Marieta dormitaba en su gabinete. A las cinco de la tarde una tormenta eléctrica sacudió la tierra y a ella le pareció el fin del mundo; un rayo iluminó la pequeña estancia y el trueno que siguió la despertó del todo. Apresurada, salió al vestíbulo como si la casa se fuera a derrumbar sobre su cabeza y temerosa llamó a su inquilina en vano; ella regaba las plantas en el patio interior ajena a sus llamadas; en vista de lo cual se puso un chubasquero, cogió un paraguas y las katiuskas de las niñas y se fue corriendo al colegio. Menuda, con su pelo blanco, andada como un chorlitejo chico a pequeños saltitos, ya digo como un pajarito. Se había arrogado el papel de abuela de aquellas niñas, que ahora eran las que daban sentido a su vida de viuda, sin hijos, de anciana solitaria.
Qué bonito y entrañable relato, amiga. Un abrazo.
Marieta fue como una abuela para mi hermana y para mi; hacía unos dulces fantásticos y nos quería muchísimo. Gracias guapísima. Un besazo.