Como Virginia Wolf.

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El reloj de péndola dio las ocho cuando cerró la puerta de un portazo. «No habrá encajado», pensó bajando ya la cuesta, «Y qué más me da», al tiempo que se abrochaba el abrigo. El sol se asomó por encima del pequeño puente. El río, manso como un cordero, le pareció una broma. Su rabia se estrelló contra el pretil de hierro y la gaviota planeó rompiendo la orilla como la sangre en su sien y se escondió en el recodo cuando, al otro lado del puente, Martín y su burro subían despacio. De su pecho brotó un suspiro de resignación. «Qué», le dijo Martín al pasar, «¿otro día como Virginia?» y ella «¡Vete a la mierda!». El burro rebuznó cuando ella le lanzó una piedra que sacó de sus bolsillos…

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