







Si el exterior es impresionante, el interior no le va a la zaga. Solo hay que comprobar que el hombre se pierde ante la grandeza de sus dimensiones. En la actualidad, poder contemplar lo que había debajo de la arena, en los túneles subterráneos conocidos como «hipogeos», que es donde se encontraban las jaulas para los animales, así como los gladiadores, que esperaban el momento de salir, es realmente fascinante. El Coliseo tuvo una vez un techo retráctil llamado «velarium» hecho de lino y controlado por marineros. El emperador Vespasiano financió su construcción con el botín del templo judío de Jerusalén. Nos asombra las inteligentes salidas, «vomitorium», diseñadas para permitir vaciar el recinto en cuestión de minutos. En el Coliseo no solo había luchas entre gladiadores y cacería de fieras, sino que había espectáculos, «naumaquiae», representando batallas navales, para lo cual se llenaba el piso de abajo con agua y también se mostraban caballos y toros, previamente entrenados, nadando.