El haz de luz barría la piel del agua. La luna llena acudía en auxilio del faro y ambos conjuraban la oscuridad. La claridad, a intervalos, cegaba el paisaje del cabo. El ritmo de las olas era la música que Andrés adivinaba desde detrás de los cristales. La linterna del faro había vuelto a funcionar y la noche presagiaba la ausencia de naufragios. Él, que se había acostumbrado a la rutina de noches solitarias, se sintió de repente fuera del mundo y escuchó cómo la Tramontana sonaba, a veces, de forma sincopada. Delante de él, la costa norte serrada, negra, le ponía en la boca el sabor salado del mar. Escuchó la resaca de la espuma rizada. Y en ese ir y venir del agua sentía, en noches como esta, el latido del mar.
Precioso texto. Felicidades. Buenas noches, amiga.
Celebro que te guste. Soy muy marinera, no lo puedo evitar. Muchas gracias. Eres muy amable, Azurea!!!