
Foto: Bárbara
Estas palomas, en la plaza de Santa María Novella, en Florencia, se solazan, dichosas de estar donde están, de eso no me cabe la menor duda. Las palomas en todas partes del mundo gustan de pasear por los diversos monumentos, arrullando a los que ya no están; les da lo mismo de quien se trate, si son figuras yacentes o estatuas ecuestres de militares o caudillos triunfantes, ellas no hacen distingos, son absolutamente indiferentes o bien demócratas desde el tiempo de los romanos. Hasta hace poco eran el símbolo de la paz y hasta los pinceles más cotizados las pintaban con cariño y esmero, pero últimamente su halo de inocencia y bonhomía ha ido desapareciendo, y una idea perversa ha ido calando entre las gentes; ahora se les considera como ratas voladoras que con sus excrementos ensucian y corroen los edificios y todo lo que encuentran a su paso. Yo me resisto, vamos que me niego, y sigo pensando que son las amigas de los que ya no están y que con sus arrullos les dan los buenos días y les acompañan en su soledad. ¡Romántica que es una!
Cuando una especie se convierte en una plaga siempre entraña peligros. Cada animal -independiente de sus excrementos- tienen sus propios parásitos y enfermedades. Y hasta ahí lo dejo.
Un abrazo y buen día.
Tienes toda la razón, estimada Isabel. Desde el punto de vista más o menos «literario», prescindo de toda lógica y me acojo a la ironía con más o menos acierto, también. Muchísimas gracias, me encanta tenerte por aquí ya que admiro sinceramente tus blogs.
Un abrazo grande, grandísimo y bon día!