tiran como pueden al mexicano por la borda. Después se fueron a faire dodo.
Cuando los primeros rayos de la mañana despiertan a los dos amigos, nosotras, el capullito de alelí y yo, nos esponjamos; es asombroso ver esa metamorfosis: sin luz no somos nada, esa es la pura verdad. Niko se estira de gusto y yo con él. El día aparecía sereno, limpio, dominguero.
-Era la alondra la mensajera de la mañana, no el ruiseñor…! -declama-. Las candelas de la noche se han extinguido ya y el día bullicioso asoma de puntillas en la brumosa cimas de las montañas…
Michel le mira desconcertado y otra vez con cara de asombro.
-Acto tercero, escena quinta de Romeo y Julieta -dice Niko al tiempo que se lanza sobre el desayuno a base de delicatesen de la firma Fauchon, lo más de lo más de la Place de la Madelaine.
Michel, más calmado, ha vuelto a poder tragar de nuevo; anoche ni la saliva le llegaba al galillo. Antes de volver a París deciden darse una vuelta por Le Havre. Desde donde estamos, observan que el Sena se abre como si Ali Babá hubiese dicho lo que todos sabemos. ¡Majestuoso el puerto de Le Havre!
CAPITULO 10
MARIE, MARIE
Me ha parecido oír a Billy Holliday, pero no, es River of tears de Madeleine Peyroux. La radio del Dodo hace ruidos entrecortados y silva como los gomeros. Hoy tenemos todo el tiempo del mundo para hacer el indio, surcando el río.
En vista de cómo están las cosas en la comisaría, la teniente decide hacer guardia en el Pont-Neuf; hay días en los que resulta más saludable salir a tomar el aire. Esta vez ha echado mano de su variopinto vestuario para hacer ese trabajo de campo. Y, como tiene debilidad por el jersey de rastas y el clima así lo aconseja, encima se ha puesto, además, un poncho también de angora que le da un toque esquimal poco aconsejable para pasar desapercibida; las botas atigradas le tapan a duras penas los tomates de las medias de nailon. Se ha mirado en el espejo de esta guisa antes de salir de casa y complacida ha tomado el metro. Se baja enfrente de los almacenes de toda la vida, respira hondo y se siente bien. Saluda a la escultura equestre y baja las escaleras hasta el río. Ha desplegado un periódico sobre el empedrado y se sienta apoyándose en la pared del jardincillo. Tiene todo el tiempo del mundo para esperar que algo suceda. Durante toda la mañana el Sena sigue su curso; los turistas, sentados en la parte alta de los Bateaux-Mouche, no paran de sacarle fotos a esa extraña criatura vestida de esquimal.
Por su parte Marie está como ausente; no quiere hacerse mala sangre pensando en los problemas familiares que le provocan a diario sofocos inconfesables; por eso se entretiene lanzando maíz a las palomas. Se da cuenta de que es mediodía, porque el Sol, despiadado, como de otras latitudes, retuerce las rastas que quedan tiesas al tiempo que un chorrito de sudor le corre por la espalda. Saca de su bolso algo envuelto en papel de estraza. Mientras se toma su bocadillo de huevo frito con pimientos y salsa de tomate, observa con asombro que tamaña operación es seguida con curiosidad por un matrimonio italiano que aplaude abiertamente cuando termina, sin el menor contratiempo, de incarle el diente a la yema, solo una pizca de salsa roja se desliza suavemente hacia la barbilla. Ella se inclina agradecida:
-El tomate es muy escandaloso por lo del licopeno… -dice la bella teniente.
La mañana y el resto del día fueron infructuosos, pero qué bien se estaba en el río, dejando pasar el tiempo…
Ya de vuelta en comisaría, celebra una reunión con los distintos agentes encargados de seguirle la pista al Dodo. Indiscutiblemente el Dodo se había esfumado de las riberas del Sena.
CAPÍTULO 11
EL REGRESO
Desde la radio del Dodo : I’ll keep you satisfied de Billy J. Kramer.
Yo, por si alguien le interesa, hice este pequeño crucero tumbado a la bartola, de la proa a la popa, rodeado de brisas ribereñas. A la vuelta, Niko ya sabía que en Michel tenía su más descomunal despensa, la cruz roja más solidaria. El asunto estaba zanjado. No volverían a hablar del tema. Pero, por suerte para Niko, iba a estar ya para siempre entre los dos el cuerpo del mexicano. Como había desaparecido de París sin dejar rastro, Nina estaba preocupada. Nina era su pibita como le gustaba llamarla. Nada más atracar de nuevo al lado del Pont-Neuf la llama desde La Frégat, toma nota en el cuadernillo, sita en el número 1 de la rue du Bac. Como bien había supuesto, estaba enfurruñada. No le da ningún tipo de explicación. Es más, se hace el ofendido; eso le daba, por lo general, buen resultado. Estuvieron hablando durante un buen rato, que si esto, que si lo otro, que si es que no se podía perder dos días; que no tenía por qué darle cuentas de nada, etc, etc, etc, Normalmente ella reaccionaba de otra manera, por eso Niko se da cuenta de que realmente había estado inquieta, las mujeres tienen ese sexto sentido extraño. Había olfateado el peligro. Al otro lado del teléfono, Nina al final oye que le canta:
-¡Ya estoy aquíii, no te amuines, mujerrrrr… !
Total, que la cosa se calma enseguida porque su chica es buena gente. Niko, en el desarrollo de este folletinesco asunto, ha hecho gala de su impávida serenidad. Quedaron en que él pasaría a recogerla al trabajo por la tarde y se tomarían unas copas por ahí. Dentro del café se toma su tiempo y desayuna plácidamente.; sus ojos verdes se admiran ante lo que tiene enfrente, Le Pont Royal, el Quai de las Tuilleries, siempre el Sena. Ha comenzado a llover quedamente. Piensa en el mexicano en el fondo del río y en los verdes prados del Edén. Ojea la prensa y no aparece nada: ¡buena señal! Después de zamparse un reparador piscolabis, Niko va andando despacio por los quais, como un genuino flâneur, como si reinase por estos territorios desde la época de los romanos. Consciente o inconscientemente iba en dirección al Départ de Saint Michel. El primer dinerillo que le había proporcionado este asunto le quemaba en el bolsillo. Había una tirada pero no tenía prisa. Cuando llegó se sentó en la terraza viendo pasar a los estudiantes, estaba oscureciendo como a cámara lenta y como si el tiempo se hubiese reencarnado en un pulpo y todo estuviese del revés, incluso las horas, y que estas fuesen tinta de calamar; sentía que le iba abandonando la tensión de esos dos últimos días y que su cuerpo se llenaba otra vez de indolente pereza, es decir, tornaba a su estado natural. Una tormenta amenazaba la mañana. Tomó dos o tres cervezas. Busca en el periódico algún rastro del mexicano y nada.
-¡Estupendo!, se dice y sonríe beatíficamente.
Cuando Niko tomaba unas cervezas, su pensamiento podía ir en cualquier dirección. «¿ Por qué demonios hemos hecho la vida tan difícil, cuando la naturaleza lo tenía todo bien preparado para servirnos? Abogo por la inacción, ¡viva la no intervención!, ¡viva la vida sencilla! Hemos impedido que las cosas sigan su curso natural y la hemos jorobado bien. Wu wei repetida una y mil veces, no intervenir, no actuar, una y mil veces repetida, wu wei, wu wei. Solamente ser un aficionado a la sabiduría, wu wei: amén. El cristianismo lo enredó todo. La sabia naturaleza se arreglaba perfectamente ella solita: todo lo ordenaba. Las religiones occidentales dividieron el mundo en buenos y malos; y el concepto de culpa lo termino de rematar. El malo siempre es ateo, pero no por que no crea en Dios, ojito, no, si no porque no lo posee. leí en alguna parte. ¡Qué extraña y estúpida teoría!» Niko se marcha a casa destrozado y solo piensa en dormir, y yo, Pío, en quedar bajo la cama reducido a nada.
Capítulo 12
Le Marly. Segunda disquisición mañanera
La casete del jamaicano que trabaja en la imprenta a ras de calle: Good Golly Mis Molly de The Swinging Blue Jeans; y esta vez nos pilla cerrando la puerta del piso.
Siguiendo la ruta de siempre a estas horas de la mañana, andando, andando, piano, piano, nuestro muchachote ha llegado al final de la avenue de L’Opéra. “¡Ah, esas terracitas de la Place Colette!”, piensa conmocionado al pasar. Acabamos de llegar a la rue de Rivoli (ahora mi silueta es perfecta, mas al poco ya no será lo mismo), atravesamos le Passage Richelieu y todos los bellísimos cristales del genio oriental-americano o del americano-oriental del que nunca recuerda si se llama Li-po o Li-pi o simplemente Pi, lo atraviesan por doquier. De la oscuridad pasamos al resplandor, de ateo se convierte en creyente. Este lugar único le fascina y aun antes de conocerlo in situ sabía que para siempre sería el ombligo del mundo para él. Mira el reloj y palpa el fajo de billetes que tiene en el bolsillo. ¡Vaya un trabajo bien hecho! La visión del fiambre mexicano en el suelo del Dodo no le ha quitado el sueño. Diría más bien que ha dormido a pierna suelta y como un bebé. Busca en el otro bolsillo y saca unas monedas.
-No importa, no importa -oigo que se dice-. Dios siempre provee a los ateos de este perro mundo -y- ¡Dios aprieta pero no ahoga, así pues: bendito sea Dios!
Y no pudiendo resistirse por más tiempo, tras heroicos esfuerzos se da el gustazo de sentarse en el Marly, ¡lugar sagrado donde los haya!, ¡Olimpo de los dioses! Todas sus pretensiones y anhelos se ven cumplidos -lo conozco de sobra-. Se le ve feliz y satisfecho; ha escogido una mesa justo detrás de la balaustrada abarcando así toda la pirámide mientras yo languidezco escurriéndome sobre las losas del suelo.
-¡Que mi materia se convierta, ahora, en este instante, en polvo muy sutil y muy ligero! ¡Que nada estorbe este acto de purificación que exalta la magia y los ritos más herméticos! ¡Soy el gran sol y el nuevo templo del conocimiento! Y pienso, y me desvío, en el modo de acceder a los cuerpos y a los corpúsculos. Se debieran comprender en esta paz, sin duda, las verdades originales que, barrunto, no acuden en mi ayuda en momentos como este.
Sin darse cuenta ha puesto el pie derecho sobre la balaustrada y a continuación el otro, repantigándose con descaro, poniéndose cómodo.
-¡Este lugar prodigioso tiene la propiedad de ponerme en trance! ¡Qué bien se está aquí; si pudiera me compraba una parcela, una parcelita de nada, por todos los siglos de los siglos!
Esta explosión tan honesta y entusiasta lo ha puesto al borde del colapso y observo que a los viandantes también.
-Fascinado, estoy absolutamente fascinado -prosigue con desparpajo sin nada de pudor.
Las palomas entran volando desde la plaza y raudas por los techos abovedados juegan al escondite, sucumbiendo a veces a las turbulencias interiores. Los gorriones lo mismo están sobre la balaustrada que dando saltitos por el suelo, sucumbiendo a veces, también, a las turbulencias interiores. El sol que se refleja en la pirámide se dispersa desde ese centro en todas direcciones; algunos rayos le calientan los ojos que tiene cerrados, ofrendados a su tibieza.
Aunque es temprano, pide una birra que le puede salir por quinientas o mil pelas de las de antes y lo veo calcular y debe pensar que sí, que llega, porque el fajo de billetes es intocable. “Aunque por eso mismo habría comido a mediodía una deliciosa vienesa de atún en cualquier Paul. Es igual”. Ya ven, de tan lacio le da todo lo mismo.
Capítulo 13
Memorias de guerra
Hemos dejado la casa, bajando los escalones de dos en dos mientras quelas ondas hertzianas de la radio de la portera suben y suben hasta las buhardillas: Les mots d’amour de Edith Piaf.
Mientras Niko y yo desmigamos el tiempo sentados en el Marly, observando la cola de turistas que rodean la pirámide de cristal para entrar en el vestíbulo del Louvre, el viejocomunista y su perro suelen, a estas horas, bajar a la calle a comprar el periódico, tabaco de pipa, mixtos y unos caramelos de menta para la tos. Tras echar este la meadita en algún alcorque, vuelven a casa; y así todos los días. El viejo vecino una vez tomado el refrigerio matutino, pan migado con leche, inmediatamente, le lee al can la prensa en voz alta, comentándole los fragmentos más jugosos o los sucesos a su juicio más interesantes. El pastor alemán asiste a la lectura con abnegado silencio: toujours c’est la même chose, le había contado a Pío la sombra de Cándido que así se llamaba el can. Al rato se duerme. Entonces el anciano se sienta en su desvencijado sillón de terciopeloy se apresta a escribir en unos cuadernillos sus memorias. Memorias de guerra, de la civil, memoria de la República, memorias de exilio, de dolor y de muerte.
Utiliza una gruesa lupa: el ojo sano tampoco le sirve de mucho; debe darse prisa, pues. No quiere desperdiciar el poco tiempo que le queda. Una prima, la única familia que tiene ahora en Cataluña –en París tampoco tiene a nadie-, le mandó unas Navidades, hace de esto ya unos años, la lupa que le había encargado en Londres a unos amigos también exiliados, pues en España no tenían de ese tipo de aumento.
Va por el tercer cuadernillo. Está repasando unas viejas cartas recibidas en la cárcel de Santoña y las fotos sepia repartidas por las paredes de la habitación. Escribe a mano con una letra diminuta, en renglones apretados, inclinadas las palabras hacia la izquierda, como no podía ser de otro modo, quedando la escritura menuda despeinada como por efecto de la tramontana, igual que los árboles del Ampurdán. Cuando lo hace, que es por las mañanas hasta la hora de comer, se pone la boina, enciende la pipa y se calza las babuchas; los caramelos a la izquierda y el cenicero a la derecha, sobre la mesa camilla situada frente al balcón que da a la rue de Chabrol. Habla en voz alta con su perro, que duerme, y le pide consejo en vano. Cuando tiene que hacer una pausa para pensar intentando recordar algo que se le escapa, se distrae mirando, dejando resbalar la mirada a través de los cristales. Ahora piensa en su joven vecino y en los ratos que han pasado juntos; le gusta hablar con él; le agrada oírle hablar el catalán, ese acento tan fuerte para los castellanos pero tan dulce para él. Y compara las palabras: pit o pecho, paraulas o palabras, cadira o silla, y así. A sus pies Cándido sueña a ratos moviendo los ojos, a ratos apoya la trufa en el suelo y mira a su amo de abajo a arriba con esa mirada oblicua de los perros.
Y él piensa en la soledad de los muertos y en la vejez, y se mira las manchas de las manos, que parecen formar un mapa extraordinario que él jamás sabrá descifrar; esas que un día empezaron a salir, al principio poco a poco, pero de repente ya estaban allí al completo: se habían apoderado de toda la superficie, de manera que este mapa marrón venía a ser como un tatuaje no solicitado.
A mediodía, cuando los niños y niñas del colegio de enfrente salen alborotando a la calle, sabe que es la hora de dejarlo sin necesidad de mirar el reloj. Cierra cuidadosamente el cuaderno y sale él también a comer a un pequeño restaurante marroquí de la esquina, porque adora el cuscús por lo blandito y porque le dejan tener el animal debajo de la mesa.
Años antes a los dos les gustaba pasear por el quai de Valmy siguiendo el canal Saint Martin; aveces llegaban hasta la misma Place de Stalingrad y se aventuraban hasta el Bassin de la Villete. Ahora, desde que son tan viejos, se conforman con dar vueltas por el barrio, sin alejarse demasiado, por la Place Franz Liszto por la Place Valencienne con sus hermosos almendros en flor.
Por esa zona, en un bar ahora muy frecuentado por marroquíes y argelinos, se reúne de vez en cuando con exiliados españoles. Ahí estaban con Manuel Zapico, el Asturiano, Francisco Martínez, alias Quico, Juan Méndez, Jalisco, Silverio Yebra, el Atravesao, entre otros muchos. En esas reuniones había socialistas, comunistas, anarquistas… todos ellos formando el mapa de la España republicana lejos de sus montañas, de sus ríos, de sus mares, de sus paisajes natales. Cada biografía era un paisaje diferente, sólo el dolor del exilio era el mismo: común y al tiempo único y desgarradoramente distinto. A Joan Mir esas reuniones le parecían lo único que ya le quedaba en la vida. Hacía muy buenas migas con Manuel Zapico, que habría de morir el penúltimo sábado de agosto de 2004. Al Asturiano sólo le temblaba la voz de indignación cuando en las tertulias seguía reivindicando el reconocimiento por parte del Estado español de todos estos hombres y mujeres que defendieron hasta la muerte y con su sangre el poder legalmente establecido. Todavía el Estado español y toda la sociedad les debía un reconocimiento de hecho, también Francia, decía bajando la voz. Manel, como le llamaba Joan Mir; estuvo integrado en la Federación de Guerrilleros de León y Galicia, creada en el 42. Además formó parte muy activa de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio. Si Joan Mir hubiera sabido que a su amigo sólo le quedaba un año de vida, se hubiera sentido insultado, dolido y humillado, igual que se sentía el resto de compañeros desde que acabó la guerra; siempre decía que cuando los mejores se van, y se iban yendo poco a poco, los demás estaban ya de más. Por eso, cuando se enteró de su muerte, la rabia y el dolor le dejaron extenuado y se dijo que a pesar de todo viviría hasta ver el momento en que España y Francia les hiciesen el homenaje que se les debía. Y ese oráculo se iba a cumplir inexorablemente.
Capítulo 14
Moriart
La radio de la portera, dura de oído, nos lleva bien temprano a dar de comer a los gorriones: Non, je ne regrette rien de Edith Piaf. La Piaf gorrioncillo.
Los nefrolepis de la ventana del comisario Moriart, enroscados en la punta, parecían querer desperezarse bajo el tibio sol parisino. La teniente Marie Santini, apodada la Poche, lucía un perfecto uniforme capaz de pasar cualquier tipo de revista; la intendencia obraba aquellos milagros de tarde en tarde. Llamó a la puerta con cuidado, pues, el jefe, pensaba ella, a saber si no tenía, a estas alturas, la bilirrubina disparada y la tensión arterial por las nubes: llevaba unos días imposible. La investigación del caso Escalante parecía no avanzar en ninguna dirección. ¡Qué extraña desaparición! Habían intentado en vano localizar al tal Michel Lebrune; parecía él también desaparecido como por ensalmo; ni rastro. Seguían las entrevistas a los que figuraban en la lista, pero todavía, a la luz de la encuesta y de los encuestados, no se había obtenido indicio alguno.
Realmente estaban como al principio. El comisario se sentía presionado desde arriba. La embajada de México había movilizado a mucha gente; el pintor mexicano estaba considerado, en su país, ya casi como una gloria nacional; por su parte la ministra de cultura, una señora estupenda que parecía sacada de una telenovela de lo maciza que estaba, no paraba de llamar a su homónimo francés, el cual, según las señoras, era muy guapetón. Total, que todos los que tenían poder lo estaban ejerciendo y, en esa escala de arriba a abajo, el que más sufría era el pobre comisario.
-¿Qué le pasó? -preguntó la teniente nada más traspasar la puerta.
Se había quedado estupefacta, pues hasta los bigotes de Moriart estaban lacios y caídos a ambos lados de las comisuras de los labios; un mechón de pelo le cruzaba la calva de un hemisferio a otro; tenía una expresión de Simón del desierto que daba pánico y pena al mismo tiempo. El dedo índice del jefe señalaba el bolsillo derecho de su americana. Marie, acostumbrada a situaciones difíciles se apresuró y, con dedos ágiles y diestros, cogió una pastilla del pastillero y se la puso debajo de la lengua. El comisario cerró los ojos, amarillos de pura hepatitis, y le agradeció la atención con un susurrado:
-Gracias -el pobre no daba para más en estas circunstancias.
-Y menos mal, digo yo, que tenemos cafinitrina, que si no en esta comisaría no quedábamos nadie; estaríamos a día de hoy todos en Le Père-Lachaise criando malvas.
Capítulo 15
Haussmann
¡Qué bello despertar el de hoy! Del CD de la estudiante de arriba nos emociona cuando saltan las lágrimas de los Rollins Stones.
-¡Oh, París, París! -brama Niko, entusiasmado-. Aquí, todo está en su sitio. El tal Haussmann, que tiene su propio boulevard, ¡y qué menos!, trazó tiempo ha una línea recta y todo lo puso así, bellamente, perfectamente seguido. No hubo amonestación posible ni disensiones domésticas: había trazado la perfecta línea jamás trazada. Ya digo, todo está… pues donde debe estar. Ni el peor de los tontos podría perderse. A una cosa le sigue la otra. Al ir acercándome al Arc du Triomphe du Carroussel he tenido la intuición, he visto, dado que yo nunca pienso una toma, cuál iba a ser otra de mis mejores fotos: el Sol poniéndose, bajando hasta quedar enmarcado dentro del mismísimo arco, no sé si ya lo he visto antes con el Arc du Triomphe, pero esta será diferente, sublime y diferente.
Niko en su deambular habla solo, ya se habrán percatado. “Me pongo en plan de reflexionary reflexionando afirmo: ¡Esta obra es la producción de un genio!”, piensa.Se para en seco, las piernas separadas, cerrando los ojos hasta que no son más que dos guiones. Y eso que nunca piensa la foto; la máquina es para Niko lo que para su maestro Cartier-Bresson: la prolongación de su mano. Cruzamos por le Pont Royal hacia el quai Voltaire; el airecillo fresco como un after shave le está congelando la cara a medida que avanza la mañana y no al revés, como sería lo correcto; ahora hay una especie de nieblecilla meona que parece envolver el paisaje. Se dirige hacia le Boul’Mich, apretando el paso. Le ha parecido que el verde del Sena lo ha contagiado todo: los puentes, los cafés, la gente, hasta el mismísimo cielo, como si desde arriba hubieran arrojado toneladas de pintura.
-Todo de un verde éparpillé -dice aspirando el aire-. ¡No te me vas a escapar Denis Lagarde, Torvo! -exclama en voz alta.
No se le podía enquistar la mañana. Sabía que tenía que barajar distintas opciones en cada ocasión; si él le fallaba le quedaba recurrir a Michel Lebrune el Capu. O bien podría hacerle las fotos que le había encargado para el restaurante Dimitri. El caso de Dimitri es de esos que él llama de auxilio social, cosas sueltas que se demora en hacer por tener una especie de bote en casos extremos. Les va dando largas arguyendo estar a tope de trabajo; de esta manera sus clientes saben lo importante y lo imponente que es su trabajo.
-Es conveniente decirme a mí mismo y a algunos pocos que soy un artista, y advierto que necesito mi tiempo, que una obra de arte no se puede improvisar…
Un par de estudiantes con los que se cruza se mofan abiertamente de él y él les saca la lengua y les hace burla poniéndose el pulgar de la mano en la nariz y moviendo los dedos. ¡Lo que le costó aprender que a esto los franceses llaman faire un pied de nez!¡En fin! Niko sabe, porque es espabilado a ratos, que su naturaleza -ya ha quedado claro- puede degenerar gradualmente en vagancia y lo admite sin reparos. “No obstante tengo, a veces, intuiciones puras que pueden, y de hecho lo hacen, estallar en cualquier instante como pompas de jabón y entonces tengo que trabajar febrilmente como un espiritado; porque la esencia de lo visto puede irse al traste tan rápido como ha venido y entonces ni el entendimiento ni la consistencia del pensamiento ni el juicio ni el concepto como base integradora de la luz me pueden servir de nada y, ¡pam!, todo se ha ido al garete”, y lo piensa porque sin duda se conoce un rato. De esta manera se lo ha explicado muchas veces a Nina, que en tales ocasiones lo mira como diciendo: todos los españoles están locos.
Hemos ido a lo largo del Sena. Ahora cruzamos la Place Saint Michel, echa una ojeada rápida a santo y dragón, y sobre la terraza del café Départ Saint Michel por ver si ve a Denis. Nada.
Siempre que divisa, a estas horas, el perfil recio, de madurez ardiente de Notre Dame -que está feliz sabiéndose arrebatadora-, la saluda diciéndole “Bonjour, Madame”;es una cosa íntima entre ella y él. Se la podía adorar, amar platónicamente, muy de cerca y ella, la Nostre, siendo consciente de ello, se dejaba hacer desde tiempos inmemoriales.
-¡El eterno femenino! -bufa.
Pasa por la librería Shakespeare And Company casi al trote, y tampoco, así que camina por la rue de la Bûcherie, cruza Le Jardin Lagrange y entra decidido en el numero 5; Anny, la piba de el Torvo, lo ha visto desde dentro de la librería y le saluda con la mano. Anny no es tan guapa como Nina, pero es muy dulce, puede que demasiado para él. La puerta tiene uno de esos colgantes orientales que suenan como a copa de buen cristal de Murano o de Sèvres.
-Ça va,Niko? -su voz es realmente un caramelo de menta.
-¡Sí!, ¡viento en popa,Anny! –contesta afectadísimo, sintiéndose por ello mismo imbécil y no muy convencido de que realmente la cosa vaya bien.
Le ha dado la impresión de que ella estaba triste. “Tu docilidad no te hace feliz”.Se ha quedado pensativo y sigue con: “Tu docilidad…”; se diría que a vuelapluma ha asociado la dulzura con la docilidad. Pero ¿realmente pensaba eso de ella, realmente la creía sumisa y dócil? Piensa que no lo sabe, chupándose la punta de la nariz, otra habilidad de los de la comarca que nos viera nacer. Le pregunta por Denis. Y no, tampoco lo había visto esta mañana, de hecho hace dos días que no lo ve.
–¡Oh, cuán funestas noticias! ¡Sopla! ¡Qué fastidio, joder!
Niko repite siempre los tacos y eso es así porque él es muy español y muy de Binéfar; y puesto que los americanos dicen: ¡vamos, vamos, vamos! o sea, tres, pues él que dos, que por algo les tiene mucha manía y recuerda el lío que se armó en la comarca de la Litera cuando alguien alertó a toda la población al oír por la radio que los rusos habían entrado en Fraga y cómo los pocos rojos que aún quedaban por la zona, se pusieron a aplaudir.
Niko explica a Anny su situación, que define como un asunto alimentario urgente. ¡Qué cara más dura tiene! -pienso yo.
Se lo dirá, Anny se lo dirá en cuanto lo vea. “Hoy Anny no tiene buena cara, tiene carita de pena. Ese Denis es un pedazo de animal de bellota, un bellaco: seguro que está con alguna de sus malditas depresiones. ¡Un amplio tratamiento psicológico le daba yo!”, pensaba el muchacho de la comarca oscense.
-Estará durmiendo alguna cogorza -le dice.
Y ella, el caramelito de menta, intenta esbozar una sonrisa que se ve que no le sale. Le da un beso y un achuchón, en vista de que no hay nadie en la librería.
– À bientôt! -dice el caramelito, el chupa- chups.
-¡Hasta pronto, Anny! -le contesta al salir.
Está decidido: si no está en Le Métro, se largará a ver a Dimitri; es demasiado tarde para intentar localizar a Michel y además hace poco le largó una pasta gansa por el asunto del mexicano; el Onassis de la pintura podía estar en cualquierparte ya que con la gabarra-estudio, que para sí la quisieran todos los pintores venideros juntos, su movilidad le hacía imprevisible.
A medida que avanzaba la mañana, más ganas tenía de ver a Nina, mirar su carita y sus ojos como espantados de tan grandes. Nina es su piba. Se la presentó su amigo Denis un día de vagabundeo, por el quai de Montebello. Nina tiene un cuerpo superior y, como dice él: Es fácil de contentar, y eso le gusta en cualquier mujer. Ella le llama machista dégoûtant y muchas otras lindezas que, en vez de contrariarle, le divierten mucho; entonces dice: ¡Te pones estupenda cuando te enfadas! “Sí, ahora que lo pienso, Nina tiene carita de susto, pero cuando se ríe es como La Savoyarde, se estremece todo Le Sacré Coeur, qué digo, todo Montmartre. Y cuando se sonríe es perfecta, una madonna de Andrea del Sarto, que son las que más me gustan”.
Capítulo 16
Las ninfeas de Monet
Las ventanas del despacho abiertas prolongaban el ritmo de un tango; Carlos Gardel y Madreselvas en flor.
En una redada rutinaria por la Bastille, a fin de ahuyentar por un tiempo a los ladronzuelos de poca monta, manteniendo por un rato limpia la zona turística, la teniente recibe la desagradable sorpresa de encontrar a su hijo menor de edad entre los delincuentes que trapichean con papelinas. El comisario Moriart, alertado por un compañero de servicio del grupo de estupefacientes, le aplica un correctivo ejemplar a fin de que al chico se le quiten las ganas de hacer el idiota. Marie está anonadada y fuera de sí, furiosa por lo mal que la trata la vida. El comisario, como ya sabemos bipolar, tiene ese día el polar bueno, así que le manda en comisión de servicios al museo de L’Orangerie con la misión secreta de vigilar las ninfeas a fin de que ninguna se desmadre.
-Desde Clemenceau las ninfeas son una cuestión de estado -le dice guiñándole un ojo-. ¡Vete, vete, ya me ocupo yo del chico!
A Marie, que andaba ya haciendo pucheros, le dieron ganas de darle un beso, pero se contuvo; no quería que la viera hecha un mar de lágrimas.
Antes de entrar en el museo, paseó confusa por entre los árboles y con un peso en el corazón. Moriart sabía que, cuando la vida le pasaba por encima como un tren, en días como el de hoy, Marie se refugiaba entre las ninfeas, en esas peceras redondas donde la tenue luz le permite el desconsuelo. Allí Marie se permitía el llanto entre los sauces llorones, las nubes que se reflejaban en el agua y las flores amarillas, blancas y púrpuras que, estremecidas por el suave fluir del viento la sacudían levemente. Solo era una tenue sacudida. Como un latido; después un océano inundaba las salas.
Capítulo 17
La teniente
Hoy, el lobo solitario del tercero B alterna las ondas hertzianas con un tocadiscos y suena cercano y piano: I’m crying de The Animals. Hoy no salimos en todo el día por culpa de la resaca.
La salud física y mental del comisario Moriart no presagiaba nada bueno. El Ministerio del Interior, a través del Secretario de Estado, de los Subsecretarios y de las distintas portavocías de los distintos Ministerios posiblemente involucrados en una red de corruptelas indescriptibles lo traían a mal traer. Y Marie agradecida, por como llevó el caso de su hijo decide tomar cartas sobre el asunto. En vista de que se veía por días mermada su capacidad en general y de decisión en particular; no le quedó más remedio a la teniente de las rastas que tomar la iniciativa respecto a los asuntos más urgentes: si llamaban de la embajada de México, el jefe estaba en el escusado aquejado de una colitis perniciosa; si el que apremiaba era el secretario del Ministro francés, un fulano muy tiquismiquis por otra parte, el jefe estaba pasando consulta por su hernia discal. Así fue ganando tiempo, algo que, por otra parte, es norma suprema de los políticos desde el Imperio Romano. Esta estrategia tan necesaria en momentos de dificultad la aprendió la teniente cenando frente el televisor contemplando los infos; en cuanto se destapaba un caso de corrupción, día sí día no, el político de turno miraba hacia otro lado y farfullaba ante la prensa totalmente empastillado: “Gracias, son ustedes muy ambles y el di ha sio muy bonito”.
Y dado que Marie, la teniente, era harto sagaz se dio pronto cuenta de lo importarte que era ganar tiempo en vista de las circunstancias. A partir de ahora iba a tomar las riendas de la investigación; mientras, Moriart luchaba a brazo partido con los helechos de las jardineras que últimamente no tiraban bien.
Capítulo 18
Siempre el asunto del dinero
El viejo que tose, el comunista de al lado, tiene una radio-casete de la que salen cosas como: Tierra y libertad de un cancionero de la República española. Y además la portera con sus cosas…
Niko va en busca de Denis Lagarde. Bajamos del bus 47 que nos deja al lado del Ayuntamiento. Saludamos la bella fachada y cruzamos por el puente rectos, derechos hasta Notre Dame. Vamos hacia el café Le Métro al lado de la rue Lagrange; en dos o tres zancadas de las suyas estaremos en la terraza. “Estoy pensando en comprarme una parcelita aquí con derecho a velador y a camarero”. Al instante comprueba que tenía razón. “Este granuja de Denis está tan pancho tomándose una birra, leyendo Le Monde, tomando el fresco al lado de una de esas estufas que los bares franceses ponen en la calle -a saber para qué-, porque hace ahora ya un frío realmente siberiano”. Le arrastra hacia adentro. Se sientan detrás de las mamparas de cristal. Su amigo tiene cara de saduceo jipioso o llorón. Le cuenta y él le pasa una boda para dentro de dos días y un bautizo para la semana que viene. Niko le mira con cara de asombro:
–¿Pero de qué me hablas ? ¿Bromeas ?–no, Denis no bromeaba-. No me equivoco casi nunca –musita por lo bajini el de Binéfar.
-¿No tienes nada más? ¿En seriooo…?
Niko dramatiza esperando sacar más provecho del asunto. Sacude la cabeza y se echa el pelo, que le cae liso sobre la cara, hacia atrás. Denis le mira de frente con aspecto de no haber dormido bien; verdaderamente estaba horrible.
-¿Pero qué más quieres? Me quedo con la mitad de trabajo para que puedas comer y ¿aún me estás llorando? –contesta Denis con cara de pocos amigos, pero demostrando a las claras que los veranos en Málaga le han servido de mucho, al tiempo que agita las manos a la italiana.
Niko le mira y se calla. Y piensa que su amigo está fastidiado y de mala castaña.
– Pero no, colega, no es eso, no es eso, mec –le dice arreglándose el pelo de nuevo, mirándose en el espejo que hay detrás de ellos, en la pared-. Te agradezco mucho el trabajo, de veras; si insisto y te doy la tabarra es por Nina, lo hago por Nina, si no de qué te iba a dar el tostón. ¡Hombre, ya me conoces!
-Por eso lo digo, por eso –sentencia Torvo.
-Verás, es que dentro de nada es el cumpleaños de Nina y pensaba llevarla por ahí, al campo o a Versalles, ya sabes; yo que sé, a retozar por la campiña… El muy granuja se palpa el fajo de billetes del Capu con regodeo.
Ahora mismo podían tener una bronca por el modo en que le veía chupar el cigarro. “Es importante considerar esa posibilidad, meditaba Niko. Tengo que ir ablandándole poquito a poco”. Debía pensar de forma correcta. “La apariencia exterior –había que analizar la apariencia exterior de las cosas-, esas chupadas frenéticas, ese modo de pedir las cervezas en tono imperativo”. En efecto, un camarero se ha acercado a la mesa.
-No me pidas una, que estoy pelado, tío –le dijo.
Niko espera; observaría su reacción. Por primera vez desde que ha llegado, le mira abiertamente a los ojos, cruzándose sus miradas a través del espejo y, pam, se ablandó, y se echan a reír como si nada. Después se vuelve a mirar y lo que en él ve reflejado le gusta, Niko Sureda se gusta: alto, delgado, con buena planta, el pelo castaño que le cae liso casi sobre los ojos verdes, la nariz recta un poco ancha y la sonrisa sensual y seductora que deja ver unos dientes blancos, casi perfectos; los labios más bien gruesos se anclan en la cara con ironía. Le cuenta que ha visto a Anny.
-¿Y cómo está? –dice su amigo como distraído, sin mirarle esta vez.
-Tú sabrás, ¿no?
-¡No, ojalá! -responde llevándose la mano al estómago-. Hace días que no la veo. Tuvimos una discusión de las gordas: descomunal.
-¿Y eso? –le pregunta, como de pasada, también él como mirando al horizonte, pero mirándose de reojo en el espejo, sintiéndose estupendo, el rey de la pachanga por así decir.
-No debí hace caso a Michel, me convenció para que fuera a una fiesta privada en el barco de los Branigan, unos americanos, podridos de pasta, amigos suyos. ¡Ojaláno hubiera ido!
La cara de Denis era toda una jarcha o soneto alejandrino, daba pena; al filibustero de su amigo hasta la barbilla le temblaba. Había inclinado la cabeza sobre el pecho de tal manera que parecía que se le fuera a tronchar el cuello. “Siempre con la cabeza baja, siempre con la cabeza baja y mirando así desde abajo, Torvo, de mirada torva… Un pincho le clavaba yo en la barbilla para mantenerle la cabeza en alto”, pensaba Niko.
-Estos millonarios, hartos vivir bien, no saben que inventar –continuabaDenis-. Empezó a correr la viuda Clicquot para abrir boca, seguido de los Dom Pérignon Rosé y los Krug Grande Cuvéey se armó la de San Quintín; las bandejas de ostras volaban por encima de las cabezas de los camareros todos ellos venidos de las colonias francesas vestidos con faldas multicolores. Aquello era Sodoma, el que menos terminó pedo con una cogorza soberana; había un trajín de polvo y pastillas que ni te cuento. Recuerdo vagamente a una feucha americana que me colocaba el rollo de los Estados de la Unión; y desde ahí ya no recuerdo nada, hablaba de no sé de qué estrella de no sé qué estado. Debí de caer en no sé qué agujero negro porque con ella me encontré en la cama al día siguiente. No me preguntes cómo llegamos a mi casa, sufro aún de amnesia total. Lo peor es que la tal en cuestión era una amiga de una amiga de Anny que estudia en la Sorbona.
-¡Sopla! ¡Y resopla! ¡Qué bajeza! ¡Qué mal te lo montas, chavalote! –le dice Niko dándole una palmadita cariñosa.
A duras penas le veía la cara, “ese cuello, ese cuello que se te cae, saduceo jipioso”, que es que lo veía con la cabeza ya sobre la bragueta; su cara, de un indecoroso tono verdoso, mostraba a las claras el efecto persistente de la juerga pasada. “Asunto resuelto”, se dice Niko. Apura la cerveza y se levanta bruscamente:
-Verdaderamente, colega, tienes una cara horrible. ¡Cuídate, muchachote!
Le da otra palmadita haciendo ver que se marcha ya, pero esperando algo; se da tiempo en colocarse la bufanda, sacándole lustre al espejo, sin compostura, acomodándose los pliegues de la sinvergonzonería y sin dudar de lo que a continuación iba a suceder.
-Anda, toma –dice Denis.
Y le larga sesenta euros que se demora Niko en coger haciéndose el pudoroso remolón, bajando la mirada y todo. “¡Qué poca vergüenza tiene!”, pienso yo.
-Es un préstamo sin intereses, como a ti te gusta, pero préstamo, no dádiva, ¿d’accorde? Ya veo que practicas siempre la política del menor esfuerzo.
Denis se lo perdonaba casi todo.En otro momento, Denis le hubiera despedido con una sonrisa, pero sentía subir la bilis al estómago y unas náuseas inconmensurables, descomunales, le nublaban hasta la visión. Se sujeta el estómago con una mano y con la otra le hace un gesto de despedida.
-¡De acuerdo, amigo mío! Y hazme caso: ve a ver a Anny cuanto antes.
Ahora sólo le queda pasar por el restaurante de Dimitri y sacar lo mejor de sí mismo. Pero como es más vago y más lacio que nadie se larga con la pasta, se compra una baguette de atún y se tumba a dormir bajo un sauce llorón.
Capítulo 19
5, rue Lagrange
El camarero del café du Métro tararea… La vie, l’amour, del gorrión La Piaf.
Cuando Niko se va, Denis vuelve a abrir Le Monde, pero su mente está en otra parte. Las palabras del titular bailan ante sus ojos; lo lee y relee y no comprende nada: “Continúa la investigación policial sobre la extraña desaparición del pintor mexicano Diego Escalante de Mejía”. Deja el periódico sobre el pequeño velador. Sabe que debería ir a la librería a hablar con Anny. Se siente incómodo y avergonzado. Y yo esto lo sé porque, no siendo mala sombra, de forma natural me relaciono con las sombras o toldillos de los amigos de Niko. “Lo de la otra noche fue una faena que ella no se merece”. Y siguen fluyendo, en castellano, ruines pensamientos. “Detesto mi falta de energía, mi falta de coraje en estos momentos, así como ese lamentable carácter depresivo que tanto me afea Niko; y lo peor es que tiene razón: tengo un carácter de enano de mierda. Y me daría de bofetadas. Pero hasta para eso hay que tenerlos muy bien puestos, como me diría él”. Más este lodazal le dura poco y al punto su pensamiento se centró en su amigo “Ese sí que es un viva la virgen, un tarambana que se lo sabe montar bien,”, piensa. “Lo curioso es que a pesar de su geta no hay forma de enfadarse con él, es un hijo de su madre muy majo”. Coge de nuevo el periódico. Denis intenta a continuación concentrarse en el editorial sin conseguirlo; sin embargo, le suena mucho ese tipo….
El café comienza a llenarse de gente. Suena desde hace treinta años “Popcorn”, palomitas de maíz, a todo lo que da el local. Incómodo por las voces y contrariado consigo mismo, se va enfadando cada vez más a medida que piensa en cómo se sentirá Anny. Estira y encoge las piernas bajo el pequeño velador de mármol. Ve su carita dulce y siente en el estómago ardor y pide bicarbonato, aun a sabiendas de que no le servirá de nada. Está perdiendo la mañana de mala manera. Por fin se decide: “He de ir a verla, aunque me mande a hacer puñetas; no puedo seguir así”. Paga al camarero del Café du Métro, sale del local y deja el periódico encima de una silla de la terraza y, como un relámpago, le viene a la memoria una foto muy conocida tomada por Heiko Lanio ahí mismo, con el mismo velador de mármol blanco y sobre él la taza de café con leche intacta y el cruasán sobre la servilleta con el nombre del café, y un ejemplar de Le Monde y un titular: “Los muertos de Jenine pesan sobre la comisión de Colin Powel”. Este lugar sito en Saint-Germain-des-Prés está a un paso de la rue Lagrange, así que llega a la esquina, la dobla, en cuatro zancadas llega a la librería y abre la puerta del número cinco. Anny no lo ha visto venir. Está atendiendo a un cliente y no levanta la vista; no así su perro, un mastodonte de mirada oblicua y lánguida, que le reconoce. Se ha quedado a la entrada mientras sigue sonando el móvil de la puerta esperando, quizás, que Anny levante la mirada; y, como no sucede nada, curiosea unos libros. Denis espera que la librería se vacíe para poder abordarla, mientras una arcada lo deja indefenso y convulso; y, tras dejar el suelo hecho un asco, nota la presencia cercana del perro que lame el devuelto con presteza y determinación. ¡Y aún hay gente que les niega el pan y la sal!
Por su parte Michel que, a fuerza de buscar “cota” como pintor, se ha vuelto un poco cretino, pero no tonto del todo, ha decidido irse unos días a Aviñón con su barco, poniendo pies en polvorosa; no era conveniente volver al quai de Conti por algún tiempo.
Capítulo 20
La escalera
El viejo roquero del primero A, a veces melancólico, como esta mañana de antiguos conciertos: The hause of de rising sun de The Animals. Y además las canciones libertarias del comunista.
-¡Oiga, señor Sureda! ¿Qué me podría firmar este papel? –dice la ronca y campanuda voz.
Y Niko se apresta a ir junto a su propietario que estaba que botaba.
La puerta del piso, entreabierta, mostraba al perro que, agotado, se había tumbado en el suelo delante de la mesa camilla. El catalán, dando saltitos de enojo, agitaba el papel como si de un arma destructora se tratara. Nada más llegar, contemplo con fascinación su chocante sombra saltarina.
-Escolti, estoy recogiendo firmas contra esta gentesillaque no hase más que empreñar; escuche, que es que parese mentira, y más teniendo en cuenta que estamos en la sivilisada Francia y no en Transilvania, donde, según tengo entendido, a los perros desprevenidos en un santiamén les vasían las venas dejándolos más pansidos que una pasa– y lo dice subiendo el tono de la última palabra y meneando el índice de izquierda a derecha frente a la nariz del joven.
A punto estuvo este de decirle: “¡Cesen al instante vuestros temores, noble anciano de Calella, que voy presto a auxiliaros!”. Pero calló, que se conocía, que podía ser muy barbarote y el vejete se lo podía tomar a mal. Anda este en perpetua campaña contra esa infame comunidad con nada o a su juicio escasa sensibilidad hacia los animales y sus derechos. Y Niko suspira mirando al cielo y diciendo para sus adentros: “¡Válgame, San Válgame!” De una vez a otra no recuerda que soy un inquilino, un simple inquilino. Saliendo a su encuentro, sin pedir explicación ni darla, Niko firma y hace ademán de escabullirse como puede, inquieto, impaciente. Hay días en que el joven no le presta mucha atención y le dice cualquier cosa, lo primero que se le ocurre, como de pasada, mascullando entre dientes:
-Qué cbritos sn, jder mala serte, jder, qué infme cmunidad de brbarotes.
Entonces le sonríe el comunista con mirada cómplice y picarona. Ahora se le acerca y, bajando la voz, le dice:
-¿Sabe? No pueden caber en esta comunidad más salvajes e integristas por metro cuadrado, fíjese lo que le digo, de la peor calaña, escuche. Y aún le diré más, se me figura, escuche, mire lo que le digo, que hasta la mujer de la limpieza está compinchada con la vieja del primero derecha, que hasta en la letra del piso se le ve la inclinasión pues el otro día vertió a propósito salfumán en las patas del pobre Cándido y, si no es por el olfato, no se salva de una buena. Y después la pérfida no paraba de desir: “Perdóneme perdóneme, ha sido un acsidente”, pero yo vi la taimada mirada de contubernio que cruzó con la bruja del primero. ¡Ya le digo!
El señor Joan Mir i Manent había tomado prestada la ese de su papá, marinero del Ampurdán, por eso seseaba. Su cabeza, ahora, va y viene de abajo a arriba y de arriba a abajo asintiéndose a conciencia. El cuerpo de Niko, de tanto observar ese ir para arriba y para abajo, se estaba empezando a marear. El viejo ha parado como ensimismado o ausente, pero le dura un amenjesús.
-Hoy, si fuera joven, me haría verde, ya sabe, de esos que claman por el campo y la vida sana y se cagan en los rayos solares inadecuados, y en la madre del agujero de osono, ya le digo, verde, como un tomate verde, me haría, y aun sin entrar en materia, a nadie se le escapa que la cosa de la globalisasión está que arde, que más parese cosa del averno, oliendo ese asunto a azufre del peor; solamente los jóvenes están contritos por el tema.
Se ha quedado otra vez como sin resuello, mas hace una paradita y sigue:
-¡Collons, cómo está el mundo!
Y, como si la bola del mundo se hubiese precipitado por el hueco de la escalera, se asoma por la barandilla.
-¿Se ha dado cuenta de cómo está la isquierda? Ahora a nadie le importa la cosa ideológica; a los comunistas o cocosque disen aquí, res de res, nos han fastidiado el experimento sosial solo el Fidel aguanta el tipo y, escuche, en qué condisiones.
-¡No se haga mala sangre, señor Mir, con las cosas que no tienen remedio! ¡Buen día, Monsieur Mir, a pasarlo bien! –le dice Niko escabulléndose escaleras abajo.
-¡Adiós, hijo mío! –le contesta el de Calella, que se ha quedado un rato escuchándole bajar los escalones de dos en dos. Alguna que otra vez ha invitado a Niko a su casa a tomar unos vinos, cuando de madrugada vuelve este trazando el signo del infinito en el suelo.
“Se ve que duerme poco el pobre viejo”, piensa el chavalote, vislumbrando el final de la escalera. Los dos viven puerta con puerta y él se barrunta que le acecha cual pillín: las más de las veces le viene bien entrar, que a esas horas no hay vino que por mal no venga, portando él la juerga toda cual la mejor de las virtudes y con afán, metida ya la jota en el cuerpo. Y si no le responde al viejecillo con aire compungido, simulando un semblante mustio:
-Mañana será otro día, don Joan, que estoy roto y ni un concienzudo zurcido me remienda ni recompone.
Y en tales ocasiones el viejecillo apergaminado quedaba reducido, empequeñecida su sombra en la escalera, al tiempo que la sombra del perro se agrandaba. Y es cosa que daba pena observar. Últimamente veo que a Niko le da vergüenza de la buena ver lo chafadito que se queda.
Capítulo 21
Saint Julien le Pauvre
Esta mañana la estudiante, a veces nostálgica, que vive en lo alto canta a grito pelado: The best de Tina Turner; si esta casa de la rue de Chabrol y este barrio fuera menos ruidoso aquí no se podría vivir.
Hoy ha decidido Niko hacerle una visita al griego. Vamos pues a Chez Dimitri, un pequeño restaurante situado en una de las deliciosas callejuelas medievales del Quartier latin. Su dueño es un orondo restaurador, buena gente, de risa fácil y ánimo alegre. “Es más corto y rápido ir por delante de L’Église de Saint Julien le Pauvre”, piensa Niko. A Niko le gustan las iglesias en general y sobre todo esta, que fue almacén de grano durante la Revolución Francesa, en particular. Son un bálsamo para este ateo convencido; en ellas disfruta de los mejores momentos de meditación sumergido en las penumbras sacras, mientras yo sufro en silencio. Las iglesias de cualquier credo son fuente de fecunda inspiración para Niko. Eran, como decía siempre, inspiradoras de sus mejores virtudes de ateo. Siempre que anda por la zona cansado o aturdido de tanto vagabundeo le gusta entrar en esta; sentarse a escuchar los cantos del ritual ortodoxo; es como volver a otros tiempos, aquí el pater ejecuta los ritos de espaldas al público de modo que así lo hermético torna a ser admirable y por ende más espectacular, que en definitiva es lo que tiene de espectáculo de masas, pero eso sí con recogimiento, veneración y acatamiento por parte de los corderos.
Tomamos la rue Lagrange, entramos en el jardín del mismo nombre y dejamos a la izquierda la iglesia ortodoxa griega, la más antigua de París, categoría que se disputa con la de Saint Germain, no sin antes advertir que en las rejas anuncian un concierto de música clásica, homenaje a María Callas. Saca su cuaderno y anota. Pasamos a continuación por la rue Galande, desfalleciéndome un tanto,cruzamos el paso de peatones de la rue Saint Jacquesmientras contempla la parte de atrás de Saint Séverin y se mete casi él solo en el cogollito; lo más de los más. Un hervidero de turistas se pasea a todas horas de un lado para otro buscando el mejor sitio para comer o para cenar.
De pronto ha caído en la cuenta de algo que desconozco y dando media vuelta cruza el jardín Lagrange: enfrente, la casa pintada de rosa le susurra las notas del saxo del hombre que, desnudo, envuelto en una manta, espera la visita de Julio junto a su compañera, que lo cuida como una madre. Él, Niko, hace las rutas cortazarianas como un deber; con la devoción que le merecen; viviendo cada rincón y abrazando sus palabras como la Biblia en verso. Se para frente a la puerta para escuchar y calla la escalera empinada y el hombre como Charlie Parker arrebujado en la manta… Y desde allí mismo cogemos el 47 que nos deja cerca de casa. A continuación me quedo en el pasillo mientras él revela a toda prisa varios carretes en el cuarto oscuro al que le tengo pavor.
Capítulo 22
Dimitri el de Thesaloniki
El jamaicano que trabaja en la imprenta nos sorprende por su eclecticismo y hay amaneceres llenos de sorpresas: Penny Lane de los Beatles.
Al día siguiente y en el mismo sitio donde nos quedamos: “Me tengo que poner las pilas, se va acercando la hora de comer”. Fríamente reconsidera su situación. Un olor a cordero asado le traspasa las entretelas del alma nada más flanquear la puerta del pequeño restaurante. Dimitri, el de Thesaloniki, se mueve entre las mesas con desparpajo de sirena en mar revuelto. El local está a rebosar. Niko avanza hasta el meridiano del lugar; yo aún ando flanqueando la entrada de tan pansido.
-¡Dimitri, amigo mío! -se pone lo más mediterráneo que puede-. ¡Cuántas ganas tenía de tener un rato para venir a verte, pero no he podido, estoy desolado, no he podido, estoy francamente desolée! -dice el fotógrafo, exagerando con el doble de Zorba, que es más bueno y más infeliz que un cubo.
Le encanta hacer comedia. Dimitri es tan griego como Anthony Quinn e incluso se le parece físicamente: así de grandullón y de bonachón. “¡Ah, Nina, Nina, ojalá no tengas turno de tarde, preciosa garza de ojos asustados!”, reza Niko mientras el griego lo hunde en su enorme humanidad. El de Binéfar lo abraza palmoteándole la espalda con una réplica entusiasta.
-¡Niko, dichosos los ojos!
Dimitri lo aparta de sí y sujetándolo por los hombros lo observa desde sus ojos negros.
-A ver, deja que te vea; estás más delgado… un tanto escuchimizado diría.
Palpándole los brazos, lo zarandea, lo vuelve a abrazar y le planta un par de sonoros besos.
-¡María!, ¡mujer! -grita para que se le oiga hasta la cocina-. Monsieur Sureda es nuestro invitado especial.
Caso resuelto, se dice. Sólo le queda llamar a Nina y confiar en que pueda venir. En el ínterin, el de Thesaloniki lo invita a un vino tinto áspero, fuerte, con olivas negras griegas auténticas. “Tengo que reservar el dinero de Denis para poder ir tirando hasta que me paguen la boda, aún nonata ya que la pasta gansa de Michel es para el despilfarro”, deviene precavido su pensamiento. El fotógrafo le larga que, a pesar de que está de trabajo hasta arriba, esta mañana se ha dicho lleno de vergüenza:
-De hoy no pasa, tengo que hacer las fotos para Dimitri, mi buen amigo Dimitri.
Dimitri ríe encantado y se palmotea los robustos muslos mientras enseña sus potentes molares. Niko aprovecha un momento en que este se levanta para atender a unos clientes y llama a Nina, la que por fin, y gracias a los dioses familiares, acaba en un cuarto de hora y viene hacia aquí.
-¡Caray Dimitri, se me había olvidado por completo, he quedado con una amiga para comer! –dice, con la mejor de sus caras apenadas.
A medida que iba hablando, Dimitri se iba temiendo lo peor: “Caput las fotos”, debió pensar. Sin embargo, cuando termina de exponerle su problema, una gran sonrisa le inunda el rostro.
-¡Sin problemas, amigo mío!, su amiga es también mi invitada especial.
“Caso resuelto. A esto le llamo yo ir quemando etapas”. Normalmente a Niko las cosas le solían salir bien, puede que por su físico agradable, por su simpatía o porque tenía la suerte de los sinvergüenzas.
Cuando llega Nina, ya había tirado dos carretes retratando todo lo bueno que había en la cocina. Sobre la marcha ha pensado cómo estirar el tema al máximo. Entre vaso y vaso de vino le sugiere al griego que, aparte de las bonitas fotos de los menús para la calle, ahora que estaba tan de moda y tan cotizada la fotografía, se podrían hacer unas ampliaciones, en plan bodegón, que decorasen las paredes. Dimitri y Niko ya llevaban dos botellas casi a palo seco; los ojillos de Zorba brillaban como carbones, qué digo, eran puro azabache asturiano.
Dimitri dijo:
-Lo pensaré.
“Y yo pensando, pas mal”. Ello supuso el tiempo de llenarse otro vaso y contárselo a María. La última palabra la tenía ella.
Y María dijo:
-¡Sí!
Ahora sí que estaban todos los dioses familiares de su parte: los lares y los penates. Esto suponía ser durante un tiempo los invitados especiales en Chez Dimitri.
La llegada de Nina fue espectacular: preciosa, con unos vaqueros elásticos y una camisa blanca bajo la gabardina. Niko pensó que una buena estrella le guiaba.
Ser un invitado especial en el restaurante no fue cosa baladí. El recriado en la Barceloneta comió como un rey; no así Nina, que come como un pajarito; lo único que despierta su apetito de forma incontrolada son los dulces de chocolate. Niko, en los días que se sucedieron, se reivindicó heredero de Gargantúa y de la tradición culinaria francesa y de la española y de la turca y de la griega y de la libanesa… “En fin, soy el resultado de la cocina mediterránea”, apostilla siempre.
Capítulo 23
Sobrasada menorquina en la rue de Chabrol
La portera y su radio a toda pastilla ya no nos sorprende nada: Hymne á l’amour de Edith Piaf. La emisora francesa sigue haciendo patria.
“Mañana tengo que sacar los cupones de la tarjeta naranja”, se dice cuando sale de la boca de metro en Poissonnière. Nina le dice, un día sí y otro no, que podría hacer como todo el mundo, pero él sigue con la tarjeta naranja, porque así se siente más sin ataduras, como si estuviese de vacaciones. El chino de la esquina le sonríe o a lo mejor se lo parece. Sube la rue de Chabrol a paso lento y se le hace eterna. Marca la contraseña y se abre la puerta. La entrada huele a casa antigua y señorial, a humedad y es un olor con historia que le gusta. De un tiempo a esta parte, un vecino nuevo, al que confiesa ha espiado no por afán chafardero si no más bien admirado, se ha propuesto embellecer el patio con sus macetas; al principio, tímidamente, se han ido haciendo fuertes en la plaza y, cual fortaleza inexpugnable, ahoratodo es patio de Sevilla y Machado; y que nada más entrar da como un gozo imposible de describir. Traspasado el vergel, crujen vivas las maderas de la escalera que se retuerce a cada tramo. Meter la llave en las tres cerraduras es una operación fatigosa, porque hay que tirar hacia fuera al mismo tiempo y la mitad de las veces hay que probar empezando por la del centro o, si no, por la de arriba, ya que la madera no encaja bien, o bien por la de abajo; eso depende de cómo se hiciera la operación al salir. Sabe bien que en este lapso de tiempo más que suficiente, el viejo catalán, que le oye desde la primera intentona, puede salir en cualquier momento. Y se para un instante, aguzando el oído: parece que esta vez se ha salvado por la campana. No se oye ladrar al perro, pero ¡sí los arañazos!, repetidos, como de carcoma. La campanuda voz del viejo, esa de tramontana, le agarra de la chaqueta por detrás. Se siente adoptado por su “Buenas tardes”, cautivo por su amable invitación.
Su apartamento consta de dos habitaciones: un aseo con bañera, que en estas casas antiguas es un lujo, y una sala cocina comedor dormitorio con una hermosa chimenea atestada de objetos. Dos grandes balcones dan a la rue de Chabrol.
-Ya ve -le dice el vejete mirando a su alrededor-, de un apartamento como el suyo hisieron dos. Pero qué quiere que le diga, para mí es sufisiente.
Saca una botella de vino del Priorato, una sobrasada entera, pan y unas aceitunas amargas. Tiene una prima lejana que de vez en cuando le manda cosas de su-nuestra tierra, dice nostálgico y sentimental. Niko no sabe de qué hablar con el viejo; pasea la mirada por la habitación buscando un tema. El perro, tumbado a sus pies, sueña; los ojos no paran de moverse de un lado a otro; los párpados semicerrados dejan ver parte del blanco de los mismos. De vez en cuando Joan Mir le pasa la mano por el lomo y otras le da una palmada cariñosa que el can recibe impertérrito. Joan Mir lamenta no tener pan de payés, concretamente del Ampurdán. Yo, Pío, me estremezco sólo con pensar en el de la Litera y afirmo que no habrá otro mejor en el mundo: de soberbio tamaño, guarda en su interior, tras gruesa corteza oscura, deslumbrante miga blanca aireada como esponja marinera, con esa forma ovalada que permite rebanadas de perímetro descomunal. ¡Oh, le haría una oda a ese pan!
-¿Conose usted Pals, MonsieurSureda?
Verá… -comienza a decir Niko, pero le interrumpe, así que…
– El Ampurdán, y no lo digo yo únicamente, es lo mejor de Cataluña, el mar, el interior. ¿Conose las cansiones marineras de Calella, esas que tienen que ver con Cuba y con Torrevieja?
El viejo, Niko se da cuenta enseguida, tiene incontinencia verbal; se ve que antes se había tomado algún que otro calichazo. Van por la mitad de la botella del Priorato y el anciano se acuerda de repente: la palabra que se le resistía en su desmemoria era:
-¡Habaneras! -se ríe mostrando los dientes.
Y señalando su frente con el dedo dice:
– A veces parece que estoy mal de la cabeza. ¿Ha oído usted las habaneras que se cantan en Calella?
No se molesta en contestar. “Para qué, no me va a dejar…”, piensa Niko, que mira las alacenas llenas de libros; libros por el suelo, por la mesita de noche, sobre la nevera, libros por todas partes y montones de revistas viejas y amarillas. La pared sobre la que se apoya la cama está llena de fotografías color sepia clavadas con chinchetas; se ve que son de hace mil años como poco. Se ha acercado para verlas mejor y él enciende la lamparita de la mesilla. Le observa tras sus gruesas lupas con la misma atención con la que él mira las fotos. Se detiene ante un hombre fornido y un niño dentro de una barca; sin saber por qué, es una foto triste:
-Mi papá y yo -dice el señor Mir, volviéndose a la mesa para llenar los vasos vacíos.
Hay otras de un periódico de Barcelona con niños tristes también.
-Es de cuando se los llevaron a Rusia. ¡Los niños republicanos! –dice y suspira mirando hacia adentro, hacia otro tiempo tan lejano.
Niko le pregunta algo que no obtiene respuesta. Hay un largo silencio. El perro sigue durmiendo. De pronto parece que se anima:
-Las fotos de antes no eran tan buenas como las de ahora -dice señalando la pared con la pipa apagada.
-No crea -le contesta Niko-. A mí me gusta más el blanco y negro que el color.
El comunista le mira incrédulo mientras se levanta para buscar en su escritorio. Y la curva de su espalda se perfila en la pared nítidamente. Rebusca en las gavetas.
-Pues a mí nada de nada, escuche, que es que encuentro que el color lo hase todo más bonito. Hase años, la verdad es que de eso hase muchos años, me entretenía coloreando con acuarelas algunas fotos que me enviaban de Calella, paisajes, ¿sabe?, más que nada paisajes marineros. Los sielos los ponía grises de tan amargado como estaba, pero escuche, en llegando al mar, ahí se me pasaba la mala uva y pintaba y repintaba las olas asules o verde oliva según me petara.
Arrastrando los pies se acerca a la mesa trayendo unas fotos en la mano; unas fotos de la boda de sus padres. Les pasa los dedos por encima, como alisando el tiempo.
-Mi mamá era de Menorca, como la del señor Camus.
Niko las examina con detenimiento. Al principio no cae, después se da cuenta de qué señor Camus se trata.
-Muy guapa, su mamá -le dice Niko-. No sabía que la madre de Albert Camus fuese menorquina.
-Sí que lo era, sí -y asiente con la cabeza-. Mi mamá era muy guapa, ya lo creo. La mamá del señor Camus no sé si era bonica, pero menorquina sí que era. ¿Conose usted Menorca, señor Sureda? Lo digo porque es la isla más bonica del mundo y de allí son las mejores sobrasadas que hacen los payeses en los predios. Esta se ve a simple vista que es isleña. ¡Nada que ver con esas cosas comersiales que venden en los supermercados, tan poco finas que hasta ofenden al olor! ¡Pero coma, coma, que está usted muy delgado y todavía en edad de creser!
Y Monsieur Mir i Manent le acerca la sobrasada y el pan arrastrando el plato sobre la mesa. Y cuán de inmediato notaron ambos, a poco de hincarle el diente, que era casera y de payés. ¡Y de qué modo! El nacido en Binéfar pero recriado en la Barceloneta, hijo de una vecina de Palamós y de un padre de Monzón, se sintió de repente con lágrimas en los ojos a medida que la carne sin pizca de grasa innoble, sazonada con el mejor de los pimentones, se le iba infiltrando hasta el alma. ¡Qué portentosa sabiduría la de los payeses de las islas, que importaban el mejor pimentón del mundo! Joan Mir también se sirve un buen trozo sintiendo que en eso de los apetitos naturales coinsidían y en el plaser o la simpatía con que todos los sentidos se desenvuelven de acuerdo con la naturaleza.
-Tengo suerte de tener aún una buena dentadura, mire lo que le digo.
Y Niko observa que ni una pizca de sobrasada se le escapa por entre los separados dientes. Y unas veces porque les sobraba pan y otras porque les sobraba sobrasada, esta se fue quedando en el camino y sólo quedó, al final, un trozo arrugado de coloradota tripa vacía.
Los dos la contemplan con agradecimiento y con añoranza.
– Del plato a la boca, nadie se equivoca. -sentencia el anciano.
A lo que contesta Niko, apurando el vino del Priorato:
– El buen vino hace buena sangre.
Y al escucharlo se complace el comunista, que está convencido, por otra parte, de que la fama que tienen los vinos franceses no es para tanto.
– Me parece que los vinos franceses tienen demasiada fama.
Rumia las palabras con deleite, como si el poderlas decir a alguien que las comprendiese le hiciera volver a la infancia. Parecía muy emocionado y como transfigurado. Monsieur Mir no callaría, por él no callaría en toda la noche, que estaba quieta y como de sirenas, como si escuchase un suave batir de mar en su Calella natal. La boina se le ladea y, moviendo la pipa a modo de batuta, comienza a cantar:
– La balanguera hila, hila, la balanguera hilará, poned fuego a la caldera y la caldera bullirá… -y hace el bis mientras Niko canta la versión original francesa del mil seiscientos y pico.
– La boulangère a des écus qui ne lui coûtent guère, elle en a, je les ai vus, j’ai vu la boulangère…
A Niko las notas se le disparan como avecillas locas, desafinando una barbaridad. Y, cuando cesa su canto, el de Calella ya está en Navidad, pues canta el Caga tió que los infantes catalanes conocen muy bien:
-Tió, tió, caga tió, caga turrón de miel y requesón, de azúcar, que será mejor. Caga turrones y mea buen vino. Tió, tióóó…
Y se ve, de niño, golpeando el tronc de Nadal mientras que le canta y lo mira tan tapadito con su manta para que no se enfríe. Desde el día de Santa Lucía lo colocaban sus padres al lado del fuego del hogar y hasta el día veinticuatro le daban de comer para que cagara turrones y meara buen vino; después vendrían los regalos de Navidad…
-Ya ve, con los ojos no he tenido suerte; claro que no he parado de leer en toda mi vida, que a veses pienso que me los he quemado.
El vino no hace más que animarle y amodorrarle, enredando las cosas.
-Los fascistas hicieron mucho daño, escuche. –continúa, mezclando las cosas.
Se ha levantado a buscar coñac y, plantado en medio de la pequeña habitación, proyecta negras sombras en las paredes y parece agrandarse su encogido y huesudo cuerpo. Ha llenado la cazoleta de la pipa y la enciende despacio.
-Figúrese, Señor Sureda, el dolor de un hombre que es apartado de su mundo, de sus creaciones cotidianas, pequeñas, pero suyas, ¡qué soledad más absoluta y obscena, más atroz! Imagine en un niño la indefensión del ser, su desarraigo para siempre.
El viejo se está sumergiendo despacio, sus movimientos se ralentizan. Bebe de un trago el coñac. La pipa está a punto de caérsele de entre los dedos sarmentosos. Niko lo lleva a la cama, lo deposita en ella con cuidado, siente ya, a estas alturas, una ternura infinita por el comunista, le quita los zapatos y lo tapa con una manta. El pastor alemán ha levantado la cabeza y la ha vuelto a bajar hasta el suelo, le mira, observa y vuelve a cerrar los ojos. Apaga la luz y salimos. “¡Pobre coco, viejo comunista, te encuentras al final de ese círculo de tristeza que abrió el fascismo y aún colea. ¿Se puede perseverar en la tristeza durante generaciones?”, piensa mientras él y yo hacemos mutis por el foro. Y aún piensa: me voy con tristeza. Y no sabe a dónde ni por qué lo ha pensado.
Capítulo 24
El coco del Ampurdán
Amanecemos como cualquier otro día solo que hoy nos cercioramos de que la portera se está quedando definitivamente sorda: Les trois cloches de la Piaf retumban por el patio abierto, llegando, me temo, que hasta el canal St. Martin.
Niko se barrunta que MonsieurMir i Manent añora su idioma materno y por ello le insta a entrar en su apartamento en noches inciertas, de libaciones varias, para escuchar a Niko en su tosco francés con acento portuario de la Barceloneta o bien le incita a cambiar de tercio para que puedan darle ambos a la lengua vernácula, cosa que le provoca oleadas de nostalgia. Por las mañanas bien temprano Niko y yo le oímos toser y es una suerte de misterio dado que las paredes son recias, rotundas, del diecinueve; es una especie de eco transmitido a través de las viejas tuberías de forma que le escuchamos sin remedio toser y maldecir, maldecir y toser: todo en catalán. El vejete se ahoga y vuelta a toser, tosiendo una barbaridad. Según el comunista la culpa de su bronquitis crónica la tiene Franco, de su vida y de su arrastrada suerte, y entonces suelta los más atronadores y contundentes tacos.
-Mi papá me enseñó que en catalán es como mejor suenan los tacos -le dijo un día-. Fíjese si no en collons; es rotundo, ¿no? El francés es más delicado ¿no le parese?
A Niko no le parecía nada o a lo mejor sí, pero no contestaba; se limitaba a asentir con la cabeza, con lo cual la parte correspondiente de mí asentía también. Después de cada pregunta, el vejete movía la cabeza a su vez, asintiéndose a sí mismo para reforzar lo dicho, demostrando, de esta guisa y a su entender, la razón que le asistía.
Y ahí estamos ahora todos, cuerpos y sombras, asintiéndonos.
A su paso Niko observa la sempiterna boina que Joan Mir i Manent lleva sobre largos cabellos blancos. Del mismo modo opera con la pipa que sostiene con fuerza a todas horas y que mordisquea como si fuera regaliz de palo. Y se admira un tanto borrachito, en esas noches inciertas, de su formidable talento fónico que le permite recrear innumerables tonos y semitonos que le son propios, habida cuenta de que sus dientes grandes, marrones, dejan espacios abiertos que le hacen silbar, caracolear las vocales. Sube ahora el catalán la escalera mientras nosotros bajamos hacia la luz. Ahora su voz cavernosa retumba en la escalera llamándolo y es una voz, en suma, de tramontana. De modo que el chavalote y yo, rozando casi la calle, tenemos que volver sobre nuestros pasos.
Capítulo 25
La que vive en Beçanson
El mundo gira mientras el lobo solitario del tercero B, nos pilla en la escalera mientras suena Eleanor Rigby de los Beatles por culpa del jamaicano.
Hoy Marie no está para hacer favores a nadie. Hay días en que sería mejor no despertarse. Bien temprano ha sonado el teléfono en el salón del pequeño apartamento situado en la rue Cels. La madre de su ex, más tacaña que ella, se ha negado a hacerse cargo de la ortodoncia de su hijo que, tras tremenda reyerta callejera, ha quedado sin piezas dentales: ni incisivos, ni caninos, ni molares: su boca parecía el culo de un pollo. A ella le daba igual como estuviera Mariano, su ex, así llamado en honor a Luis Mariano, muy apreciado en aquella época do reinaba la opereta, pero no estaba dispuesta a dejar la nevera llena de papillas antes de irse a trabajar. La separación no le había servido de nada, pues la mayoría de las noches se lo encontraba borracho como una cuba y tirado en la escalera como un perro. Le había colgado con rabia el teléfono a la pérfida suegra. ¡Cómo la odiaba, egoísta, mala pécora! Rompió a llorar y después se sentó en el sofá de manchas de vaca para hacerlo más cómodamente. Estaba claro que la de Beçanson no estaba dispuesta a colaborar en la pequeña economía doméstica; pues que se haga cargo del gandul de su hijo, que ella ya tenía bastante con atender a los bastardos de sus nietos; el uno vendiendo papelinas por las esquinas y la otra, adolescente anoréxica, desarrollando pechos de forma asombrosa. Le daban ganas de desaparecer del mapa. Siguió llorando un rato. Después llegó su vecina Monique, amante de un boticario; entonces su llanto se hizo más quedo. Su compañía la apaciguó y su expresión dejó de ser ausente aunque seguía siendo un tanto bobalicona. Había venido para proponerle que fueran a tomar un brunch a Pigalle, que para eso era sábado y trabajaba como una burra toda la semana.
-¡Venga va!, píntate los morritos de rojo pasión y nos vamos ya -le dijo Monique con energía.
Salieron a la calle y, para hacer tiempo, se fueron a pasear por el cementerio de Montparnasse que estaba justo enfrente. Pasearon por las distintas calles y llegaron a la rotonda con el ángel luciferino; las tumbas, adornadas con flores de mil colores, ofrecían un bonito espectáculo. Era como repasar la historia antigua y la más reciente; había actores, escritores, cantantes, políticos, un sinfín de famosos. Llegaron a la de Sartre y a la de su Castor. Y aunque Monique no era precisamente una intelectual le fue explicando a Marie que eran la pareja perfecta, que habían sabido respetar la independencia de cada cual y que habían vivido juntos, pero no revueltos, y que a ella eso le parecía una maravilla de convivencia. Marie, con las cosas de su amiga, se fue serenando, aunque a ratos suspirara largamente. Monique, observándola, le dijo:
-¡Hija, es que lo que tú tienes no es vida!
Capítulo 26
Del café Esmeralda al Pont au Double. Y «Las hojas muertas»
Hoy el día es luminoso y fresco; la estudiante desde que ha confraternizado con un canadiense está muy Madeleine Peyroux en sentido clásico: La Javanesse. A nosotros nos gusta más la versión original de la Greco.
Nina lleva una boina azul celeste y su negra melena al viento; su sombra es femenina y pizpireta, aunque demasiado bretona para mi gusto.
-¡Que tal, mi pulguita! -le dice Niko que ha ido a recogerla a la salida del trabajo.
Nina no está enfadada y nada le pregunta sobre su escapada en el barco de Michel, aunque algo preocupada se la ve. Corren rumores de que van a cerrar La Samaritaine por un tiempo debido a que por dentro está hecha un asco y por lo visto tienen que restaurarla.
-¡A ver, si es una reliquia intemporal! -dice el de Binéfar. Pasean abrazados, largo y tendido (hay un trecho) hasta el jardín del Papa Bueno y llegan a la popa o la proa, según como se mire, de la isla. Bajo el sauce llorón siempre se besan; es su lugar secreto, como el saloncito de su casa por así decir. Allí también pelamos la pava la sombra bretona y yo. El sauce se mueve dulcemente, bailando un vals que les dedica, arrullándolos. Los ojos de Nina están siempre aquí, en este rincón del Sena, como si fuese su lugar natal. Cruzamos el paso de peatones y nos vamos al Café Esmeralda. Aquí todos los conocen bien, inclusive Esmeralda, que en la vidriera está siempre baila que te baila con su pandereta. Toman dos vienesas con foie y vino tinto. El sauce ha dejado de bailar, pero dentro del local la bella gitana sigue dale que te dale, danza que te danza.
Hay gestos que siempre repiten; al cruzar a la otra orilla por le Pont d’Archevêché, siempre, pero es que siempre, tienen que hacer una paradita para mirarlo todo, es tan hermoso que no pueden pasar como si nada. Y se acodan en el puente un buen rato. “Y se está de escándalo, apretando por la cintura a Nina, hundiéndome en sus enormes ojos”, piensa Niko observando el cauce del río.
Bajamos por la primera escalera de piedra y vamos por le Port de Montebello buscando un barco con música que les convenza. “No miro los precios, hoy soy un rey; el dinero por el asuntillo del mexicano me quema; hay que empezar a fundirlo. Creo que mañana es un buen día para pasarlo a lo grande en Montmartre”. Se lo dice a Nina. A ella la idea le ha encantado. Pide un par de ballantines con hielo.
-Pas de l’eau -dice Niko la mar de suelto.
– Pas d’eau -le corrige el dueño.
Nina se ríe. El barco es el primero de la fila, el que está más cerca del Pont au Double, que dicho sea de paso está hecho un cristo y al que, por lo que se ve, están dándole un buen repaso.
-Me gustaba más pintado de verde igual que la Tour -dice Nina soñadora y como nostálgica y le pregunta si lo ha visto pintado así.
El de Binéfar menea la cabeza de derecha a izquierda, mientras sus pies siguen el compás de la música, mastica un cubito, coge dos y los tira ostensiblemente al Sena.
-¡A ver si van a creer que me chupo el dedo! Son muy listos estos tíos. Te llenan un vaso largo con cuatro o cinco de estos y de whisky sólo un culín, menudo negocio -le dice mirando el rosetón embelesado.
-Cada tantos años les cambian el color -dice Nina.
-¿A quiénes les cambian el color? -exclama Niko-. ¡Al rosetón no le pueden cambiar el color! ¡Son cristalitos ya coloreados desde muy antiguo!
Nina, que continúa nostálgica pensando en el puente y en la torre, le contesta en argentino:
-¡Pero sos boludo, vos, mi chapulín colorado!
-Cada siete años -mete baza ahora el camarero- pintan del mismo color La Tour Eiffel y ese puente. ¿O es cada cuatro? El caso es que se necesitan 40 toneladas de pintura. Y lo mejor es que crece 15 centímetros en los días de canícula.
-¡Que despilfarro! -dice Niko que sigue moviendo los pies al son de la música. ¿Y por qué crece la torre? –pregunta distraído. ¿Será por la dilatación de los metales? Pero el camarero ya se ha ido con viento fresco.
Desde donde están, lo que se ve del Pont au Double es un rompecabezas de maderas, cartones y plásticos. El barco se mece apenas en este lugar sin olas. Hay un solo músico que toca un teclado. Hace frío, pero el jazz calienta el ambiente y el río les acuna una y otra vez; todo es verde, de un verde diseminado, y la risa de Nina y el rosetón. Todo mezclado, difuminado, perfecto. Niko mira el rosetón y se turba como un adolescente, siente que es único; ningún paisaje está tan adornado. Nada le sobra en este momento; languidece de placer y bienestar. Nina ríe por cualquier cosa. “Yo estoy como olvidado”. Y ese sentimiento es igualmente único. Ve a la gente cómo se afana, se esfuerza, se desloma toda su vida por conseguir cosas innecesarias, que les hacen desgraciados. Y piensa: “¡Fuera de mí todo es caótico y sin sentido! Habría que volver a lo primitivo, a la naturaleza más simple. Realizar la propia obra sin poner empeño alguno, igual que la planta silvestre crece sin cuidados. Son cosas de Lao que cada vez asumo con mayor interés. Hay que conquistar la inteligencia, sin duda, sin duda, me repito. Wu wei, wu wei”.
Nina coquetea un poco con el dueño del barco, que es un tipo bien parecido. A Niko no le molesta en absoluto. Está un poco achispada y ríe como la Savoyarde del Sacré Coeur, esparciendo notas frescas y rotundas. De pronto suena un saxo y se derraman “Las hojas muertas” con tal maestría que el del teclado deja de tocar. Todo calla: Nina, el río, el rosetón, los vasos, las copas, las charlas, las piedras, sólo esa eterna melodía tocada por un maestro desconocido. Cuando la última nota se estrella sobre el empedrado o contra las vidrieras o sobre el agua mansa, se miran con los ojos anegados a punto de verter un río de lágrimas sobre el Sena.
Ahora Niko los ve: son un grupo de músicos que, sentados en un banco frente al barco, tocan por puro placer. Van bien trajeados, de distintas nacionalidades y desde luego profesionales de excepción. Al bajar del barco para irse, se acercan y les dan las gracias por ese regalo. Quieren tocar la melodía otra vez para ellos, pero el del saxo se ha dado cuenta, de pronto, de que ha hecho enmudecer al del teclado del barco. Bonito gesto. No más “Hojas muertas”. Suficiente.
Capítulo 27
El mafioso marsellés
La mañana puede ser de cuidado. Escuchamos On the Jarama front. Canciones e himnos de la República española. El viejo que tose en el segundo B es el culpable.
Ha llegado de Lyon Germain, el hermano de Nina. En esta ciudad se ha estado ocultando durante los dos últimos meses. Había tenido que salir zumbando de Marsella perseguido por una de las mafias que allí operan. Desde la misma Gare de Lyon ha telefoneado a su hermana. Germain no era agua clara. Para Niko es un insolente malhechor que tiene amargada a toda la familia de Nina que, de origen bretón, se afincó en Marsella allá por los años cuarenta. Nina está permanentemente asustada y preocupada por su nada edificante hermano que ha traficado con todo lo imaginable y cuya vida no ha sido, en absoluto, la vida de un buen bretón, como Dios manda. Germain es pendenciero, vago y camorrista, con tendencias chulescas que no sabe reprimir ni tan siquiera disimular, y aun así, hay que ver lo que son las cosas, no por ello ha perdido la condición de hermanito pequeño en su corazón. Las cosas de la sangre no tienen vuelta de hoja. No obstante el cariño que le profesa, siempre que Nina escucha la voz de su hermano le da un tic nervioso en la comisura de los labios que es tremendo de ver. Niko le dice que es porque en el fondo le tiene pavor; entonces ella intenta sonreír y las muecas son todavía más tremendas y hace morritos temblones tipo Marylin y, hasta que él no le da un beso, sus labios no vuelven a su estado natural. Y más de una vez tiene que aplicar esa terapia un largo rato, hasta que los músculos se normalizan y la tranquilidad vuelve a su rostro de garza.
Esta vez le toca a ella encontrarle un escondite en las afueras, en casa de unos amigos, confiando como siempre, la pobre, en las virtudes de los demás. Durante los primeros quince días la cosa fue bien. Al que hacía dieciséis, Germain se sintió seguido y espiado. Y decide, y así se lo hace saber, que se pira y se quita de en medio. Le dice que marcha a Ámsterdam donde tiene buenos contactos en el mundo de la droga y los diamantes, y que allí se encontrará a gusto con gente de su condición y negocios. Desde la primera llamada desde la estación, Nina la Garza no duerme la pobre; por días, sus ojos se ribetean de manchas azuladas. A sus padres ni media palabra. Nina sabe que han intentado quitarlo de en medio varias veces, la última de forma muy exquisita y nada costrosa. Germain le dijo, en su momento, que entre colegas se guardan un respeto y se aplican un tratamiento especial.
Capítulo 28
La boda en el Sacré Coeur
El jamaicano de la imprenta presta cada vez más atención al sonido Liverpool: I want to tell you de los Beatles. Hoy tengo un presentimiento aunque no sé si bueno o malo.
“A veces Denis es el más embrollón de los embrollones, el rey del embrollo, por así decir; también un infeliz que se cree el sindicato de los fotógrafos que por aquí aterrizan, el centro del universo del carrete, el Papa de Avignon, un ujier de lo absurdo, un farsante atribulado, un obstinado currante, un paño de lágrimas de cocodrilo, un predicador sin credo, un burócrata del encuadre: ya digo, un imbécil y un cobarde. Lo mismo puede ser víctima que verdugo. Puede conciliar miles de cosas a la vez de forma contradictoria. ¡Ah!, pero a este marrullero del flash, a este tipejo enclenque y deslavazado, que cubre su cabezota con una boina costrosa, a ese que se le llena la boca con bobadas como la justicia, la libertad, la belleza, la estética, el estilo y demás, a ese bastardo sin pelo le estoy empezando a coger cariño: es tan útil y tan compasivo que a menudo me parto de risa a su costa. En el fondo creo que es un simple con dignidad y esta molesta cualidad le otorga un carácter curioso con el que uno, las más de las veces, no sabe qué hacer”.
Este beato cretino le ha llamado hoy domingo bien temprano. Escucha su voz como de lejos, “¡Ondiá, son las ocho!” y, antes de que pueda largar un sinfín de palabrotas, la mano de Nina que se pasea por su espalda le recuerda que, de todas maneras, hay que madrugar.
-¿Qué pasa, ojo de pez, te has caído de la cama, chavalote? -la voz de Niko al otro lado del teléfono le llega a Denis como una bofetada y tiene que apartar el aparato de su oreja.
“La de bobadas que dice”, piensa por su parte Niko, mientras bosteza a todo lo que le da la boca, y se suena la nariz, y se pone una zapatilla y ve el culo redondo de Nina que sale disparado hacia la cocina. Se relame pensando en el desayuno que les espera.
-Oye, pareja, que os espero en casa por la noche, no podéis faltar…
Nina deja correr el agua del grifo que repica en el fregadero. El ruido le impide a Niko oír bien. La voz de Denis le llega a borbotones, como el ruido que hace la cafetera, mientras busca debajo de la cama la otra zapatilla, sin prestarle mucha atención.
-Doy una fiesta para una colega española…
-¡Ya está en plan de embajada! -masculla calzándosela por fin.
Ahora, sentado en la cama, le oye más seguido.
-No te imaginas, colega, es una española de A Coruña impresionante, interesantísima, con una obra… -ahí ya le toca los bemoles.
“El muy cenutrio siente un respeto reverente por ‘la obra’ de cualquiera”.
-Oye, tronco, que Nina y yo pasaremos todo el día en Montmartre y, ya sabes, ella tiene que madrugar mañana… -y lo deja en puntos suspensivos para que su lento cerebro comience a procesar.
Y nada, él erre que erre, que Niko no podía faltar, que si patatín, que si patatán, que pasara después de dejarla en su casa.
–¡Qué pesado! ¡Dios mío, qué merluzo!
Se han ventilado unos zumos y casi una cafetera y mantequilla salada con tostadas, nada de mermeladas de arándanos o de frutas del bosque, no, en absoluto; él a todo le pone sal y sobre todo a los cruasanes, tan sosos ellos; cada uno es como es, que diría Monsieur Mir. Ya lo dice el catalán: El que quiera dulzura, que se zampe unas buenas ensaimadas rellenas de cabello de ángel. Nada de darle vueltas al tarro, que dicen por aquí.
Cuando atravesamos la puerta de la casa con Nina, nunca mira al cielo: no le hace falta, porque siente la verdad de Li o de Lao -que tanto da- cuando dice aquello, que parece como si lo estuviera oyendo, escuche, a través de una sicofonía: “El sentido del cielo es aminorar el vacío…”. Y nada que ver con el vacío cuando salen cogidos de la mano, como ahora, después de pasar la noche juntos: el cielo, esas mañanas, le importa un rábano. De todas formas, como sea que tiene esa perversión meteorológica metida en las venas, debe constatar que hace frío y que un gris típicamente parisino se enrosca por las esquinas, por las farolas, por la banderola del colegio de enfrente, por cada arista; y también por las patejas del viejo comunista-coco.
-¡Buen día! -saluda, tirado como siempre por el perro.
Monsieur Mir i Manent, que debe el segundo apellido, menorquín, a su madre como es natural en estos casos, les mira partir con nostalgia.
-La vejez -le dice a Cándido- es cuanto menos irritante e insoportable.
El perro bufa y después suspira mientras una gota se desprende de su húmeda trufa.
Mientras, nosotros, cogemos el metro en Poissonnière; el vagón pasa raudo por Cadet que sigue en obras y bajamos en Le Peletier. Salimos a la calle hacia Notre-Dame de Lorette. Allí tomamos la línea 12 que nos lleva a Abbesses. Hemos ido hacia el ascensor porque nos ahorramos un sinfín de escaleras; así se lo indican a unos italianos despistados y a una pareja de españoles con un niño pequeño en cochecito, que les dan las gracias muchas veces. “¡Caray, me pongo también en plan de embajada!”, se dice Niko. No sabe en qué plaza están. Un tío mayor, que dice ser filipino, nos ofrece información a cambio de unos euros. Niko le mira ofendido pensando que le ha debido ver cara de pardillo; Nina, con una sonrisa, rechaza su oferta y todo arreglado. El filipino se ha dado cuenta, ella no puede ocultar que es de la tierra.
Girando a la izquierda por Ives le Tac tomamos el caminito hacia el funicular. Esperamos. Y de pronto se acuerda del tío-vivo del siglo XVIII y arrastra a Nina hacia el pie de la gran escalinata; y nosotros detrás. Ahí está; es que nos hacen llorar estos franceses que todo lo guardan, que todo lo miman. Nina, que le conoce lo suficiente, se ha sentado a esperar. El fotógrafo dispara y dispara un rato. Después, ya calentito, no puede parar, manda a paseo el funicular. El espectáculo está aquí, aquí la vida que bulle y se retuerce y se afana -aunque peor para ellos-. Proliferan los grupos de nigerianos, subsaharianos, mozambiqueños, congoleños, bereberes, beduinos sin desierto, libaneses, marroquíes, tunecinos, gente hermosa de color, guapos, algunos sin color aparente, y altivos que han montado un curioso mercado de pulseras; salen al encuentro de los turistas, los abordan, los atracan, se las ponen, se las sacan… La mayoría se escabulle de ellos como puede, pero son como un enjambre de moscas golosas. Dispara y dispara un buen rato. Ve a una hermosa mujer, ¿de Mali?, sentada en la hierba tomando el sol. Le pide permiso para fotografiarla. Es bella de verdad, una diosa.
Subimos y suben, y esta subida es lo que más le gusta de Montmartre, aunque sea una subida como de postal. Adora el Sacré Coeur; su aire romano bizantino, su piel lechosa que se endure y se blanquea por la acción del viento y de la lluvia -esto lo ha leído en un semanario-. Nina le dice que la roca blanca es de souppes. “¿Y qué demonio es souppes, y qué puñeta, me importa?”. No se lo dice, claro, pero lo piensa. Esta basílica es fantástica, podría estar en cualquier parte del arco mediterráneo, pero sólo es aquí donde quiere que esté; aquí es donde debe estar. La ha visitado varias veces, pero realmente fue un día oscuro y febril de invierno, amenazaba nieve, cuando descubrió toda su belleza. La basílica apenas sin luz, mal iluminada, le mostró todo el resplandor de su cúpula: Bizancio se proyectó desde oriente hasta él -gusano inmundo-, hasta el hoy, con una magnificencia casi corpórea: millares o millones de diminutas teselas de un azul que sólo el lapislázuli trasmite titilaban como luceros brillantes en la oscuridad. Vio el universo en ese momento, vivo, palpitando. Se sintió anonadado; proyectado hacia el centro del universo. “Yo, diminuta tesela, compartiendo la armonía cósmica. Y supe que dicha armonía exige el anonadamiento de uno. Y, ojo con esto, que tiene su miga”.
No pudo ese día sacar ninguna foto del interior. Después, otras veces, sí, pero ya no fue lo mismo ni el cosmos le habló como aquel día. Ahora, con Nina, no sabe qué pasará; dan vueltas observando la cúpula, rodeando la girola, ven el Vía Crucis: pequeñito. Van, como siempre, amarraditos, sin prisa; la sombra bretona y yo a duras penas. La Savoyarde está callada. “¿Quería ella subir a verla?”. Niko lo piensa, pero no se lo dice. Se sientan un rato, observando ese gesto de Jesús, ese abrazo iniciado por él, que está orlado, bañado en ese azul tan oriental. Tiene la pequeña mano de Nina en la suya; la mira, le quita el anillo de plata y se lo vuelve a poner.
-Nos hemos casado, ahora, de esta manera, mira, –le dice a ella, que sonríe, sacando su anillo de plata y volviéndoselo a poner.
“No sé cuántas Ninas habrá después, pero en este momento lo estoy haciendo de verdad, desde el fondo del corazón”. Nina no dice nada, pero le mira desde el fondo del suyo. Y el azul intenso de la cúpula se desmiga, se desintegra despacio, se hace pupila, se hace universo en sus ojos. Fuera dudan, no saben si entrar en la cripta. Al final no. Hace varias fotos y un ojo de pez sobre la ciudad que se extiende allá abajo. Vamos callejeando, hace un frío que pela las pestañas (a ella le encanta que le haga la mariposa con las suyas), hacia la Place du Tertre. Da igual que sea temporada baja que alta, está que da asco de gente. Aquí hay que venir por la noche o al amanecer. Buscan un sitio para comer. Deciden probar en À la Mère Catherine, pero la tal Catherine se ha subido a la parra. Una vez que se está aquí, se tiene que dar por lo menos una vuelta a la plaza y eso se complica con tanta gente.
-¿Por qué demonios han tenido que poner carpas y terrazas en el centro, hurtando el sitio a los pintores? -se lamenta el fotógrafo.
Pero Nina quiere ver las siluetas. Hay una tía muy maja que lo hace bien; tiene el tenderete frente al célebre Patachou, donde dicen que cantó por última vez el gorrión, la Piaff. El emblemático local cerró por desgracia hace mucho tiempo.
-Brassens también cantaba aquí -le cuenta Nina.
A lo que el mozo responde:
-¡Qué tiempos!
Niko tiene una idea brillante: hoy comerán como señores en Le Moulin de la Galette.
-¡Una vez no es costumbre! –dice o más bien exclama sin por ello darse tono.
Y ponen rumbo a la rue Lepic. Esto está mejor. Y ahí estamos. No contaba él con la sensatez de Nina, que una vez en la puerta se horroriza al leer el precio del menú.
-Nada de menú, ¡a la carta! -le dice en plan estupendo, tirando la casa por la ventana.
Como buena bretona, Nina no da su brazo a torcer y no hay nada que hacer.
-¡Bretona, más que bretona! -se exaspera Niko, desconsolado.
-Quedémonos en La Divette du Moulin. Venga, va, cariño.
Y lo arrastra literalmente hacia el local que está enfrente, haciéndole mimitos y poniendo caritas.
-¡Ah, hermosa criatura, que me sorbes el seso a cada instante! ¡Oh, tú, bella cajera samaritana, embeleso de los dígitos, hechicera de los números primos y de los quebrados, diosa de la economía doméstica! ¡Te adoro!
Niko se da por vencido. El menú a ocho francos le parece muy bien. Y Nina acierta; el plato es un fricandó de pollo con arroz blanco y champiñones: realmente delicioso. Toman vino de la casa.
-¡Nada de agua; esta vez, vino de la tierra, néctar de la dulce Francia -se exalta. Y por lo bajini- Lo más chungo, querida, es que en París no se puede beber, ¡Dios mío, qué horror!
Por suerte habían encontrado una mesa junto a la ventana.
-Yo que no quería y ya ves, me gusta mucho el local, abarrotado como está esto con parroquianos de siempre: gente del barrio, que eso se nota. Fíjate si no en esta pareja de maduritos; se ve claramente que viven aquí por la forma de saludarse con todos los del local: sin duda son todos conocidos. Y la música, ¡qué me dices de la música!: lo más nasal que ha dado Francia.
Nina lo mira con condescendencia como diciendo: ya te lo dije
-Tesoro mío, chapulín colorado, no sé qué haría sin ti.
El hedonista que hay en Niko se siente acribillado desde todos los ángulos por todas las musas habidas y por haber. Tan acribillado se halla, que decide prolongar todo lo que puedan la comida tomando café. Lo que en su tierra sería hacer una larga sobremesa.
– Un decafeiné -pide Nina.
Niko, un coñac, como los señores. Desde la ventana se ve bajar la calle y, en la esquina, justo enfrente, Le Moulin de la Galette. Nada que ver con los del Campo de Criptana. El de ahí tan macizo, de maderas nobles orlado y las aspas o brazos en reposado equilibrio parisino, que aquí no hay batalla alguna que ganar. Desde donde estamos se adivina apenas el pequeño jardincillo, mejor terracita llena de plantas, con sus veladores. Él había ido alguna vez con Michel, el potentado Onassis de la pintura, y, naturalmente, siempre a su costa. El interior del local es de esos que le provoca súbitamente el desenfreno capitalista, ya saben, la compra de una parcelita. Pero no se equivoquen, es sólo un arrebato momentáneo, que a él, realmente lo que le toca la fibra es otro tipo de parcelitas, o sea, las espacio-temporales; pero ahí ya nos meteríamos en temas metafísicos peliagudos que no vienen al caso. Decía, pues, que esos ambientes tan deliciosamente delicados le pueden y, si van acompañados de una esmerada cocina, entonces se convierte en pez y se sumerge a conciencia en el único de los mundos creados por el hombre que le merece el calificativo de artístico. Porque cuando hace fotos, como ahora, de este otro local donde se encuentran, donde milagrosamente se ha conservado el sabor de otro tiempo, no hace nada artístico ni lo pretende, nada más lejos de sus principios; capta a lo sumo, si puede, un instante histórico al tiempo que intemporal, es decir, busca la esencia de algo, pero algo natural, sin afeites, sin adornos. La fachada de La Divette du Moulin está pintada en azul tranquilo; no es añil, tampoco es turquesa, ¡no!, es un color tirando a mar, como si al ultramar le hubieran añadido una pizquita de blanco de zinc.
-Me gusta esa puerta enmarcada por dos ventanas; una, tipo escaparate de colmado antiguo y otra abierta a la calle que sube y baja en esta colina donde, por lo visto, hoy es todo color firmamento -le dice Niko a Nina apretándola contra sí.
Van amarraditos los dos. Paseando sin rumbo, llegamos a la place Dalida y subimos por la rue de l’Abreuvoir. Va disparando sobre las casas más curiosas. Le hace varias a las águilas de piedra de la casa del almirante de Napoleón y a la Maison Rose de Utrillo en lo alto, haciendo esquina, hoy pequeño restaurante. Han estado viendo los viñedos de la rue Saint Vincent queriendo saber dónde venden las botellas de esa cosecha histórica, de reliquia. En Au Lapin Agile, cerrado a cal y canto por el día, Nina quiere que le haga, bajo el árbol, la foto más turística, y naturalmente se la hace; le saca la lengua y hace tonterías todo el rato. Se han sentado, un ratito, en el pequeño banco y, mirando la puerta, Niko se pregunta la de juergas que se habrán corrido dentro artistas, gente canalla, borrachos y vagabundos, ahí mismito, en los años dorados de Montmartre. Como él, cuánta gente no habría vendido su alma al diablo por vivir aquellos años. Yo apenas puedo evitar que se me pegue la sombra del árbol; la pequeña sombra bretona escapa de ese tormento.
-Uno debiera poder elegir la época, pero así es la vida, sólo existen límites…
¡Y tanto y tanto! –pienso yo hecho polvo. ¡Qué alivio cuando se levantan!
Pasamos por delante de Le Consulat; su fachada colorista es gloria nacional. Ahora nos toca bajar otra vez por una empinada cuesta que nos deposita en la Place d’Emile Goudo; es pequeña y sorprendentemente desnivelada, cubista, diría él, con esa pequeña fuentecilla. Se vuelven a sentar en un banco de la plaza observando el número 11 bis. Esta vez quedo libre de adherencias. El mítico Bateau Lavoire sólo conserva, por desgracia, la fachada; un incendio lo arrasó, creo, en los años setenta. ¡Lástima, qué pena de museo que no fue, que ya no será jamás! ¡Cuánta gente interesante, con Picasso a la cabeza, habrá traspasado esa puerta verde oscuro a diario! Idas y venidas de día y de noche, sobrios o borrachos rodando, tropezando por los adoquines y por la cuesta a toda velocidad hasta toparse con la casa. Antes de sentarse se han asomado y lo único que han visto a través del cristal de la puerta es un trocito de suelo y una puerta blanca, nada más. En el escaparte de al lado una historia resumida de lo que fue el Bateau Lavoire y sus habitantes. Mirando desde aquí, desde donde están, desde el banco, las calles que suben y bajan, tan estrechas, este paisaje urbano se convierte en aristas, en cubos, en planos que se cortan, se superponen, se interseccionan, lanzada la desnivelada plaza hasta el fondo a pocos metros sobre los muros de las casas que le cierran el paso que, si no, rodaría sin remedio hasta el pie de la colina. De modo que le dice a Nina que, si Picasso pintó aquí Les demoiselles d’Avignon, sería por esto, que lo de Horta del Ebro, una tontería, que lo del arte africano, otro invento de los críticos, que no se enteran.
Sigue desarrollando su teoría mientras subimos la tremenda cuesta. Niko va buscando Le Paulbol, Michel se lo ha recomendado. Está cerca; de entrada, la fachada es cuanto menos pintoresca; el letrero supone que será del mismo, Francis Paulbol. Si por fuera es lo más de lo más abigarrado que nunca ha visto, macetas y más macetas llenas de flores, botellas de vino, cestos de frutas, el interior le supera: cuadros surrealistas, afiches por doquier, fotos y un sinfín de objetos de lo más dispares. Observan el menú de la entrada: ¡caramba!, es bastante asequible. Vendrán una noche de estas.
-Es lo que yo definiría como un espacio lleno. Lo mínimal aquí ha naufragado, fracasado por completo.
Se compran unos cucuruchos de helado estupendos: chocolate para Nina, limón para él. Vuelven a pasar por la Place du Tertre. En la puerta de la sencilla y sobria iglesia de Saint Pierre, a espaldas del Sacré Coeur, una francesita canta, baila y toca las canciones de la Piaff. A los dos se les ponen los pelos de punta de lo bien que lo hace. Bajamos por la escalinata blanca y el de la Barceloneta decide seguir y atravesar todo Pigalle:
-¿Estás de acuerdo, pibita?
Está de acuerdo. “Vete a saber si no es por complacerme”, piensa, “y además no es ninguna tontería la caminata. Qué tontería, de paseo, pijo, pijo”.
Capítulo 29
El día a día
Do you remenber? de Phil Collins. La música viene del primero b, la sesentona se está poniendo un tanto al día. De este amanecer recuerdo que al despertar soñaba; el qué no lo sé.
Los nefrolepis de la ventana del despacho del comisario, gracias a sus desvelos, habían crecido una barbaridad. Los días se sucedían y Marie, en vista de que el comisario o bien tenía un cólico miserere o principio de escorbuto, seguía al frente de los expedientes. Y, como el ambiente familiar había cambiado poco o nada, se había volcado en el trabajo: hacía guardias, horas extras y un sin fin de actividades para poder, al llegar a casa embrutecida, caer en brazos de Morfeo que, a pesar del nombre, se suponía era todo un guapetón. Esta mañana tenía reunión de trabajo cuando los teletipos alertaron. Había aparecido en una esclusa de Berville-sur-mer el cadáver de un hombre de mediana edad; era un suponer, porque lo que apareció estaba bastante deteriorado y daba más grima que pena.
-¡Otro! -exclamó la bella teniente-. Con este ya son treinta y dos en lo que va de mes. Parece que eso se ha puesto de moda; en realidad las esclusas no dan ya abasto. ¡Qué afición por la mar, río o afluente! ¡Claro que Francia para eso de las esclusas es un paraíso!
El cadáver había sido llevado a la morgue de Poissy. Marie tuvo que hacer una primera inspección y, dado que se imponía la autopsia, se le trasladó posteriormente al departamento correspondiente en París. Esperarían. Cuando regresó a la comisaría, encontró al comisario más para allá que para acá, de modo que le sugirió que se fuera a su casa a hacer gárgaras con miel y limón, que eso mal no le podía hacer. Cuando este se hubo ido, Marie abrió las ventanas, inspiró el aire de la noche y le hizo bien. El Sena, adornado con mil luces a lo lejos, era el eterno paisaje de sus sueños. Abrió los brazos y se desperezó. Sabía que los días venideros iban a ser duros, que debía por ello descansar y aun así no deseaba volver a su casa. “¿Sería este fiambre el pintor mexicano?”, se dijo. Retiró la escribanía de la mesa y, apoyando la cabeza sobre los brazos, se durmió.
Capítulo 30
Lua, luna
Las notas de Corporal glegg de Pink Floyd suben y bajan por la escalera; debe ser ese tipo con buen gusto que liga con la joven de la buhardilla. La escuchamos mientras Niko se acicala.
Cuando Niko llega a casa de Denis el ambiente está de lo más cargado. Mucha gente estaba sentada o tumbada en el suelo, tirados como colillas en un apestoso cenicero. Se veía que el alcohol había corrido lo suficiente porque se movían a cámara lenta; las miradas eran erráticas y obscenas, y las palabras, que se oían apenas, se estiraban como chicle. Tropezando en la penumbra, avanzaba sin dar un paso sobre piernas y troncos, culos y tetas. Todo era amorfo y pentamorfo a la vez, no había mesura ni movilidad espontánea. Todo era vapor etílico, humo y oquedad. A pesar de la falta de visibilidad, finalmente encontró a Denis sentado en el balcón con una piba morena que supuso era su último gran descubrimiento -la dueña de esa “obra” impresionante-.
Según Niko, Denis carecía de talento, pero tenía algo que él reconocía y que nunca tendría: un compromiso con la vida. Y sobre todo poseía la virtud de saber captar el talento en los demás, de reconocerlo para después volcarse sin interdicciones, con una fe sincera de meapilas. La de A Coruña estaba como un tren. Se lo tuvo que reconocer más tarde. Su obra a priori se la trae floja cuando se sienta en el suelo junto a ella, aunque su personita le interesó al instante. La veía en negativo, apoyada en la reja, sentada a contraluz: fue su voz bronca y aguardentosa, la eficacia de su quietud, lo que produjo el escalofrío. Algo dentro se pinzó; el qué, no sabría decirlo. Evidentemente ella se dio cuenta del efecto que había producido, que estaba produciendo en él mientras hablaban de libros los tres sentados en el balcón. Cuando llegó, Denis hablaba de la sexualidad sublimada y de la desublimada; que la primera ha creado obras tan diversas en el pasado como Ana Karenina de Tolstoi, Las Flores del Mal de Baudelaire o Fedra de Racine, donde se crea una dimensión distinta de la realidad; que lo que subyace en ellas es el erotismo y que por consiguiente la realización es destrucción, no en un sentido moral o sociológico, sino ontológico; Eros y Tánatos de la mano. Mete baza y cita de memoria: “Está más allá del bien y del mal, más allá de la moral social…”. Lua le mira divertida y añade: “Evidentemente allí la sexualidad es absoluta, sin ningún compromiso, incondicional”, citando, de memoria, a Marcuse. Se vio haciendo el amor con ella, y pensó que con ella no sería capaz de hacerlo en silencio. Y supo, de inmediato, que había una gran contradicción en ella. ¿Cuál?, no lo sabía; tendría que averiguarlo. Y también que era como el agua que se comporta como hembra sabiendo que es varón. Y esa imagen del agua, elemento blando que derrite, lima, socava y vence al elemento duro, a la piedra, al canto rodado de los ríos…. Y supo también que no podría soportar su ausencia en los días venideros, que ese pinzamiento le iba a producir inquietud y desasosiego.
Denis, el plasta, le estaba otra vez empezando a cabrear con su empeño en hablar de la importancia de la unidad en la obra, de la importancia de la forma, pero no demasiado dispar para tratar cada tema, de la necesidad de un estilo, que si tal, que si cual, que si coge esto, que si tira lo otro… Ahora sigue con el tema de la sexualidad desublimada que es la que afecta a la literatura actual, más libre, más obscena, más realista: totalmente desinhibida. Esta libertad sin límite es opresora y tremendamente violenta; que si Freud creía que un fortalecimiento de la libido conllevaría un debilitamiento de la agresividad y viceversa…
Le dijo que no estaba para discursos marcusianos, aunque adoraba One-dimensional Man. “Dan ganas de mandarlo a la mierda. Es un pesado, que nunca deja de fastidiarme con sus pamemas”, piensa. Pero en estos momentos no tenía agallas para irse, atrapado como estaba por luna, Lua.
Lo más sorprendente de ella es su lenguaje. Hablaba como un hombre, con dureza, con descaro, al tanto que su feminidad, no obstante eso, se derramaba sin remedio: era la coquetería andando. Era consciente de su belleza en todo momento. Nada que ver con esas tías machorras, liberadas, esas que cuando abren la boca la fastidian, que no son más que un cargante remedo masculino. En ella era diferente, su discurso varonil se ajustaba a su piel, a su cuerpo de diosa, atlético, fibroso a la vez que dulce: era la encarnación del Yin y el Yan. Y lo más sorprendente es que no había en ella nada ambivalente o ambiguo. Quizás es que, por primera vez, Niko se encontraba ante una mujer absolutamente libre. Y al darse cuenta o no del todo, se despidió.
Capítulo 31
Atracción fatal
Denis silba: L’altra notte in fondo al mare de Boito.
-¿No es asombroso? Tu amigo se ha ido como alma que lleva el diablo. ¿Qué mosca le ha picado?
Lua Louro mantiene la espalda erguida sobre la reja del balcón abierto a una luna oscura, como de eclipse; está sentada en el suelo, a lo buda y dentro del arco que forman sus piernas ha colocado su vaso y un cenicero hasta los topes. Lo ha dicho, mirando a Denis con fijeza, arqueando la ceja derecha. Bebe a grandes sorbos, con fruición, como la gente que bebe habitualmente.
-Niko es así; de pronto le urge estar en otro sitio; tiene esos prontos; es bastante imprevisible -dice Denis, sin mucho entusiasmo.
Lua se ha dado cuenta, pero está decidida a no llevar la conversación por otros derroteros. Hablaron sobre Niko el resto de la noche y finalmente ella se quedó dormida en cualquier parte. A mediodía la despertó con un café cargado; el resto de la gente se había ido yendo a lo largo de la mañana. Lua estaba entumecida y dolorida; al principio le cuesta ubicarse; después le sonríe abiertamente.
-Eres un tío grande. ¡Joderrr que pedazo de resaca! ¿No tendrás mejor una cerveza para nivelar el alcohol en la sangre? -le dice, encendiendo un cigarrillo.
No obstante se toma el café negro a pequeños sorbos, soplando la superficie humeante como lo hacen la hermosa gente del desierto.
-¡Rediez, tengo la garganta destrozada!
Y su sonrisa se agranda y sus ojos se achican. “Y el efecto es precioso”, piensa Denis, que a estas alturas está cual perca enamorada, aunque sabe que con ella no tiene nada que hacer.
Lua se levanta y se estira y, con toda naturalidad, se quita la ropa y se va.
-¿Hay agua caliente? -grita desde el cuarto de baño.
No ha cerrado la puerta, de modo que él la puede mirar tranquilamente.
-No te molestes en poner el calefactor, está roto, pero agua caliente tienes toda la que quieras -le contesta.
Denis gira, se da la vuelta, no puede seguir allí. Siente que se está empalmando. Oye como corre el agua, que debe estar brincando sobre su pecho, sobre su vientre… Sale del baño frotándose el pelo con una toalla, el cuerpo desnudo, la carne brillando con gotitas de agua; le lanza un silbido casi gomero.
-¡Vaya una trempera matinera! -le dice a bocajarro, riéndose como un cascabel.
Él no esperaba que acabara tan pronto y no la ha oído llegar: ha sido pillado en falta; enrojece y se cubre con ambas manos; las pone sobre la bata cerrada, que no es capaz de ocultar nada, como un colegial. La risa de Lua no para de crecer.
-¡Oh, mírate, Denis! ¡Oh Denis, es normal!
Y ríe y no deja de reír, tanto, que al final consigue que él deje a un lado su timidez y ría con ella. Y al hacerlo es peor, porque su adarga no deja de moverse. Y cuanto más se mueve, más se ríen. Denis, al darse cuenta, se deja caer en un sillón y ella se va corriendo al baño.
-¡Por las meigas de Santiago, qué gracioso es ese tipo.
Y llora y se parte de risa. Tendría que dejarse hacer una foto de frente, con la bata entreabierta y otra de perfil con la bata puesta sobre adarga retrechera. “¡Oh, Dios, que terriblemente gracioso estaba!”.
Denis le deja un albornoz y es entonces cuando se toma tranquilamente la cerveza casi de un tirón. Están sentados en el salón, que está hecho un burdel; hay restos de la noche pasada, de la fiesta, por todos lados; vasos, botellas vacías, platos, cubiertos, papeles, restos de vómitos, en fin un asco. Lua, que es capaz de acostarse con cualquiera que le caiga bien, huye de las tareas domésticas; nunca caería en ese despropósito.
-Es humillante. ¡Ah, no! ¡Jamás!
Le dice a él que es cuestión de principios, que se ha jurado que jamás limpiaría las miserias de nadie.
-¿Lo entiendes, cariño?
Claro que lo entiende; Denis lo entiende casi todo, aunque su descaro no deja de sorprenderle.
-Tu amigo tiene una horizontal estupenda, y unos cuartos traseros de lo más guay; me gustaría practicar la biblia con él.
Ahora esa franqueza de Lua le ha molestado.
-Tiene novia -le dice.
Ella suelta una carcajada sonora, echando la cabeza hacia atrás.
-A mí me da igual, cariño, no soy para nada celosa.
De pronto se viste rápidamente y lanzándole un beso con la mano desde la puerta se va.
Capítulo 32
Las cosas se complican
Soul driver de Bruce Springsteen. Viene de la imprenta de forma intermitente como saltando de balcón a balcón pero subiendo como un globo burlando la ley de la gravedad.
A la mañana siguiente, Niko descubre el cuerpo del mexicano en los periódicos. No fue capaz de verter lágrimas ni por él ni por el Capu. Dejó pasar el día lo mejor que pudo, evocando de vez en cuando, repasando cada detalle. “¿En qué se habían equivocado? ¿Tan idiotas, mostrencos, habían sido? ¿Por qué el merluzo mexicano no se había desmigado como magdalena en tazón de leche? ¿Por qué las ballenas que engullían jonases no circulaban por estas latitudes? ¡Excremento del averno! ¡Diablo mudo! ¡Lóbrego mariachi!”. Niko, encolerizado, pensaba y reflexionaba en vano. Se sentía humillado: debió prever lo del ADN. Le molestaba sobremanera haberse equivocado: ¡pues vaya una chapuza! Más que nada se sentía herido en su orgullo y veía zozobrar de repente su mayor fuente de ingresos, su ONG más eficaz y duradera; con el Capu, le había tocado la lotería. No obstante, a continuación, pensaba correctamente y se decía que eran como el azufre y el mercurio, de la misma naturaleza homogénea, y que ese asuntillo los ha mezclado radicalmente y convertidos en inseparables y de la misma especie: unidos por la putrefacción. Así estaban. Formando un solo cuerpo perfecto y absoluto. Al rato de pensar en esa dirección, ya no se sentía tan mortificado. Él nunca se podría sentir ajeno a su difícil matrimonio, que ya no tendría fin. Su situación se había congelado. Por otra parte, no habían hecho nada malo: deshacerse de un cadáver; lo que duró tirarlo por la borda fue lo que tardó en absolverse. No hacer frente a las situaciones, esto sí que perjudica el carácter, que se vuelve blando, fundible como la cera. No podría ser, no quería ser mercurio vulgar ni mercurio crudo ni mercurio pasivo; Niko quería ser mercurio de agua limpia, depender sólo del poder de la naturaleza.
-Esto que pretendo, me place y lo quiero.
El titular decía: “Muere en extrañas circunstancias el pintor mexicano Diego Escalante de Mejía. Su cuerpo ha aparecido en una de las esclusas de Berville-sur-mer, El pintor mexicano afincado en Ámsterdam exponía regularmente su obra en una conocida galería de Saint Germain y su obra cotizaba en las subastas de arte…”.
Al otro lado de la ciudad, y puede que al mismo tiempo, Michel leía el artículo en su estudio-gabarra. Había dejado pasar un tiempo prudente y hacía varios días que había vuelto a París. Se ofusca, se le nubla la visión y se cabrea: “El muy bastardo con “cota” y yo vendiendo en Avignon”. Y una rabia sorda le hace subir el púrpura hasta las orejas y se le llena la vena de la sien cual sierpe sarmentosa, dolorosamente retorcida. Tenía Le Monde abierto en la sección de sucesos. “…Se desconocen hasta la fecha las circunstancias en que se produjo el óbito. Tanto la policía francesa como la holandesa siguen las investigaciones en colaboración con la INTERPOL”.
Las palabras bailaban de acá para allá y los renglones se mofaban lo suyo… “¿Quién o quiénes podían estar detrás de este feo asunto? Circulan rumores para todos los gustos. La policía descarta, a fecha de hoy, la idea del suicidio. Por su parte las declaraciones que ha hecho a este periódico Monsieur Leblanc, galerista de la rue de Seine, no hacen pensar en dicha posibilidad. M. L., dueño de la galería KuKu, nos ha referido el excelente momento profesional y personal que vivía el divino mexicano…”. La vena de Michel, ya sabemos, sarmentosa y dolorosamente retorcida, estaba a punto de reventar. De la rabia y de la envidia asquerosa pasó al peor de los canguelos. Comenzó a sudar y a temblar de los pies a la cabeza. El Dodo se movía suavemente, el día era cristalino y hasta el cielo era una colcha azulona plácida y remansada. Le dieron ganas de tirarse al Sena, pero se aguantó porque se acordó de que nadaba muy bien.
Cuando Michel llama a Niko, este ya había leído la prensa y por poco casi le manda directamente al infierno. Le vuelve a repetir aquello de los pueblos sin romanizar y que… ¡que se callara, tonto de la baba, que ya había leído la prensa y que no había que jimplar, minuscule de merde! Esto a Michel le tranquiliza poco, pero se va calmando, ya que Niko tenía comprobado que a los pusilánimes nada mejor que una buena bronca y un buen chorreo. Ahora lo que había que hacer -le dijo su amigo- era quedarse quieto como quien no quiere la cosa y que siguiera ejerciendo de pintor que busca “cota”. Y que él haría sus propias investigaciones y pesquisas. Y aun antes de colgar le advirtió de que no se le ocurriese fondear por otros lares; tenía que seguir como si nada y a ser posible montar una tremenda fiesta para mayor naturalidad posible.
Al día siguiente el de Binéfar pasó toda la mañana por Saint Germain. Ya bien temprano había desayunado en el Rostand, frente al Luxemburgo. La prensa esta mañana había enmudecido. Niko había tomado el camino de los jardines del Luxemburgo para atravesarlo y saludar al dragón que no se sabe quién había domiciliado en la misma fuente de los Médicis. Un aire racheado volteaba las hojas de los árboles, verdes y lustrosas. Siempre salía por la verja del lateral del Senado, porque había un hotelito en la rue Vaugirad que le tenía subyugado. Allí no compraría una parcelita, sino una suite para las citas precipitadas y ocasionales. Esta mañana do señoreaban los grises parisinos, deslucida y tirando a desapacible, yo, Pío, hubiera dado una fortuna por no acompañarlo. Negros presagios me alteraban el sentido. El motivo desconocido de tal desasosiego no aligeraba el ánimo; lo seguía sin estar en mí, en un estado teresiano de Tormes que me hacía levitar al doblar las esquinas. Yo, porque no careciera de nada, me agarraba a dichas esquinas como Dios me daba a entender. Lo pasé fatal y me costó lo suyo.
A todo esto Niko, que es pejiguero y tiene sus preferencias, deja de lado a su pesar la rue Bonaparte con sus boutiques flamantes para adentrarse en la rue de Seine, lugar do mora el arte. Vamos entrando y saliendo de las galerías, a izquierda y a derecha, una tras otra, bajando hacia el Sena, que es a donde todo va a parar. Él habla con unos y con otros haciendo sus pesquisas y sacando conclusiones. Sobre las doce se sienta, nos, en una terracita muy concurrida a tomar el fresco y un vals, esa cosa que está muy de moda. De su zurrón-bolso de señora, que no mariconera, saca una libretita donde va apuntando. En la galería KuKu, después de hablar con M. L., ha conseguido que este le enseñara varias obras del finado mexicano que tenía en el búnker. Como colaborador ocasional de La Voz de Esplugas, se ha presentado él y este, sin mucho raciocinio por el momento de gloria que está pasando, le ha dejado examinar las obras y sacarles unas fotografías. Yo sigo con tormentas interiores que me tienen en vilo; nada que ver con la expresión seráfica del muchachote, que en circunstancias como estas considero que los tiene bien puestos, por lo templado que es.
Agotadas las distintas galerías y calle, como los ríos, desembocamos en la mar que está como siempre de un excelso verde diseminado. De un tiempo a esta parte, el Sena ya no es lo que era: ahora es playa, ribera, mar, a veces océano.
Capítulo 33
El deseo. Picasso. Marcus.
Dormimos mal; sobre las siete, irrumpe en el dormitorio La ville inconnue de Edith Piaf. La radio de la portera erre que erre.
Ya no se trata ahora de su obra memorable, sino de otra cosa que tiene que ver con el deseo; no había habido un contacto y por tanto la historia permanecía muda. Lua, Lua, luna y firmamento estrellado. “Me hallo metido en un médano, clavado en la arena, desviado y vencido por lo invisible. Un viento inmisericorde me zarandea y suscita en mí grandes dudas y me aleja gradualmente de lo esencial, ya que la quintaesencia está ausente. Todo apunta al fracaso. ¿Habría alguna posibilidad?; ¿alguna fuerza titánica sería capaz de utilizar las fuerzas naturales en mi favor?; ¿sería posible alcanzar el erotismo alquímico? Si fuera capaz de no segregar elementos ajenos; si mi espíritu se viera de pronto transformado, intervenido por la sustancia gruesa medicinal y tras sublime operación fuera plata viva y tras otra, plata fina, de forma que todos los actos me fueran permitidos guardando la pureza interior como practicante, sin errar en el concepto como Breton, el papa del surrealismo; y si conservara la pureza de la mirada para poder rechazar los tabúes occidentales, entonces sería posible la cúpula hermética y todo por fin sería Revelación”.
En esto estaba Niko -¿sueño?, ¿ensoñación?- cuando se despierta sobre las siete y media. Los dos maromos con los que comparte piso aún duermen, así que aprovecha y pilla ducha. Coge la bolsa de basura y la deposita en el contenedor dentro del cuartito que ex profeso hay en el patio donde cada vez las plantas están más y más lujuriosas. Sale y mira al cielo: pronóstico reservado. El día está químico y lleno de retortas. Coge el 47 en la Gare de l’Est; al conductor le enseña la tarjeta naranja y pasa hacia el fondo. Al poco está en la Place de Grève y se sublima contemplando L’Hôtel de Ville, atraviesa el Pont D’Arcole y pasea por el Quai aux Fleurs; cruza el Pont St. Louis y baja por la escalera de piedra hacia el río. Justo en la puntita de la isla se sienta en el banco a leer el periódico y los patitos, huérfanos esta vez de madre, que nadan sobre un agua sucia, y el viento y la mañana toda; sí, el viento mueve imperceptiblemente el agua aunque las nubes zascandilean a su aire: cada cosa va a su ritmo y eso siempre es agradable.
Nota su favorable disposición hacia el paisaje. “Enfrente de mí el hermoso, gran árbol me contempla, escruta mi disposición; y me siento imitador de la naturaleza y me regocijo enormemente. Poco a poco voy aprendiendo”. Antes de irse, fotografía el Pont Louis-Philippe como si nunca lo hubiese hecho antes.
Ahora estamos caminando por la rue Saint Louis en L’Île: tiendas y tiendas. Y a pesar de tanto tenderete oficial y cosmopolita, lo que más llamaba su atención es el cielo abierto, pulcro, como una sábana secándose al sol. La estrecha calle le permite hacer ejercicio; subimos y bajamos la acera, la bajamos y la subimos y la vuelve a bajar (¡que se me pierde!) sorteando grupos de turistas. Nos lo pasamos bien al principio: al rato se convierte en un fastidio. Estos grupos son homogéneos, compactos, ovejas con su pastor, auténticos arietes; golpean fuerte una y otra vez contra tu integridad física sin que puedas saber por dónde te van a llegar los golpes. Llegamos al final de la calle y ve el Pont Sully y más allá el Institut du Monde Arabe. Vamos a buen ritmo, armados de esperanza, pero al llegar a este punto gira sobre sus pasos. El esplendor manifiesto de la mañana le impulsa a rodear la isla, a volver al río para colar el agua con un filtro fino. “Y debo aplicarle un fuego de segundo grado al baño maría si quiero obtener una tintura sublime y etérea. Y así, de paso, le hago un homenaje a María la Judía, la autora del invento. Un viento muy dulce agita incesantemente la sangre en mis venas. Soy un mar de sangre y las olas se suceden abrazándose sin descanso. Ya no estoy clavado en el médano, he podido sacudir toda la arena. Y alcanzar la orilla. Esa otra orilla en la que se pueda sentir la pulsión, el dolor, el placer, esa otra forma de vida en contra y por encima de la sociedad, de la realidad toda. La estética democrática está destruyendo la sustancia misma del arte. La negación a participar ha de ser mi tabla de salvación, mi credo, sostén de la talla más grande. La soledad del hombre se ha hecho técnicamente imposible y esto me repugna, me horroriza hasta la náusea”.
Este vagabundeo metafísico, grotesco y atroz al que se somete resiente su cuerpo de forma que en ocasiones le sobreviene un cansancio total y repentino. Se dirige hacia le Pont Marie, va hacia la rue Fourcy. Lo cruzamos y una vez cruzada se detiene en L’Hôtel de Sens y aquí la verja del jardín lo sustenta un rato. La esquina, tan bien pertrechada con el cucurucho oscuro, eleva el misticismo medieval rascando el cielo hasta el mismísimo recinto arcangélico. Le da la vuelta al edificio y se harta de encuadres estupendos. Se deja ir por Charlemagne y por Saint Paul, por Saint Antoine, por donde dejan estelas los reyes y los santos; debe ser que ellos le guían. Pasa por el Carnavalet sin detenerse. Ya en la rue Sévigné, entramos en Le Caprice de Diane, lugar entrañable donde acuden muchos colegas. Aquí el ambiente siempre es relajado y amable; en verano es delicioso contemplar el patio lleno de plantas. Se toma una birra con una baguette de foie a la pimienta verde que le hace llorar con desconsuelo.
Tenía el presentimiento y el deseo de tropezarse, por casualidad, con Lua; pero no aparece. Está en paradero desconocido. Se larga por la rue Royal. Hay unos barecitos todavía vírgenes, donde aún no ha estado, y un café irlandés con buena pinta. Saca su cuaderno y toma nota. Llega a la rue de Thorigny y entra con duplicadas fuerzas en el Museo Picasso. Quiere hacer en la planta baja unas fotos de las esculturas del malagueño. L’Hôtel Salé se le ha quedado pequeño; si supiera el pintor que está ubicado al lado de la rue de la Perle, se troncharía de risa. ¡Con la de perlicas que hizo el malagueño!
Denis le estaba arreglando la venta de las fotos que iba a hacer en el museo para una publicación de arte. Piensa en Picasso y en las perlicas y en el libro de Brassaïs que siempre ha sido un referente para Niko. Esa foto de él sentado en la mesa de la cocina y sobre ella ese pan prodigioso con la forma de la mano de Dora Maar es absolutamente genial. Lua le dijo que trabajaba por su cuenta, de freelance, igual que tantos como él y como muchos que vendrán después.
La galería con luz cenital, blanca, toda luminosa le va a facilitar el trabajo. ¡Qué hermosas son las cabezas monumentales que realizara en Boisgeloup! Toma también la foto de la cabra de una de las salas de la planta baja, no tan bien iluminada, aunque cerca del jardín: la del jardín es increíble.
-¡Adoro esta cabra y no la de Monsieur Seguin! -exclama abalanzándose para agarrarse al cuello del animal.
En este instante, cosa extraña, la soledad más absoluta reina en el jardín de modo que, siguiendo su instinto, espera al acecho, sabiendo con certeza que a no tardar un japonés indefectiblemente ha de hacer su aparición. ¿Qué es un museo sin la presencia de esta raza oriental?: un agujero negro, la nada, el cero más a la izquierda, que ya es decir. Suspenso y absorto ha quedado. Mas no bien transcurridos dos minutos, el tiempo de dar una rápida y furtiva caladita al cigarro, el nipón ya estaba presto a tomar esa instantánea de Niko abrazado a la cabra.
Después vagabundeamos hasta les Vosges; el sol padre se derrama por entre los árboles: es la fuerza fuerte de toda fuerza. Un viento suave y dulce deja oír su canto entre las hojas y la hierba; un enfoque erróneo podría desbaratar la analogía entre el microcosmos y el macrocosmos: “Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para cumplir el milagro de la unidad”. Un grupo de músicos jóvenes toca Las Cuatro Estaciones de Vivaldi bajo los arcos de la plaza. Y se ha sentado en el suelo para escucharlos con devoción, como Vivaldi o cualquier músico se merece. “Y me adapto a mi nueva condición de ser tridimensional, y poseo el ímpetu y la vehemencia de espíritu necesario para rechazar de plano el ser unidimensional, la sociedad unidimensional en la que estamos metidos hasta las orejas. ¡A la mierda la cerrada sociedad capitalista! La única salvación posible está y vendrá de parte de los marginados, los explotados, de los desheredados de todo el mundo, del primero, del segundo y del tercero. ¡Sí, de todos los que la sociedad democrática, totalitaria, ha dejado fuera, en la puta calle! Un día se levantarán como una marea en olas gigantescas y un maremoto imparable borrará todo el podrido sistema; será el advenimiento del segundo diluvio universal; sólo que en este habrá millones de noés sin trabajo que, unidos, formarán una cadena que no tendrá fin; y no habrá una, sino millones de palomas revoloteando, cagándose sobre las grandes fortunas hundidas para siempre en los océanos, sin parar de volar hasta encontrar el nuevo Monte Ararat. Y allí montarán una fiesta del copón. ¡Marcuse no ha muerto, viva Marcuse! Él, que ya en febrero del 67 escribía sobre la globalización, qué vehemencia, qué ímpetu. Necesario: nos dijo cosas inconmensurables”. Sentado en el suelo, bajo los arcos, continúa escuchando, oyendo, cabizbajo, el duelo de los violines preguntándose si alcanzarán el ritmo galopante apropiado; y cuando arranca -ese pasaje- los colores del arco iris como una flecha le traspasan y es presa de sí mismo y se declara cautivo de esa ofrenda inesperada. Después nos vamos despacio.
Hemos salido de la Place des Vosges por la puerta y muy pronto, está ahí al lado, estamos en la Place de la Bastille y, bajando por el boulevard del mismo nombre, va a coger el metro en Sully Morlan. Yo hace rato que me quedé sin resuello en la plaza de les Vosges.
Capítulo 34
La mafia de Marsella y los somalíes
El nuevo amiguito de la jovencita tiene su punto: Crocodrile rock de Elton John; contagiados la cantamos en la ducha.
Niko ha llamado a Michel que, como sigue sin romanizar, está que no le llega la camisa al cuerpo. Por esta vez, pero sin que sirva de precedente, ha tenido con él unas palabras de cariñito. A Michel esto le mosquea lo indecible. El de Binéfar, sin entrar en detalles, no le ha puesto al corriente de sus investigaciones, sólo de la conclusión a que ha llegado: M. L., el galerista, un mafioso. Habría que saber a qué mafia pertenece. Ha averiguado que hay dos que operan de forma parecida, los de Marsella y los somalíes.
-¡Pero qué dices, colega!
A Michel casi no le sale la voz del cuerpo.
-¿Acaso existen mafias somalíes?
-De las peores; las del tercer mundo, las peores, te lo digo yo. Y lo más de lo más, las que están conchabadas con todos los mundos posibles: los primeros, los segundos, los terceros: igual, lo mismo que en el fútbol, que en habiendo miles de pelas de por medio…
Michel está que no abarca. Niko le dice que monte ya un guateque años sesenta en el Dodo con la gente que suele y que además invite a M. L. del KuKu, al que le tiene ganas porque no es agua clara.
Michel está acoquinado. Y teme por su expo en el otoño y por su “cota”, que cada vez la ve más y más lejana.
Capítulo 35
Primeras pesquisas
El dueño de la imprenta que es de Isla Mauricio pone Thriller de Michael Jackson mientras las máquinas no trabajan; no quiere que los vecinos se acostumbren al silencio.
El comisario Moriart y Marie la Poche observan desde el quai al Dodo. Esperan a que Michel aparezca. A estas horas el día gris forma parte aún de la noche y pocos son los ciudadanos que transitan la calle: algún vecino con el perro, algún parroquiano que vuelve con los cruasanes calientes. Marie se frota las manos y el vaho que sale de su boca es como humo de tabaco de pipa. Le Pont-Neuf los cobija. Un cuarto de hora más tarde ven llegar a Michel con su pan integral bajo el brazo y la primera edición de Le Monde. Aguardan a que entre en el barco. Justo a las nueve y media hacen acto de presencia en el Dodo. El comisario y la teniente, sentados en la cubierta, escrutan a Michel, que se ofrece a preparar unos descafeinados.
-Nada de café, gracias.
El silencio del comisario y de la teniente, debidamente estudiado, pone a Michel de los nervios. Pasan los minutos y nada, el mutismo policial obra su efecto. El primero en hablar pierde… esa es la regla de oro.
-Bueno –carraspea Michel-, ustedes dirán. ¿Se trata de los impuestos…, es por algo de los impuestos? Si se trata de eso no hay problema. O si lo que buscan es una contribución a alguna organización que patrocine la policía, no hay problema, les puedo extender un cheque de buen grado…
A Michel le empieza a sudar hasta el alma.
-Monsieur Lebrune, no somos de Hacienda, nada de eso es preciso. Queremos hacerle algunas preguntas sobre un amigo suyo, el señor Escalante de Mejía, si usted no tiene inconveniente.
La teniente tacaña observa las manos del pintor que parecen mariposas.
-Por supuesto, pregunten ustedes; si les puedo ayudar de alguna manera…
-Tengo entendido que usted dio una fiesta, en su barco, hará cosa de un mes.
El comisario, de forma incontrolable, a menudo levantaba la ceja izquierda al tiempo que un tic nervioso hacía lo propio con la comisura del labio derecho, lo que provocaba en los interrogados problemas fáciles de imaginar. Contener la hilaridad en semejantes momentos, cuando uno está de los nervios, es una prueba inenarrable. Michel comenzó a apretar los labios y a sentir que se le saltaban las lágrimas. Mira suplicante a la teniente y esta, que está enfrente, se da la vuelta y todo su cuerpo empieza a temblar. “¡Ah, la zorrona!”.
-Sí…, bueno…
Sacó un pañuelo del bolsillo, estornudó, tosió, carraspeó y, evitando mirar de nuevo al comisario, le contestó:
-Doy muchas fiestas en el barco. Me gusta reunir a los amigos. ¿Y a qué fiesta se refiere usted concretamente? Porque buscando “cota” hay que relacionarse mucho, ¿sabe usted?, y aun así el único marchante que hoy en día lo es y se lo puede permitir porque posee una gran fortuna y hace de su capa un sayo es Monsieur Dupon y ese es de los de antes de principios del siglo veinte, la época dorada, ya sabe…
-¿Estuvo su amigo en la última fiesta que usted dio? –le interrumpió Moriart.
-Ciertamente, junto con gran cantidad de gente. Muchos de ellos no los conocía, eran amigos de amigos y gorrones que siempre se suman.
-¿Lo vio salir de barco?
La expresión de Michel era todo un poema.
-No sabría asegurarlo, comisario; ya sabe lo que son estas fiestas, gente que va y viene, se bebe mucho. No, no puedo asegurarlo.
El comisario se levanta, la tacaña también y dan por terminado este primer round.
-Estamos haciendo pesquisas, intentando desentrañar el motivo del asesinato del señor Escalante. ¿Tendría inconveniente en pasar por la comisaría, si eso fuera necesario?
-¿Asesinato? –disimula con expresión de canguelo y lo mejor que puede.
La fría mirada del comisario le desarma. A Michel la glotis se le cerró de repente. Si alguna vez tuvo saliva no se acordaba.
-Efectivamente, Monsieur Lebrune, su amigo ha sido asesinado; de eso estamos casi seguros.
Michel se pone a, está a disposición de los flics. Así se lo hace saber al comisario.
Continuará…
70 comentarios
¡Por fin! ¡Qué alegría ver tu texto lanzado fuera de tu intimidad! Lo merece de sobra.,más que algunas cosas que están editadas y circulan por las librerias como si fueran un descubrimiento.Es una gran novela y tus lectores lo descubrirán poco a poco con asombro.Es como una «carte du tendre» versión moderna y con mejor humor.¡Enhorabuena,Bárbara!
¡Muchísimas gracias Isabel! Cómo agradecer la bondad, la paciencia y el aliento de ti y de Paco… A veces hasta nos reímos bastante en la playa y en París. Si estas cosas no las puedes compartir de nada sirven. Un abrazo grande extensivo a Paco poco internauta. Y un beso de buenas noches.
C’est tellement bien qu’on craindrait de l’abîmer en ajoutant quelque chose! Bravo Barbara, une plume érudite, fine originale et drôle; me sens toute petite!
Merci à toi. A ton côté je suis minuscule!!! Toi m’a donné la force.
Non, le minuscule n’est pas de ton coté, tu écrits vraiment très très bien et surtout avec ta signature personnelle !
¡Que bueno el juego de palabras entre «uno y trino» y «los múltiples trinos»! Y todo el prólogo. Me encantaría saber más filosofía (y tener más tiempo) para profundizar en el ser y sus distintos modos. También me vienen a la memoria escenas del cine oriental, especialmente japonés. En cualquier caso, me parece genial, este intento de dar personalidad y consistencia a la sombra ( a fin de cuentas, ¿qué testigo más cercano podrías encontrar para las andanzas de Niko?).
Me ha gustado mucho también el Capítulo I. ¡Cuánto partido sacas del encuentro entre Niko y Msr. Mir! ¡Casi me he sentido temiendo que pudiera fundirme con su chepa! Dicho sea de paso, me encantan los Moody Blues y todas las películas de Hitchcock, especialmente «La Ventana Indiscreta».
Me has dejado con la miel en los labios:-) En la mejor tradición de la novela decimonónica, dosificas la novela en distintas entregas. Lo cierto es que he sucumbido a la tentación (Serrat dice que es una forma de vencerla) y he leído este texto de un tirón sin más interrupciones que las necesarias para escribir mi comentario.
Un abrazo y buen fin de semana
Me alegro mucho que te haya gustado. La idea de la sombra me ha dado mucho juego, ya lo irás viendo. Msr. Mir es un personaje muy tierno que va creciendo a medida que avanza la novela. Por lo que veo tenemos gustos musicales y cinéfilos comunes. Muchísimas gracia y buen fin de semana.
Pour Phédrienne
Je suis très sensible à ta généreuse appréciation et très hereuse. Mille fois merci!!!
Me encanta también este tercer capítulo. Conocemos nuevos personajes (tú los presentas dándonos la sensación de que pueden dar mucho de sí en la novela) y crece en el lector la ansiedad y la impaciencia pensando qué puede seguir, con esa sensación de estar, también él, atado a un cabo del ovillo.
Muchas gracias, un abrazo y buen fin de semana.
Muchas gracias a ti por seguir a Niko y a Pío. Los buenos amigos que la han leído coinciden en que a medida que avanza es más divertida, que los primeros capítulos son más sosos; debe ser que como los críos en el cole «progreso adecuadamente». De modo que si as llegado hasta aquí, el resto será más fácil. Un abrazo y buen fin de semana.
Una de las cosas que más me gustan es la sonrisa que se abre con la lectura de tus textos.No falta el humor(que tanta falta nos hace),la ironía y ese punto de pícaro que tiene tu personaje.
La sonrisa me la pones tú al seguir las peripecias de Niko y Pío. Muchas gracias Isabel.
Gracias de nuevo por compartir estos nuevos capítulos y la preciosa foto que los encabeza. Tus descripciones son geniales y nos azuzan la curiosidad de saber como prosiguen sus aventuras.
No he oido nada de Gerry and the Pacemakers (quizás me suene que eran de Liverpool y alguna canción relacionada con el río Mersey)
Lo del río no lo sé pero si que eran genuino sonido Liverpool, Muchísimas gracias Joaquín por seguir las «aventurillas» parisinas. A partir de ahora, cuando aparece el primer muerto, es cuando se pone más divertida. Un abrazo.
Me ha gustado muchísimo este capítulo (y la foto con que lo acompañas). ¡Qué bien perfilas los personajes, cada vez dándoles mayor profundidad! Estoy seguro que un buen director de cine, quizá cualquiera de la Nouvelle Vague, quizá Amenábar,haría una gran película con este texto.
Fíjate que de lo que estoy contenta es que va, a medida que avanza. tomando fuerza y se vuelve más divertida; cómo se deshacen del cuerpo, creo que te gustará.
Puestos a pedir Almodovar no estaría mal!!!
Muchísimas gracias. Un abrazo.
No soy muy fan de Almodóvar (aunque «Mujeres al borde de un ataque de nervios» me gustó, pero seguro que le salía una película sobresaliente..
¡Soñar no cuesta dinero!
Mais quel bonheur de le voir en ligne!!! et voilà le premier «accouchement» de l’année… ce livre a eu une «grossesse» très soignée… je pense souvent à toi car ici le mini-abbeville met tous ses trésors en forme de voiture à la poche… comme Marie…
Quelle joie, ma belle! Vraiment c’est le premier mais le seconde est le plus beau!!!
Gros bisous à le mini-abbeville qui met ses trésors…Ça me fait sourir. Je envie de le voir… et aussi l’écouter parler en français.
Gros bisous, Elena.
Tenías razón. Este es el capítulo que he disfrutado más. La descripción del Sena y los comentarios paisajísticos, pictóricos y gastronómicos lo hacen digno de figurar en un estupendo libro de viajes. Y es muy entretenido el encuentro entre los dos personajes y sus reacciones ante la «tarea» que tienen que realizar. Además, el encabezar el Capítulo con una canción de los años 60 y nombrar las localidades españolas (tan cercanas, por otro lado a nosotros) sirve para hacer más cercanos los personajes. De nuevo, has acertado de pleno. Un abrazo
Muchísimas gracias Joaquín; esperaba tu comentario impaciente por ver si te había gustado. A partir de aquí coge velocidad y eso es importante para no aburrir. En junio cuando estuve en Tamarite me empeñé en ir por Binéfar ya que no había estado nunca y saqué algunas fotos; siendo Niko de allí tenía ganas de conocer el lugar.Al final los personajes son como de la familia.
Gracias otra vez.
Un abrazo.
¡Qué decir que no haya dicho ya respecto de anteriores capítulos! Me encantan las descripciones y cómo perfilas los personajes y sabes «cebar» la curiosidad de seguir leyendo nuevas entregas.
¡Y yo, como siempre, te tengo que agradecer hasta el infinito que sigas sus andanzas!
¡Muchas gracias, tus comentarios me animan mucho!
Ahora que he terminado estos once capítulos de Parisombra, puedo decir que aparte de que me ha gustado bastante desde las introducciones con esas ondas herzianas sintonizando la música de antaño, a los toques de humor, la expansión de mi visión neófita del arte y el recorrido Parisino.Y también ha sido grato toparme con expresiones tan cotidianas del lenguaje latinoamericano.
Y lo que seguramente viene mas adelante habrá de estar igual de delicioso que tus recetas!
Saludos y mis mejores deseos.
Muchas gracias, demiannicolas, por este bonito comentario; algo así siempre anima a seguir escribiendo; curiosamente estaba terminando de subir dos nuevos capítulos y me he encontrado con el. Creo que la novela a medida que avanza resulta más amena y divertida por la aparición de nuevos personajes y por el enredo de las situaciones.
Celebro que te gusten mis recetas que son de andar por casa y muy sencillas.
Saludos con mi agradecimiento.
Mira que de verdad se siente la inspiración que te da Niko para seguir relatando sus peripecias. Estuve mas que acertado en terminar de leer a tiempo para hoy continuar la historia. Nos lo habías advertido que se pondría más interesante y así lo he constatado.
El agradecimiento es mutuo por bajar mas de esta novela Barbara!
Para demiannicolas
!Me alegra que así sea! Y no sabes cuanto… Cuando estoy en París, una vez terminada, siento -no te rías- que Niko Sureda va conmigo, eso es también divertido y es realmente una sensación muy curiosa que supongo les pasa a algunos escritores…
De nuevo muchas gracias, eres muy amable; seguiré subiendo capítulos.
Saludos.
Estoy totalmente de acuerdo con demiannicolas. La novela se desarrolla de tal modo que cada capítulo es más interesante que el anterior. Es un acierto también el dedicar cada capítulo a las andanzas de un personaje y de aquellos que se relacionan con él: hace más fácil de entender la trama, sobre todo teniendo en cuenta que hay que leerla de un modo discontinuo. Cuando nos envies el último capítulo lo haré de un tirón.
No puedo dejar de subrayar la fuerza que tienen las descripciones de los objetos, las personas y, sobre todo, el interior de los personajes.
Querido Joaquín: Muchísimas gracias por tus elogios, eres muy generoso… me voy a acostumbrar mal. Entendí que la manera más fácil era ir presentando a cada uno de los personajes-ejes así; otros van apareciendo sobre la marcha cuando estos ya están definidos.
El que alguien me dedique su tiempo es para mi un hermoso regalo.
Un fuerte abrazo,
Estupendo encuadre el de la foto que acompaña el e-mail: me ha encantado ¡Cada día disfruto más con «Parisombra»! Las descripciones son magistrales y tus asociaciones de palabras – «el airecillo fresco como un after shave», «la nieblecilla meona»- acertadísimas. Me ha gustado mucho también la descripción que hace Niko de la inspiración artística (¡cómo se nota que tú eres artista!) y el humor con que tratas el ambiente en la Comisaría. Enhorabuena, un abrazo y feliz resto de la semana.
¡Eres, sin ninguna duda, mi más fiel lector! Y no sabes lo que te lo agradezco.Celebro tanto que te gusten mis asociaciones de palabras, mis descripciones… creo que alguna vez te he dicho lo que me he reído escribiéndola; me lo he pasado pipa, esa es la verdad y tengo ya empezada la segunda parte aunque la tengo un poco parada. Muchísimas gracias, querido Joaquín.
Un gran abrazo de agradecimiento.
Hola mi estimada!
Así lo siento al acercarme a ti a través de este mundo literario, porque realmente lo haces muy bien y gracias porque nos regalas mas de esta novela. Coincido con Joaquín de Carpi; desde el inicio que la leí me gusto tu estilo y la asociación de palabras que el bien destaca! Y también aceptaré la recomendación de releerla de modo aleatorio.
Abrazos y en espera de mas…
Estimado Demian, muchas gracias a ti! Joaquín y tu sois muy generosos en vuestros comentarios y siempre os estaré muy agradecida. La razón de ser de lo escrito es la respuesta del que lo lee, sin ella los personajes, en este caso, estarían como congelados en el tiempo, vosotros les dais vida….
Por todo ello, mi agradecimiento más sincero.
Un gran abrazo.
Me sigue gustando la forma en que describes y das más vida a los personajes. Todo hace la lectura muy amena y a medida que avanza la trama queda un grato sabor en la boca y la inquietud de seguir leyendo…Tendremos pronto el II Capítulo ?
Un afectuoso abrazo!
¡Muchas gracias, tu aliento es muy importante para mí! Me daré prisa!
Un fuerte y afectuoso abrazo!!!
Como siempre, me encanta cómo escribes. He disfrutado particularmente la escena del llanto de la teniente entre las ninfeas en el Capítulo 16: ¡es realmente mágica!
Sí, los políticos o cualquier persona con mando siempre intentan ganar tiempo (¿sólo ellos?). Un hombre probablemente hubiera escrito «echar balones fuera» 🙂
Los personajes van creciendo a medida que van pasando los Capítulos y vamos sabiendo más acerca de ellos. Y, aunque escribas en tercera persona, nos haces vivir en su interior, como pasa con Raskolnikov en «Crimen y Castigo». Pío es una sombra muy «sui generis», no es una proyección de una figura sino del alma del personaje.
Aunque imagino que es pura casualidad, me ha llamado la atención la similitud del apellido del comisario («Moriart») con el peor enemigo de Sherlock Holmes («Moriarty»)
Y a mí tus comentarios…La teniente, que era un personaje de bulto va ganando terreno, ya verás de que manera..
No había caído en eso, ¿será el subconsciente?, coincidir con el gran Holmes, aunque sea solo en eso está muy bien.
Perdona que haya tardado tanto en contestarte por diversas circunstancias llevo dos meses sin tiempo para nada,
Un abrazo grande con mi agradecimiento.
Sin pretender ser muy adulador, pero sigo disfrutando los capítulos de Parisombra. Pongo el tema de las ondas herzianas y a leer se ha dicho.Nuevas cosas se aprenden. He recurrido a Wikipedia para entender mejor lo de los lares y los penates. Encuentro muy vivos los relatos y las expresiones llenas de humor y que resultan ser también muy mexicanas.
Cada vez más picado con la trama.
Un saludo veraniego…
Si pones hasta las ondas herzianas, eso si que es meterse de lleno en la novela! Yo espero con tremenda ilusión tus deliciosos comentarios..America Central y el resto de países hermanos renuevan y vivifican el idioma común y de qué manera tan hermosa (apapachar… por ejemplo, es una palabra que me encanta) :he visto televisión mejicana y venezolana y soy forofa del Chapulín Colorado…
Tendré que buscar un editor mejicano…
Muchísimas gracias!
Un abrazo de lo más caluroso, por veraniego y por cariñoso!
Gracias, eres bien retribuida.
El editor Mexicano estaría complacido de editarlo.. y yo el primero en ir a comprarlo.
Hay muchas expresiones que yo pensaba que en España no se usaban o ni las conocían, pero con eso de la globalización las cosas han cambiado, ahora estamos más cerca en el lenguaje y otras cosas.
También yo me divierto con películas y series Españolas cuando las llegan a pasar en algunos canales. Decía alguién por ahí que la mas reconocida filosofa del pueblo Mexicano es la famosísima Chimoltrufia, a la cual una vez encontré por casualidad en un Hospital con su esposo Roberto Gómez Bolaños ( El Chapulin colorado ).
Abrazo cada vez más gigante y cariñoso también.
Antes que nada debo excusarme porque tengo la mala costumbre de escribir México con jota; en la novela tuve que corregirme, pero muchas veces caigo en la misma falta. En mi descargo, si es que puedo, debo decir que en España aún hay gente que lo escribe mal. Aunque «mal de muchos sea consuelo de tontos», este es mi caso y no me consuela: intento corregirlo (este es un dicho muy de aquí). Dicho queda.
El Chavo del Ocho tenía unos actores estupendos…¿Gómez Bolaños vive todavía?
Un abrazo XXL!
Disculpa la respuesta retardada. No te preocupes, la Real Academia Española aprueba ambas formas al menos de pronunciarlo, porque originalmente la se pronunciaba como , y cuando cambio a se mantuvo su grafía aunque su pronunciación actual es con . La pronunciación que si no es apropiada es la de los Ingleses , ya que en castellano nunca se ha pronunciado así.
Si vive Bolaños, en su residencia en Cancún a sus 88 años, aunque el mismo hace mofa de que ya lo han dado por muerto miles de veces. Grandes tiempos recordar esa serie del Chavo del Ocho, exportada a tantos países y muy homenajeados sus personajes en Brasil..
Abrazo XXL.
Desgraciadamente, aún no he tenido tiempo de leer la nueva entrega de «Parisombra», estoy impaciente por hacerlo. Pero no resisto la tentación de unirme al homenaje a Chespirito (Roberto Gómez Bolaños): soy un fan(ático) del «Chavo del Ocho».
¡Ya somos más!
Un fuerte abrazo.
Espero que hayas comprendido que el sónido fonético de México está más apegado a una J y que cambio de pronunciarse Meshico a Méjico,pero conservando la grafía de la X.
Fin.
Perdona la tardanza en contestar, en verano, salgo más de lo habitual. ¡Toda una lección que no voy a olvidad; me cuidaré mucho de volver a hacerlo incorrectamente! Muchísimas gracias, estimado amigo, tus aportaciones y comentarios son, me resultan ya imprescindibles.
Un fuerte y cálido abrazo
Por fin, he podido leer los nuevos capítulos: ¡son, como siempre, estupendos!
Y tú me aportas nuevas energías!!!
Un fuerte abrazo.
En estos capítulos describes muy bien la Nostalgia transgeneracional que ha cargado Monsieur Mir i Manent :Su historia natal, culinaria y episodios difíciles como el facismo y el desarraigo de sus raíces.Y quien no persevera en los recuerdos y tristezas que han quedado atrás ?. Me gusto la frase : «los sentidos se desenvuelven de acuerdo con la naturaleza». Y el toque humorístico bien presente, eso de llenar la tripa por 14 días para solo hacer turrones.
Igual que ese pan de payés, que dicho sea de paso se me antojo, me quedo con un buen sabor de boca al leerte.
Le estoy tomando cariño a la historia, igual que a la autora!
Muchas gracias y buen fin de semana.
Me produce mucha ternura el personaje del viejo exiliado; debió haber muchos así viviendo anclados en la nostalgia… Y me divierte mucho eso que dices de «llenar la tripa por 14 días para solo hacer turrones». MuchíÍÍsssimas gracias por tus palabras!!!
Es un lujo tus comentarios, tan bonitos…!
El cariño es de ida y vuelta!
Feliz fin de semana.
¡Qué recuerdos: la sobrasada menorquina y el pan de la Litera («recuit», ¿no?)!
¡Estupenda novela, Bárbara, cada vez me gusta más!
La mejor que he comido era del predio que tenían los padres de Cheska, la mujer del tío Juan; artesanía pura casi sin grasa… una gozada. Y el pannnn…!!!
¡Y, ya veras todo lo que pasa! Muchísimmmas gracias, querido Joaquín!
Feliz finde!
No te vayas a burlar, pero me he atrevido a hacer mal tercio y acompañar a Niko y Nina por Quai de Montebello. Creo que él ni lo ha notado de tan despistado que estaba. Yo, al igual que Nina, he quedado con el ojo clavado en el remanso de las aguas del Sena, en los puentes y monumentos. Detenidos en el tiempo, acompañados por el jazz de piano y el saxo tocando les feuilles mortes, era trascendental reconocer la reflexión de Pio, sobre ser lo más natural posible (conquistar la inteligencia).
La vida de Germain me suena demasiado. Habrá que ver si su destino no es tan trágico.
El paseo despertó más mis ganas de ir a Montmartre, pero sera con mi propia sombra.
Sigo atento a los detalles de próximos capítulos.
Se te estima y aprecia más por este regalo, querida Barbara.
Querido Demi, comienzo por tu final: ¡tus comentarios sí que son verdaderamente un magnífico regalo para mí! Y te los agradezco de corazón. Creo que te comenté que, cuando voy a París y más concretamente a los lugares por donde Niko vive sus andanzas, me paro aquí o allá como si estuviera con él; de modo que conseguir que te traslade a esos lugares como al quai de Montebello me hace muy feliz, es como si hubiese logrado el objetivo de la novela: que sea una guía divertida de Paris… «Las hojas muertas» es una de mis canciones preferidas y lo de los músicos maravillosos es real, tuve esa suerte una noche tomando una copa en un barco, justo allí. ¡Momentazo mágico!
En cuanto a Germain es un detonante, previsible. pero necesario.
¡Seguro que tu sombra será tan estupenda como Pio, sabia y filósofa ! Montmartre tiene su capitulo largo…
Un abrazo lleno de gratitud, querido amigo!!!
Me han encantado, como siempre estos nuevos capítulos (3 y no 2 como dije equivocadamente). Me he partido de risa en el capítulo 25 con la comparación entre el chico desdentado y el culo de un pollo y muy buena la descripción de la situación de Marie y sus sentimientos. Pero siendo bueno este capítulo, el siguiente aún lo supera: es un maravilloso relato de una romántica noche parisina (me encantaría verlo en una pantalla de cine). En cuanto al capítulo 27, me parece genial la pincelada de humor con que afrontas una situación que, como dice demiannicolas, amenaza tragedia.
Muchísimas gracias por hacerme disfrutar con esta novela. Y ,de nuevo, un fuerte abrazo
Querido Joaquín: tenía ganas de que la novela llegará a este punto que es realmente cuando empiezan a pasar cosas; ya te dije que el personaje de Marie iba creciendo y lo hará hasta el final, pero había que enmarcar su ambiente familiar patético, pero hilarante… Esa noche parisina tuve la suerte de «estar allí», los músicos que eran fantásticos iban al festival de Jazz de San Sebastián que está muy prestigiado en el extranjero…
Germain dará juego!
Muchas, pero que muchas mercies con un fuerte abrazo!
C’est magnifique!!! Me encantan tus descripciones, especialmente la de Denis, al principio del capítulo (¡qué riqueza de términos!), y la de la cúpula de la Sacré Coeur. ¡Qué gran acierto el elegir como narrador una sombra que puede ver tanto el interior como el exterior de los personajes! Cada capítulo me gusta más que el anterior (y eso que todos me gustan muchísimo). ¡Enhorabuena Bárbara!
Merci beaucoup à toi aussi!!! Ese paseo por Montmartre es mi pequeño homenaje a ese barrio que fue el corazón de la vanguardia, un barrio de gente obrera y en el que desde hace años cobija a gente guapa y con dinero…, pero que conserva todo su sabor (para eso los franceses son geniales).
Eso que dices me encanta, la novela va tomando carrerilla…
Un gran abrazo!
Este paseo peatonal por Montmartre es quizás el regalo que más he podido disfrutar hasta ahora, junto al de Quai de Montebello. Me llega justo para admirar su belleza, cuando me he identificado más con la ciudad luz y con sus barrios. Esta por demás decir que todos sus rinconsitos son pura belleza e historia . Como cuesta salir de ahí, precisamente cuando me pongo al nivel de esas vidas que se desenvolvían en el día a día. Me puedo meter en el papel y las huellas dejadas de esas épocas, gracias a tu narrativa de Niko y Nina recorriéndolo.
Admiro la sensatez austera de Nina y como se queda en calma para que Niko recoja las mejores tomas con su cámara a la búsqueda de lo natural e intemporal, captando la esencia cuando se tuerce y se afana, los sitios donde se movieron grandes artistas, pintores y escritores, que igual que el Universo nos dejan anonadados.
Deseo que esta historia siga dando mucho más y me ponga a disfrutar como con este barrio emblemático.
Abrazo eternamente agradecido.
Estimado Demian, cómo deseo que el resto no te defraude! Tus extensos y emotivos comentarios me llenan de alegría y de entusiasmo, me motivan para seguir escribiendo; igual que el pintor necesita que sus cuadros se vean, el que escribe necesita que sus escritos se lean y el aliento que eso proporciona…
Recibido ese abrazo tan cariñoso te lo devuelvo aumentado, siempre seré yo la agradecida!!!
De ningún modo llegará un resquicio de desilusión, ten por seguro que le seguiré su cauce a este río que crece y crece.
Un excelente fin de semana apreciada Barbara.
Muchísimas gracias por tu certeza!
Feliz fin de semana, querido amigo.
He aquí que mientras mi paisano Diego Escalante sale a flote como exigiendo una digna sepultura, la historia ciertamente ha dado un giro gamberro por la influencia de Eros y Tanatos. Ese tema ancestral, tratado en múltiples obras, lo pones en escena delicadamente en los personajes de Denis y Lua, que lo dominan muy bien.
Que Pío guarde paciencia porque se avecinan tormentas en París.
Complacido por la nueva entrega a domicilio, mi estimada amiga.
Fin de domingo feliz para tí.
¡El pobre, con lo guapo que era! Si llego a saber que tendría un lector como tú lo habría nacionalizado Chileno, por ejemplo. A partir de ahora las cosas se precipitan con «tormentas» con gran aparato eléctrico… y a veces Pío se tiene que agarrar a las farolas para no salir volando..,
Nada me complace más que te hayan gustado!
Fin casi del todo de este domingo siete! Ea, feliz noche!
¡Magníficos capítulos como siempre! Aunque, ciertamente, gamberros (especialmente el 31) 🙂 Como (entusiasta) aficionado a la música de las últimas décadas, me encanta tu selección de bandas sonoras para los capítulos (Phil Collins, Pink Floyd, Bruce Springsteen). Además tienes una habilidad especial para bucear en el alma de los hombres. Me ha hecho gracia ver nombrado Esplugas. Allí viví los primeros nueve años de mi vida.
¡Un tanto gamberros sí, pero son los más de todo el resto! Celebro que te gusten. En Esplugas es donde te conocí y me acuerdo perfectamente de aquella casa… como siempre muchas gracias y feliz noche que mañana te esperan tus alumnos o la corrección de exámenes.
Nota musical: es que eran, son buenísimos!!!
Sinceramente, unos capítulos que han sido de lujo. La novela profundiza aspectos como el capitalismo y su control social, los tabúes occidentales, haciendo patente que los actos de los encumbrados de poder de los diversos mundos, no son nada refinados ni puros como los idealiza Niko Sureda, sino que complotean en contra de la subsistencia de la raza humana.
Me ha llegado profundamente esa inspiración reflexiva de que dotas a Niko en su transitar desde París hasta les Vosges, sobre la relación analógica magistral existente entre macrocosmos y el microcosmos, de como la democracia solo disfraza el poderío de unos cuantos para la acumulación vana de riquezas , y que tarde o temprano habrán de desaparecer por completo.
En cuanto a las pesquisas, estas van subiendo de tono, de modo que yo mismo no imagino que depara la búsqueda sobre la inexorable partida de Escalante.
Gracias por retomar nuevos capítulos de Parisombra, Un agasajo seguir la trama inmiscuidos en París.
Estimado amigo, tu comentarìo me ha alegrado la mañana. He vuelto a releer estos capítulos que no recordaba bien y, aunque quede feo decirlo, encuentro que no están mal. La reflexión peripatética de Niko en plan flâneur, creo que le otorga una dimensión distinta y más profunda de su pensamiento, frente a su actuación de pícaro y de quién pasa (aparentemente) de todo
…
Siempre me ha parecido que la relación entre el el macrocosmo y el microcosmo no hay que perderla de vista.
Muchísimas gracias, con mayúsculas. Tu perpicacia y sensibilidad son un regalo.
Un grandísimo abrazo, Demian!
¡Que rincón más bonito el de la foto! Me encanta el párrafo en el que Niko Sureda describe sus sentimientos por el descubrimiento del cadáver del mexicano y la mezcla del matrimonio, los elementos químicos y su aplomo. El contraste con la tendencia a agobiarse de Michel es patente: casi estás esperando que la vena de la sien reviente. Más adelante me hace gracia imaginarme una sombra, Pío, agarrándose a las esquinas, ¡genial contraste!
El Capítulo 33 contiene otra fascinante descripción de Paría (es una lástima no haber estado nunca allí) y desemboca en una declaración política muy atinada para los tiempos que corren (aunque yo sospecho que todas las revoluciones son traicionadas y los mismos acaban mandando en todas las situaciones)
Capítulo 34: ¡Oh, «Crocodile Rock» del album «Don’t shoot me I’m only the piano player»!. En mi opinión, Junto con «Madman across the water» y «Goodbye yellow brick road», las cumbres de Elton John. Las únicas mafias de somalies que conocía eran los piratas que atacan a os pesqueros.
En el Capítulo 35, describes tan bien el interrogatorio, que me he sentido casi como Michel, ¡qué angustia!