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Las Catacumbas de París(1)

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Catacumbas de París.

Las catacumbas o necrópolis de París es uno de los cementerios más famosos de la capital de Francia. Están formadas por una serie de cámaras y túneles subterráneos que albergan unos seis millones de esqueletos humanos. Para este fin se utilizaron unas minas romanas de piedra caliza que se convirtieron a finales del siglo XVIII en un cementerio común. La disposición de los huesos, a tenor de las fotos, es realmente artística. La visita oficial comprende las minas del decimocuarto distrito e incluye 800 metros de galerías forradas de huesos. Esta parte abierta al público solo representa el 0`5 por ciento de las canteras subterráneas de París. Fue Charles-Alex Guillaumont, inspector general de Canteras, en 1786, quién estableció el uso de esas canteras debido a la saturación de los pequeños cementerios de París. Los primeros restos que fueron trasladados fueron los del cementerio de Saint Nicolas des Champs. Alrededor de quince meses fueron necesarios para trasladar millones de huesos provenientes de multitud de cementerios, lo que se realizaba por las noches en carretas finalizando en 1870. Los huesos están dispuestos en forma de muralla, decisión, también, del inspector general de Canteras, donde se pueden encontrar placas identificando la procedencia de los huesos e incluso pequeños altares con epitafios en latín. Esta es una visita que tengo pendiente, aunque no sé, no sé…

El árbol más viejo de París

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El árbol más viejo de París. (Estas fotos no son mías)

Situados en el parvis de Notre Dame y tras cruzar por le Pont aux Doubles, de hierro, desembocamos en la rue La Grange y, allí, en la placita René Viviani, nos encontramos con la pequeña iglesia de Saint Julian le Pauvre, de rito ortodoxo griego, y, justo al lado, encontramos el árbol más viejo de París. Este árbol traído de Norteamérica lleva el nombre de Jean Robin, botánico del rey y quien lo introdujo en Francia en 1601. En el 2010 se construyó un banco circular alrededor del árbol para protegerlo y darle espacio para que respirara adecuadamente. Desde allí, sentados, podemos disfrutar de una bonita vista de Notre Dame, protegidos por la sombra de este árbol de más de 400 años. Y, a pesar de ser tan anciano, tiene perfecta salud, aunque ha tenido que ser sostenido por una estructura de cemento oculta por una masa de hiedra. Alcanza los15 metros de altura y 3,5 de circunferencia, mientras que lo normal de los árboles de esta especie, las robinias, no suele superar los 10 metros.

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Notre Dame, Pont aux Doubles. Foto Bárbara.

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  1. Plaza René Viviani (el árbol, aún sin el banco alrededor, 2003). Foto hecha desde las torres de Notre Dame. 2. Árbol robin, ya con el banco y la estructura de cemento, 2012). 3. Con Aurelio delante se puede apreciar su magnitud. Fotos Bárbara.

Gárgolas del Sacré Coeur. París.

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Gárgolas del Sacré Coeur. Montmartre, París.

Las gárgolas de las iglesias, esos animales fantásticos de piedra, tenían como finalidad asustar o amedrentar a los fieles que en el medievo eran analfabetos y bastante ignorantes. Curioso es ese cerdo (última de las fotos) por ser un animal que compartía la vida de casi todos los campesinos de la época, animal doméstico, podríamos decir. En el bestiario medieval el cerdo representaba la gula y la lujuria. La actitud del resto es bastante furiosa y desafiante.

Más parisino imposible.

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Típico salón de té y patisserie. Fotos Aurelio Serrano García.

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Librería Shakespeare and Company. Barrio Latino.

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Iglesia Ortodoxa griega. Saint Julien Le Pauvre. Barrio Latino.

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Iglesia de Saint Severin. Barrio Latino.

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Panteón.

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Place des Vosgos.

¿Quién no se ha dado un paseo por París en un día de lluvia intermitente? Un cielo gris plomizo puede dejar paso a un cielo despejado de un azul intenso y después contemplar como nubes algodonosas van deshojando la margarita en el cielo y si es por el Barrio Latino lo mejor es sentarse en el Café Le Metro para tomar un café au lait delante de un velador de esos diminutos o en el salón de té Odette. O entrar en la iglesia de Saint Severin y pasear después, cuando escampe, por la rue de la Harpe. Otra posibilidad es visitar, en Saint Julien Le Pauvre, la iglesia, pequeñita, de rito ortodoxo griego, donde Maria Callas canta como, en un bucle, «Casta Diva». Comprar un libro en la eterna Shakespeare and Company y llevarse un cuaderno de páginas blancas con el sello de la librería es el culmen de ese paseo imaginario.

La Estirga Burlona, 500.000 vistas

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Foto Bárbara.

Mil gracias a todos los visitantes y a los amigos de La Estirga Burlona porque el blog ha recibido hasta ayer 500.000 vistas. No pensé nunca que esta vigía fantástica, hija de Viollet Le Duc, que se asoma desde su espléndida atalaya de Notre Dame y resbala su mirada burlona, primero sobre Le Parvis y después hasta donde le permite su prodigiosa vista, me permitiera hacer este hermoso viaje junto a ella en esta aventura que tiene como protagonistas a todos los amantes de ese París eterno.

La pirámide del Louvre desde arriba

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Fotos Bárbara.

Desde la galería de la cafetería del Louvre (foto2), vemos la pirámide de cristal y también la estatua ecuestre del rey Sol que en los años setenta estaba en el lugar que hoy ocupa la pirámide por donde hoy se tiene acceso al museo. Entonces, en los años setenta, debajo del citado rey, Luis XIV, había un pequeñito jardín con césped, y era allí donde, después de un recorrido extenuante por el museo, la gente joven se tumbaba a descansar, sonaba alguna guitarra y se cantaban canciones de todo el mundo. ¡Qué tiempos! En aquella época el césped de todo París nos pertenecía; ahora no se lo recomiendo, pues de inmediato un flic (léase guardia) te levanta. En la galería del museo, bien guardada por caballeros de piedra de la época del mismo rey Sol, había que afinar bien el acento, pues si pedías «deux déca» (léase dos descafeinado) te podían traer «deux cocas» o similar. Pero eso no era nada, pues la vista bien merecía cualquier equívoco sin importancia.

La aguja de Viollet-le-Duc

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Fotos Bárbara.

El mundo se paró cuando en abril de 1919 asistimos en directo al incendio de Notre Dame y pudimos ver como la aguja de Viollet-le-Duc se desplomaba junto con la techumbre de la iglesia. La aguja, todo un símbolo, fue inaugurada en agosto de 1859; estaba inspirada en la de la catedral de Saint-Croix d´Orléans, a su vez inspirada en la de la catedral de Notre Dame d´Amiens. Fue realizada por Auguste Bellu, quien realizó la estructura de madera, y por los talleres Monduit, que hicieron la cubierta metálica. De estilo neogótico, medía 93 metros, 21 menos que la de la catedral de Orléans. Su capa de plomo pesaba 250 toneladas, y cubría una estructura de 500 toneladas realizada íntegramente en roble de champaña. Estaba rodeada por cuatro coronas con criaturas legendarias como figuras guardianas mitológicas. La parte superior de la torre octogonal estaba adornada por 12 coronas de flores y arriba estaba coronada por una cruz de seis metros de altura rematada por un gallo de cobre. Las esculturas de los doce apóstoles enmarcaban la base y miraban a París, menos la de Santo Tomás, patrón de los arquitectos, que presenta los rasgos de Viollet-le-Duc, que miraba hacia la aguja para contemplarla. En una placa de hierro situada en la base aparecían unos signos masónicos que nos hacen deducir que el autor Viollet-le-Duc y el que realizó la estructura de madera, eran masones. En 2020 se decidió reconstruirla tal como era la original. Hasta su caída, la aguja era un punto de la red geodésica francesa. Curiosamente las dieciséis figuras (los doce apóstoles y los cuatro tetramorfos) habían sido retiradas cuatro días antes del incendio para su restauración, por lo tanto no se vieron afectadas por el fuego.

Frente a la Pirámide.

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Foto Bárbara.

Como un flanêur volvía de un paseo errante por el Sena. Me dejaba ir cuando la noche inundaba los puentes de luces estrelladas; el río circulaba manso, oscuro y las guedejas de verdes ramas se hundían en el agua. En los ojos, la brisa ligera era como la caricia del sauce llorón, que se balanceaba detrás de Notre Dame. Los gatos negros se escondían en los portales para maullar sin estridencias, La noche se estremecía cuando llegué al Louvre y me rendí frente al cristal oriental. Sentada en aquel banco de piedra, tuve que reverenciar a aquella luna llena que inundaba la plaza. Nadie y la Luna. Oscuridad enfebrecida. Sola para grabar aquel instante eterno. Sola ante la belleza del instante único.

Una pagoda en París.

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Las fotos no son mías.

Recuerdo mi sorpresa cuando en una de mis visitas a París, vi cerca del Parc Monceau, un edificio con forma de pagoda. Ya me habían hablado antes de ella, pero aún así la impresión fue tremenda. Esta mansión, no era un templo sino la residencia de Ching Tsai Loo un legendario anticuario chino. En 1922 este anticuario compró un palacete de estilo Louis Philipe, pero como necesitaba más espacio encargo al arquitecto François Bloch que rediseñara la casa y que le diera el aspecto actual; la obra finalizó en 1926. Al fallecer C. T. Loo en 1957 el negocio lo continuaron sus hijos y nietos. Es enorme la labor que realizó para dar a conocer el arte chino a través de los valiosísimos objetos orientales que suministró a clientes, coleccionistas y museos como el Quimet de París, el Metropolitan Museum of Art de N.Y., J. D. Roquefeler, JP Morgan… y otros muchos. En el 2010 fue comprado por un inversor privado y en la actualidad se sirguen exponiendo colecciones de objetos de arte orientales y con fines de investigación se puede consultar la biblioteca privada del señor Loo. El espacio que él creó continua siendo un lugar de primer nivel para dar a conocer el arte oriental y contemplar las exposiciones que allí se muestran. Para todos los que quieran admirarla está en el 48 de la rue de Courcelles, 75008.