
Las mejores navidades de mi infancia las he vivido en la comarca de la Litera en Huesca. La máxima ilusión culminaba el día de Reyes frente al Tronc de Nadal. Para los que no lo sepan, la comarca de la Litera se encuentra en lo que se llama La Franja, situada entre Cataluña y Aragón. Allí vivián mis abuelos maternos y allí se daba la magia de la Navidad. Durante toda la Pascua ,los niños de la casa dejábamos comida delante del Tronc de Nadal, que era un tronco de madera tapado por la parte de abajo con una manta, comida que solía ser sobre todo fruta, que por la noche los abuelos hacían desaparecer como si el tronco se la hubiera comido; y así todos los días. Delante del Tronc de Nadal los niños cantábamos la siguiente canción mientras con un palo le dábamos golpecitos para que nos oyera:
«Tronc de Nadal, caga turrons y pixa vin blanc, no caques arengades que son salades, caga turrons que son mes bons». Esa es la estrofa que recuerdo, pero no se me pueden olvidar la ilusión, la magia, la credulidad infantil que nos hacía irnos a la cama felices, esperando la llegada del gran día. Alimentábamos el gran tronco de madera para que, por la noche del día de Reyes, después de cenar, acudiéramos a ver si el Tronc de Nadal nos había dejado los regalos. Levantábamos con cuidado la manta y ahí estaban los paquetes. Pasado el día de Reyes, el Tronc desaparecía tal como había aparecido. A ellos, a mis abuelos, les debo las mejores Navidades que un niño puede tener. Siempre digo que he tenido la gran suerte de tener un abuelo gallego, una abuela cartagenera, una abuela catalana y un abuelo aragonés, porque de esta manera una aprende a amar la diferencia y a luchar siempre contra la intransigencia, contra la intolerancia.